Parir es un acto político
Intenté escribir un guión de entradas en este blog antes de empezar este viaje a Kenia al que nos ha invitado el International Reporting Project (IRP) con sede en la Johns Hopkins University de Washington, para dar una idea aquí del programa del que nos vamos a ocupar en estos próximos días. Pero como todo es interesante en el camino, no ha sido posible... hasta ahora mismo. Así al llegar a Nairobi acabé sumergida en ese oceáno de datos y sinsabores que es la superpoblación y la salud reproductiva, el efecto de sus múltiples cruces. Y recordé que ya tratamos un aspecto importante del asunto a principios de este año en El Pais Semanal. Fue en el reportaje titulado Unos 300 niños nacen mientras usted lee esta pagina, concebido -nunca mejor dicho- a partir de las imagenes de José Salvador Gutierrez, todas ellas englobadas bajo el sugerente nombre Luz al mundo.
Unos 300... Eso si tarda un minuto. Porque si se demora una hora, serán 18.000 los recién nacidos; en un año alcanzarán los 150 millones; 1.070 varones por cada 1.000 niñas. La manera como se viene al mundo depende del mundo al que uno viene. Así, de ellos, cuatro millones no sobrevivirán al primer mes, y más de medio millón de mujeres fallecerán en el proceso de ser madres: una por minuto; 70.000 de ellas, menores. Si vive en Níger, tendrá muchas posibilidades de pasarlo mal: una de cada siete morirá durante el parto, mientras que en zona desarrollada será una de cada 8.000.
Parir es asunto político, decia entonces. Y vaya sí lo es. Y concebir. Y todo lo que hay antes, durante y despues de ello. La salud al completo de la mujer (tambien la del hombre, naturalmente, pero estamos hablando de ellas) está sometida a unas variaciones extraordinarias, desde la falta o no de matronas y/o clínicas u hospital cercano, a la escasez o no de información o de infraestructuras o hasta de medidas higienicas. Si alguien tiene la tentación de concluir que hay mucho de personal en ello, y que uno se cuida y es limpio y sano sólo por querer serlo, independientemente de donde esté, resida o haya nacido, parénse a pensar, por ejemplo, lo que representa tener la regla tal día como hoy sin agua corriente en casa o ni siquiera cerca, carecer de compresas con o sin alas y de tampones... para movernos ligeras por la vida. Lo que supone la cura de una episeptomia o una mastitis inoportuna; coger una infección de las simples u otras más complicadas... O peor aún, caer rendida ante el temido HIV, que sólo aquí, en Kenia, representa el día a día para mas de un millón y medio de personas. Ya les contaré.
La manera como se viene al mundo depende del mundo al que uno viene. Parir es un asunto político. El mundo a donde uno viene determina el tiempo que uno sobrevive. Para hacerse una idea, y siguiendo el informe de Unicef, Salud materna y neonatal, en un año -el tiempo que el fotógrafo empleó-, más de medio millón de mujeres murieron por ese estado de buena esperanza, que para ellas se tornó en fatídico final. Fallece una mujer cada minuto hoy en el mundo por estas cuestiones, según estableció la ONU en 2000. Desde 1990 han sido alrededor de 10 millones de ellas, y unos cuatro millones de recién nacidos cada año no sobreviven más de 28 días.
Las diferencias entre lo que la mayoría de las mujeres del mundo no poseen y/o disfrutan y lo que las demás apenas apreciamos (el desarrollo de un sistema sanitario que ha costado decadas levantar y hay que defender ahora a capa y espada de la voracidad recortadora) es abismal en asuntos tan cotidianos como la menstruación, la esterilización de biberones, el acceso a medicinas o preservativos o la planificación familiar... Y no digamos ya la posibilidad siquiera de morir o no durante el parto.
Un año estuvo viajando por cinco países el fotógrafo del citado reportaje para averiguar diferencias. Y las encontró. Una de cada siete mujeres muere en Níger al parir. Una de cada 8.000 en lugares desarrollados. La mayor. Un drama para la desaparecida o para el padre que espera; para el recién nacido, que hereda la perdida y las condiciones (físicas, sanitarias, todas) de sus progenitores, para el país mismo, pues el dato lo define.
Basta a ir a lugares de crecimiento tan brutal como este de Kenia (se espera que doble sus 40 millones de habitantes en 2040, nacen hoy un millón de personas cada año) para reafirmar lo sabido: nacer por nacer para ver si uno de los múltiples retoños sobrevive lo bastante no tiene sentido. Y lo tendría aún menos si los ya nacidos disfrutaran de las condiciones mínimas necesarias para salir adelante y garantizar aquello que las familias en entornos rurales buscan: manos para trabajar (aqui en Kenia el 49% de la población vive con menos de un dólar al día), sustento para la casa y la vejez (la mortalidad de menores de cinco años se ha reducido del 11 al 7%). Erradicar de una vez por todas la pobreza. Algo que debería estar en todas las agendas. Y dado que el avión en que viajo está repleto de misioneros de toda orden y condición, pienso que esto es ese algo que la Iglesia con mayúsculas, desde aquí y desde allá, y en todas sus variaciones, debería atajar y plantearse como objetivo del milenio eclesiástico, digamos. Cortarla de cuajo, ponerse a ello con todas sus armas (que son muchas) y fondos (aún más) en vez de andar distrayendo a su rebaño con asuntos tan personales e intransferibles como es el derecho al aborto, la oposición al matrimonio gay, la limitación en el uso de métodos anticonceptivos o la educación para la ciudadanía...
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