La revolución total
Todas las fotografía de Rose Skelton, ver roseskelton.co.uk
Hay sólo una cosa en Senegal más importante que el fútbol y eso es la lucha senegalesa (wrestling), como ya contó aquí Keyti en el post La venganza de los iletrados. Cada domingo, miles de seguidores ansiosos hacen cola durante horas fuera de los estadios de Dakar esperando para entrar y ver a su luchador favorito peleando contra a su oponente. El previo hasta la lucha puede tomar horas, incluyendo música, percusión, danza y diversas prácticas rituales y místicas como la ruptura de huevos de pollo en el ring.
Los luchadores, vestidos con capas de paños enrollados alrededor de la cadera, realizan calentamientos, mostrando orgullosos sus músculos y esperando aterrorizar así a sus oponentes para que se rindan pronto. La pelea misma a menudo sólo dura un minuto, antes de que el perdedor caiga de espaldas y quede derrotado sobre la arena. Hay tanta publicidad en la lucha que un combatiente de altura puede ganar 120.000 euros en una sola cita, cientos de veces más que el promedio del salario anual en Senegal.
Para celebrar el Día de la Independencia de Senegal, en abril pasado, un promotor organizó el partido más importante hasta la fecha en la corta historia de la lucha senegalesa. Hombres y mujeres en todo el país esperaron con impaciencia la pelea entre Yekini, el campeón indiscutible, rey del ring, y Balla Gaye II, la estrella joven, hijo de los tugurios. Yekini era el único al que Balla aún no había vencido; Yekini nunca había sido vencido.
Fui a ver la pelea en un bar local, donde los empleados se agolpaban alrededor de una pequeña televisión montada encima del escenario donde suelen tocan bandas en vivo. La calle fuera estaba vacía, todo el mundo se encontraba en el estadio o en casa viendo la lucha en la pantalla. Ni siquiera los autobuses pasaban.
"¿Qué lado es el de los fans de Yekini?", pregunté, y el camarero, sin despegar sus ojos de las imágenes, señaló el lado de la sala donde sólo se sentaba un joven. Uno solo. Fui a unirme a él. "Todo el mundo aquí va con Balla Gaye II", comentó el chico un tanto malhumorado. Creo que ambos intuíamos entonces, sin decirlo, que ese era el día en que Yekini, el campeón invicto, iba a caer, e iba a dar paso a la siguiente generación, esa que la población, de mayoría joven, quería en cabeza del juego.
Para la vieja guardia, el tiempo paracía haber pasado.
Efectivamente, Balla Gaye derrotó a Yekini en cuestión de minutos, poniendo fin a la carrera del rey y colocando una nueva cara en el podium de la lucha. El país lo celebró con júbilo; un puñado de personas esa noche murieron de ataque al corazón de la conmoción y de tan intensa emoción vivida. Otros en la calle, muchos saltaron a sus coches y recorrieron la ciudad, lo llamaban "la revolución total". Yekini, el antiguo campeón, había caído y una cara nueva y joven ocupaba el poder. Con Abdoulaye Wade, el antiguo Presidente, también desaparecido, el país podía, al fin, respirar y disfrutar de un nuevo comienzo.
Durante esos meses, el aire en el país era denso; todos sentíamos la presión del disgusto de la población, de las protestas, que se sucedían día tras día. Pero sobre todo fue dura la sensación de que nos estábamos dirigiendo sin remedio no sólo a otro mandato bajo Wade, sino que importantes instituciones del país, como los tribunales, estaban corruptas, que ya no existía ninguna Justicia, que los poderosos podían hacer lo que les daba la gana.
Una noche de marzo, justo antes de la primera vuelta de las elecciones, un amigo muy activo en la oposición estaba en mi casa cuando recibió una llamada de teléfono del vigilante nocturno de su casa diciendo que cinco hombres habían llegado a su domicilio en su busca. Cuando habló con ellos por el teléfono, le dijeron que eran de la policía y debía regresar a casa, querían interrogarlo. Mi amigo no regresó, por supuesto, y más tarde descubrió que no se trataba de la policía, sino de matones enviados por el partido gobernante para intimidarle y debilitar así a los miembros de la oposición. Durante un tiempo no sabíamos qué límites estaban dispuestos a traspasar aquellos que intentaban permanecer en el poder a toda costa.
Pero prevaleció la voluntad del pueblo y Abdoulaye Wade quedó fuera por una abrumadora mayoría. Macky Sall prestó juramento durante una ceremonia breve y modesta en abril y desde entonces ha hecho algunos movimientos valientes para poner en orden las finanzas del país. Esta semana cerró 59 instituciones públicas por ser consideradas ineficientes. La semana pasada publicó los sueldos de todos los funcionarios públicos y prometió recortarlos, incluídos los de los ministros. También declaró su propia riqueza privada. Ha rebajado el precio de alimentos básicos, recuperado centenares de vehículos de lujo con los que Wade sobornó a sus partidarios, y ha ordenado una auditoría del sector energético del país para encontrar la manera de paliar la crisis de energía que ha acosado a Senegal durante años. Ah, y ha puesto a la venta el avión presidencial.
El optimismo ha regresado a Senegal. El sentimiento de que el orden y la justicia están sobre la mesa tras años de incertidumbre. Amigos míos que han pasado años en el extranjero estudiando o poniendo en marcha empresas están listos, dicen, para regresar e invertir en negocios en casa. El arte y la música reviven una vez más, y con renovado sentido del disfrute. Se han ido Abdoulaye Wade y su tripulación nepotista, y un nuevo y joven presidente gobierna el país. Con Yekini marchándose también y Balla Gaye II como nuevo rey del ring, Senegal ha vivido una revolución completa.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.