Trabajar bien o mal
He tenido albañiles, pintores, electricistas y fontaneros reformando el salón y la cocina de casa. Españoles, rumanos y ecuatorianos a tercias han sido puntuales, eficientes y respetuosos en el trato. No se han estorbado, sino al revés, y viendo la fluidez de sus movimientos, su seguridad y precisión parecían a veces la coreografía de un ballet. Al final han recogido escombros cartones y plásticos y han dejado todo funcionando.
Mientras tanto, el Gobierno propone blanquear dinero robado a cambio de un 10%; se indemniza a Rato y a Olivas por hundir sus Cajas; el ministro Guindos menosprecia al Banco de España y contrata en su lugar dos empresas privadas con historial delictivo; la presidenta Aguirre miente en su déficit y el ministro Montoro dice que no son engaños, sino transparencias; los vocales del CGPJ piden que dimita el que denunció corrupciones... Yo sé que buenos, regulares y malos profesionales los hay a cualquier nivel, pero la zafiedad, holgazanería y descaro abundan mucho más en la alta política y judicatura que en la clase obrera. Y no sé por qué. Díganme si no les parece de todo punto inconcebible que tras una reforma casera tire uno de la cisterna y se apaguen las luces, o que abras la llave del gas y dé vueltas la lavadora; y en cambio aceptamos resignados que al tocar la tecla de la más alta dignidad de nuestros altos cargos suene, en vez de honradez ejemplar, una vulgar desvergüenza.— Jaime de Nepas.
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