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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Veinte viajes a Marbella

"A quien sí hemos visto con un cierto don de la oportunidad es a Rajoy, que por fin ha hablado en un bar atestado de periodistas para quejarse de Europa, y no del triste final de Donna Summer"

Boris Izaguirre
Donna Summer, sometiendo al público al vuelo de su vestido de leopardo, en una actuación en Los Ángeles, en 1979.
Donna Summer, sometiendo al público al vuelo de su vestido de leopardo, en una actuación en Los Ángeles, en 1979.AP

“Veinte viajes a Marbella” podría ser el título de un éxito de verano. Interesante que un juez del Tribunal Supremo insista a través de estos viajes en promover la idea de acercar la capitalidad judicial del país a Marbella. Estamos en un tiempo de cambios donde no paran de suceder cosas. Hollande se estrena como el primer presidente empapado de la historia. Sube a un avión hacia su primer encuentro, tormentoso pero cordial, con la implacable Merkel y un rayo le alcanza en pleno vuelo. Hollande deja de ser un hombre normal, pasa a ser un pararrayos, un personaje shakesperiano en medio de la tempestad. Rayos y truenos. Es bajo esta luz como debemos ver las actividades público/privadas del juez Dívar con cargo al presupuesto del Tribunal. Si en realidad somos un país solar con propensión a la parranda, no estaría mal que el Tribunal Supremo se traslade a Marbella, eso sí, con guardaespaldas. Durante el día, un poquito de leyes y papeleos. En la tarde, solecito y pescaíto frito, y en la noche, ¡ay, en la noche!… una rebequita para cubrir las espaldas. A Dívar que son dos días.

La salida a Bolsa de Facebook ha revitalizado el mercado de multimillonarios. Por fin un rebrote verde, y qué pena que como país no se nos haya ocurrido invertir en la red social favorita. Da coraje que los escoltas de Dívar no le hayan orientado en esta superinversión en vez de gastarse los euros en hoteles. Está claro que no tenemos cultura de inversores.

Pero a quien sí hemos visto con un cierto don de la oportunidad es a Rajoy, que por fin ha hablado en un bar atestado de periodistas, y lo ha hecho para quejarse de Europa y no del triste final de Donna Summer. Fue la reina de la música disco y su muerte es el fin de una era que consigue mantenerse fresca en bodas, bautizos y festejos. El reinado de Donna comenzó en la República Federal de Alemania y se extendió en la república federal americana. Eso demuestra no solo la fortaleza de su talento, sino también que reinas y repúblicas no son tan incompatibles.

Como súbdito catódico, tuve la oportunidad de conocerla cuando acudió a Crónicas marcianas. Pese a que había perdido para siempre el favor del público gay (hizo unas declaraciones homofóbas en plena época del sida, mucho antes de que el obispo de Alcalá recurriese a similares argumentos), quise ofrecerle un homenaje. Pedí flores blancas. La producción del programa consiguió margaritas. Unas margaritas más de la época Guindos que del esplendor Aznar que entonces vivíamos. El rostro de estupefacción de Donna ante esas tristes margaritas me hizo pensar que la televisión no siempre distingue qué es de calidad y qué de oferta.

Diferencias que no todos tenemos claras. Telma Ortiz, otro ejemplo, no se sabe si es personaje público o una mujer privada de su intimidad por lazos sanguíneos. Un supremo melón tan difícil de abrir como el del alto tribunal. Aun sin ser aristócrata, actriz o superventas, Telma sí ha conseguido ser portada de ¡Hola! con muletas. Y eso que se trataba de su segundo matrimonio eclesiástico, algo que no le ocurre al común de los mortales. La princesa Letizia no acudió. Parece que en la Casa del Rey, con su viaje hacia la transparencia, ella haya pasado de la opacidad a la invisibilidad. ¿Debía acudir como consorte o como hermana? ¿Los cuñados no pertenecen al círculo privado? Qué difícil ser hermana cuando además eres princesa. Qué difícil ser princesa cuando también eres hermana. Es un equipaje que siempre tienes que facturar.

El presidente del Comité Olímpico Español, el querido y paciente señor Blanco, acudió a la radio esta semana a explicar que lo que habíamos visto como equipamiento olímpico, unos modelos que parecían ofrecer un homenaje a la colección rusa de Yves Saint Laurent de los años setenta pero en clave deportiva, no era el definitivo equipamiento de nuestro equipo, sino unos bocetos que servían para acariciar la calidad de los tejidos y su capacidad de adaptarse a las exigencias técnicas del estrés olímpico. La explicación fue correcta, pero desdibujada. Saltaba la sensación de que en realidad estos trajes sí se realizaron, pero que ante la magnitud de la polémica se están fabricando otros nuevos en tiempo récord. El presidente insistió en que eso está en el filo de lo imposible. Pero debería verse como un reto. Al parecer, hay que tomar medidas a todos los deportistas, que son muchos; una actividad solo comparable a la que deben experimentar los sastres de la Guardia Suiza, que es otro colorista equipamiento que debe hacerse a medida. ¡Pues es el momento de tomar medidas!

La clave puede estar en que antes este equipamiento se facturaba, también, como los hoteles del personal del Tribunal Supremo en Marbella, al presupuesto público. Ahora, en la era de las tijeras, la única política para vestir a nuestros deportistas es la iniciativa privada, que en castellano dicen sponsoring. Todo fue bien en la explicación hasta que surgió ese dilema. ¿Y si después de haber demonizado la equipación que era un boceto, cuando veamos la nueva, va a ser que nos va a gustar más la demonizada? Sobre todo, al ver girar las faldas rusas en la pista de baile al ritmo de Love to love you baby.

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