La conductora
Está surgiendo una nueva escuela de audacia elitista, la de políticos indignados con los ciudadanos
La versión de Rita Barberá es que entró en un autobús para preguntarle a la conductora huelguista que si le debía algo. Así, de tú a tú, con esa naturalidad aplastante del poder campechano. La alcaldesa de Valencia no solo es la Autoridad, sino también la Metáfora que mejor la encarna. Cada célula de Barberá es una alcaldesa en acción, así que por donde ella pasa va una festiva turba de alcaldes con burbujas inmobiliarias de diferentes colores. Imaginen la entrada de la apabullante Gran Metáfora en el vacío de un autobús. Schwarzenegger, de Kindergarten Cop, irrumpiendo en el cuarto de Alicia, mientras esta medita si atravesar o no el espejo y convertirse a la poética insurgente. Según la versión municipal, la conductora no supo qué responder ante el hábil interrogatorio. Una forma eufemística de decir que perdió el habla y tal vez el conocimiento. ¿Cómo volver a pilotar un autobús, después de ser interpelada por el Decisionismo en persona? Es como devolver al garaje un Estado de Excepción. Mientras se relega el Congreso para labores de guardería, el método Barberá puede cundir como un modelo extraordinario para ajustar la relación de los políticos al mando con los ciudadanos subordinados. Por el tono de algunas declaraciones, le veo ganas al ministro de Industria de amotinarse contra los mineros. Presentarse en boca de mina y echarles una bronca: “¿Qué empeño tienen ustedes en bajar ahí, a ese infierno?”. Y la ministra de Trabajo montando un viático en la fila de parados penitentes. Está surgiendo una nueva escuela de audacia elitista, la de políticos indignados con los ciudadanos. No es por darle ideas a Wert. Alguien escribió de un futbolista inglés: “Las ideas son buenas, pero no le llegan a los pies”. El ministro de Educación no tiene ese problema, quizás el contrario. A los únicos agentes culturales que no ha criticado hasta ahora es a los toros. ¡Esa vanguardia humanista!
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