Oda a la chapa microperforada
FOTOS: Pedro Pegenaute
La arquitectura para escuelas infantiles es un terreno pantanoso: suele manejar mucha exigencia y pocos recursos. De esa combinación a veces surgen soluciones brillantes capaces de acatar muchos requerimientos con una sola idea. Es el caso del nuevo parvulario que Miquel Espinet y Antoni Ubach levantaron en Barcelona. Para solucionar múltiples exigencias trataron de explotar un material, de convertirlo en protección y expresión. La chapa microperforada admite todas esas miradas. También todas esas exigencias y usos.
Los arquitectos partían de un clásico: un solar difícil –de forma triangular- y la necesidad de asegurar el bienestar de niños de hasta tres años. Se trataba de solucionar necesidades paradójicas como evitar el contacto con los peatones sin interrumpir el paso de la luz y el sol. También era tan básico aislar como ventilar. Así, más allá de solucionar ese diálogo de opuestos, a los proyectistas les preocupaba colaborar en la construcción ordenada del barrio y por eso, entre todas esas necesidades, la chapa microperforada se mostró capaz de solucionar unas cuantas.
De entrada, delimitó el recinto sin encerrarlo. Los orificios de esa microperforación dejan, efectivamente, que entre luz y permiten, a su vez, que se cuele el aire. La chapa aísla, construye una fachada y permite envolver al inmueble (o el solar que este ocupa) con una piel cambiante y, en este caso, coloreada con los tonos ocres, verdosos y marrones de la futura vegetación del barrio con la que, algún día, espera confundirse el parvulario.
El edificio, de tres plantas, combina zonas de recreo –escalonadas en patios y terrazas- con aulas de juegos y zonas de servicio. Es en ese puzzle de espacios en el que la chapa, que actúa como verja y como quitamiedos en las diversas alturas, se convierte en fachada, protección y expresión del inmueble sumando a la vez seguridad y homogeneidad al poliedro triangular de la escuela.
Coste final: 2.000€/m2
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