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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aviso a tiranos

La cadena perpetua para el egipcio Mubarak representa un aldabonazo en el mundo árabe

En el mundo árabe sus dirigentes suelen estar todavía por encima de la ley, y sus crímenes, por lo general, quedar impunes. Por eso, por su excepcionalidad, es motivo de aliento la imagen del derrocado Hosni Mubarak, uno de sus más perdurables y relevantes dictadores, haciendo frente a la justicia en el banquillo, sobre todo en contraste con juicios en ausencia como el del tunecino Ben Ali, inmunidades impresentables como la del yemení Saleh o muertes tan sórdidas como las de Gadafi o Sadam Husein.

La cadena perpetua dictada ayer para el ex presidente egipcio por su papel en la represión popular constituye un serio aviso de ajuste de cuentas para los tiranos de la región, con Siria como ejemplo más insultante. Su simbolismo es profundo, a pesar de que la sentencia, cuya debilidad acusatoria es manifiesta, refleja los profundos claroscuros de una transición caótica y violenta, controlada por unos privilegiados militares que pretenden mantener muchas de las estructuras represoras del Estado que Mubarak dirigió férreamente durante 30 años. No es de extrañar que la condena del rais y su último ministro del Interior haya sido acogida con escepticismo popular, cuando no con abierta ira. Que el viejo orden permanece en buena medida en Egipto explica la absolución por el mismo tribunal de los altos funcionarios responsables de la muerte a tiros de más de 800 personas desarmadas en enero de 2011. Los jueces también han desestimado las acusaciones de corrupción contra el ex jefe del Estado y sus dos hijos.

La condena del esfíngeo Mubarak, más allá de su valor real para un hombre de 84 años, tendrá inevitables repercusiones en un momento político crucial. En dos semanas, tras una criba que ha eliminado las opciones liberales, los egipcios elegirán presidente entre dos polos opuestos. Los representan Mohamed Morsi, candidato de los otrora prohibidos Hermanos Musulmanes, ahora dueños del Parlamento, que ya ha pedido la repetición del proceso del rais, y Ahmed Shafik, militar, último primer ministro del autócrata derrocado y apuesta obvia de los generales, para quien la sentencia cierra definitivamente página y época. Del islamista muchos temen como presidente el secuestro de la revolución; del segundo, la amenaza de la contrarrevolución. Uno y otro intentarán llevar el agua de Mubarak a su molino electoral.

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