El declive de Europa
Hace unos días recordaba una vez que acompañé a mi padre al taller de la SEAT. En el año en que yo cumplía ocho, me convertía también en ciudadano europeo y de aquella visita tengo muy vivas en la memoria unas banderas adhesivas con los países miembros que me llevé a casa de regalo. Crecí y estudié con la idea de Europa en mayúsculas en mi cabeza, con la idea de compartir un gran proyecto de alianza humana al lado del mundo y contra un pasado nefasto. Siempre con un anhelo de poder acudir un día a las urnas y tener la opción de elegir ideas sin la limitación del idioma. Hoy siento una gran frustración en el límite de la vergüenza de ser europeo, sin dar crédito a la falta de perspectiva imperante y con gran pesar ante la posibilidad de que la gran familia se rompa. Democracia, Unión Europea y euro pasaron por delante sin traer mucho más que ilusiones transitorias. El poso es escaso e insuficiente, sin haber sido capaz siquiera de fomentar la meritocracia. Aquellas banderas han perdido el color y tampoco dan crédito al dantesco espéctaculo europeo. La historia no va a perdonar.— David Martínez Turégano.
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