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Tribuna
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Ficciones útiles

Con la serie Holocausto hay un antes y un después en la evocación memorial de los traumas de naturaleza política

En la semana del 16 al 19 de abril de 1978 los hogares estadounidenses quedaron conmovidos por la serie televisiva Holocaust. Se trataba de un producto dirigido por el eficaz y legendario Marvin J. Chomsky, quien se había ganado una merecida reputación con las series Star Treek (1968), y Roots (Raíces, 1977). La audiencia de Holocaust alcanzó un 71% de cuota de pantalla, 130 millones de estadounidenses.

Surgieron voces críticas. Aducían que era una lamentable versión del genocidio al uso de Hollywood. No cabe duda que Holocaust era una serie orientada a gestionar emociones, y tal vez por ello puso el tema en la agenda popular, al fin y al cabo, la estimación de espectadores de la serie en el mundo a fines de 1979 fue de 500 millones. En cualquier caso, con Holocaust hay un antes y un después en  la evocación memorial de los traumas de naturaleza política, y esa linde reside en que por primera vez se ofrecía el punto de vista de las víctimas, el espectador era invitado a vivir junto a ellas.

Cuando Holocaust fue emitida en la República Federal, el país de los culpables, entre el 25 y el 30 de enero de 1979, Helmut Köhl, presidente del Parlamento Federal y líder de la oposición cristiano demócrata, pidió la retirada de la serie con un argumento clásico: provocaría el enfrentamiento entre nietos y abuelos, pero el gobierno socialdemócrata mantuvo la programación y el 70% de alemanes mayores de 16 años siguió la serie, alcanzando una audiencia estimada en 20 millones de espectadores. En la primera noche de emisión la central telefónica de los estudios de televisión recibió 30.000 llamadas. Sammy Maedge, un ciudadano de Colonia, se plantó en la céntrica Walleafplatz portando una gruesa caja de cartón en cuyos costados denunciaba el olvido del edificio El-DE Haus —sede de la Gestapo en la ciudad—, y exigía que fuese convertido en un centro para la memoria de la persecución; El-DE Haus es hoy un espléndido centro memorial con múltiples actividades, y en su sala principal conserva, como pieza patrimonial más relevante, la vieja caja de cartón con la que todo comenzó. Por otra parte, hasta la década de los ochenta el holocausto no fue un tema principal para los historiadores alemanes; claro que lo habían tratado, pero como una metáfora del genocidio en general y no como una expresión concreta de genocidio, por lo que su aportación empírica era prácticamente irrelevante en comparación a la que ya entonces había efectuado la historiografía estadounidense. Sin embargo, la presencia del tema en el espacio público contribuyó a que la historiografía alemana se distanciara de su predilección en discutir sobre fascismo y totalitarismo y dirigiera su atención a las causas y mecanismos de la Shoá. Las reacciones dieron para un libro colectivo con un subtítulo revelador: “Una nación consternada”. Quizá fue por esa consternación que el gobierno de Helmut Schmidt tomó la decisión inmediata de prolongar la fecha de prescripción de los crímenes nazis.

La estimación de espectadores de la serie en el mundo a fines de 1979 fue de 500 millones

Holocaust cruzó Europa y llegó a una España parlamentaria y preconstitucional donde el interés por el pasado contemporáneo de violencia y dictadura era una realidad. En ese contexto Holocausto fue emitida entre el 22 y 29 de junio de 1979 y alcanzó una audiencia estimada entorno los 16 millones de espectadores. Las salas de cine de importantes ciudades españolas advirtieron tal descenso de taquilla que la prensa lo calificó de fenómeno, al tiempo que la inefable patronal barcelonesa notificaba a Europa Press que la emisión había perjudicado la economía española puesto que las noches de aquella semana registraban mayor consumo energético, y además “los obreros llegaban cansados al día siguiente”.

No todo era pintoresco, en seguida asomaron conexiones peligrosas: en Canarias, Diego Talavera informaba que la serie había abierto la cuestión de la represión franquista en el archipiélago recordando la Brigada del Amanecer y su terror falangista, los campos de concentración de La Isleta y del Lazareto de Galdo, o la Cima de Jinámar, un cráter volcánico donde fueron arrojados vivos los detenidos antifranquistas en número aún hoy desconocido. En la ciudad de Palma aparecieron numerosas esvásticas y el tradicional “judíos no”; también aparecieron escritos del mismo tono firmados por la organización fascista CEDADE en Madrid, Barcelona y otras localidades. Lo más elocuente fue el desinhibido mensaje escrito frente al Ayuntamiento de Lugo en el segundo día de emisión: “Holocausto= fachas=UCD=AP”. La ecuación exhibía las molestias que podían derivar de la serie.

La Vanguardia definió bastante bien la situación: “En el peor de los casos Holocausto habrá servido para abrir a nivel popular un debate sobre los crímenes del nazismo, que en nuestro país había permanecido apagado o difuminado por motivos que en este momento no es necesario recordar”.

Ricard Vinyes es historiador.

 

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