La liberación de Hillary Clinton
Puede que hasta ahora solo lo pensara pero se lo callara. Pero siempre hay una última gota que colma el vaso, no siempre la más gorda ni la más importante ni con la que se esperaba el desbordamiento, sencillamente es la última, la que provoca el 'hasta aquí'. Acostumbrada a soportar comentarios, 'masters' sobre estilismo no pedidos e incluso portadas de periódicos -sensacionalistas pero periódicos al fin y al cabo, y de gran tirada-, la jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, ha dicho lo que tenía ganas de decir, que le importan muy poco -o nada, lo que pasa es que su posición no le permite expresar lo que siente en términos relacionados con un vegetal verde llamado pimiento- los comentarios sobre su aspecto físico.
"Me siento muy aliviada de estar en esta etapa de mi vida", declaró Clinton la semana pasada en un programa de CNN tras la última revelación de su poco cuidado con la imagen. Las instantáneas que provocaron la confesión de la secretaria de Estado mostraban a una Clinton con sus gafas de pasta -"gruesas", decían los titulares, como si eso fuera un pecado cuando es el último grito de la moda-; sus visibles arrugas -se las ha ganado, son años vividos, y las más amargas se las provocaron los errores de otros, léase infidelidades coyungales conocidas y confesadas a nivel planetario-; y unos labios pintados sin escuadra y cartabón. "Si quiero llevar mis gafas, llevo mis gafas. Si quiero peinarme el pleo hacia atrás, me lo pongo hacia atrás. Sabes que hasta cierto punto es tan solo algo que no merece mucho tiempo y atención", alegó la secretaria al ser preguntada por su imagen durante un viaje oficial a India y Bangladesh.
Hillary Rodham Clinton vive una etapa dorada. A sus 64 años ha decidido dejarse larga la melena -en contra de todos los usos y costumbres- y corta la angustia por vivir pendiente del 'qué dirán'. "Acabas por darte cuenta de que mucho de lo que pasa en tu vida está fuera de tu control", declaraba hace un tiempo la secretaria de Estado. "Lo único que controlas es cómo reaccionas".
Clinton durante su etapa universitaria
Y en eso está Clinton. En reaccionar ante lo importante. Y desde luego, según su último estado de opinión, lo que digan sobre su pelo, su maquillaje o su escote es del todo irrelevante -sí, tambiñen hubo 'escote Gate' hace unos años-. "Si otros quieren preocuparse por todo eso, les dejo que se preocupen ellos, para variar", espetó toda ufana una Clinton relajada y segura de sí misma. Sobre la última fotografía, el diario The Washington Post opinó que parecía "una colegiala"; la FOX aprovechó para hacer sangre y pontificó que parecía "distraida y cansada".
Mucho se ha escrito sobre la transformación de patito feo a cisne de la actual dama de la diplomacia de EE UU. Parece imposible de evitar. En cuanto una mujer tiene visibilidad y poder, en algún momento de su ascensión hacia su particular techo de cristal alguien -o todos- opinarán y escribirán sobre sus preferencias a la hora de elegir un modisto o su gusto por la mecha, la media melena o el corte 'a lo garçon'. Nunca sucede con el sexo opuesto -excepto si es gay, con lo cual ahora todo el mundo sabe de quién son los trajes que luce el secretario social de la Casa Blanca, Jeremy Bernard- pero nadie hubiera sabido de los calcetines de Wolfowitz si no hubiera sido porque se vio que los tenía rotos al quitarse los zapatos al entrar en una mezquita en Turquía. Como nunca sucede que al líder masculino se le conozca por su nombre y sin embargo las mujeres con poder son Hillary, Condi, Soraya, Trini -este caso es más sangrante porque solía ser La Trini-...
Clinton ha sido considerada en al menos dos ocasiones una de los 100 abogados más influyentes de EEUU y sin embargo la gente sabe más sobre su 'divorcio' de las gafas, al que se vio obligada al apostar -y ganar- su marido, Bill Clinton, por la Casa Blanca. Cuando estalló el escándalo de WikiLeaks, la revista Harper´s Bazaar asumió que el público tenía más curiosidad por saber cuál era la marca del enorme bolso color rosa chicle que suele pasear a Clinton -"me encanta, e igual lo llevo en primavera que en enero", dijo entonces Clinton, provocando un nuevo cisma en la moda- que sobre la estrategia desarrollada por el Departamento de Estado para atajar la crisis desatada por Julian Assange.
Rush Limbaugh, fanático reaccionario de derechas y locutor de radio desde donde ejerce los anteriores atributos, dijo durante la campaña de 2008 la siguiente razón para no elegir nunca a una mujer para la presidencia de EEUU: "¿Pero de verdad a alguien le apetece ver, cada día, envejecer en directo a una mujer?"
Señor Limbaugh, sí. Y apuesto a que son legión quienes ya preparan el eslogan para Hillary 2016, ya que en esta ocasión no podrá ser. Con coleta, con pinza en el pelo, con gafas, maquillaje o cara de cansada. Hillary Clinton se ha liberado. Y le damos las gracias por ello.
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