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LA CANTANTE DE LA DISCORDIA

Odiar a Lana del Rey, el pasatiempo global

Alcanzó la fama en solo tres meses con un 'videoclip' casero en YouTube, 'Video Games' A la misma velocidad fue lapidada en la red, sobre todo por los mismos que la encumbraron Su fenómeno intriga por igual a ‘The New Yorker’ y a ‘Cuore’. ¿Por qué tantos aman odiarla?

Lana del Rey, en un plató de Canal + Francia el pasado 30 de enero en París.
Lana del Rey, en un plató de Canal + Francia el pasado 30 de enero en París.LIONEL BONAVENTURE (AFP)

En algunos bares y redes sociales frecuentados por modernos, defender a Lana del Rey es como mentar al autor de El código Da Vinci, Dan Brown, en un club de lectura de Cambridge: puedes acabar con la cucharilla del té clavada en la córnea. Odiar a esta neoyorquina se ha convertido en todo un pasatiempo global. Y lo ha hecho a la despiadada velocidad que impone Internet, cuna y cadalso del fenómeno.

Este verano, Lizzy Grant (verdadero nombre de Lana del Rey) colgó en YouTube un videoclip casero de su sencillo Video games supuestamente realizado por ella, que primero enamoró a los modernos y que, tras más de 20 millones de visitas, la catapultó a la fama mundial. En tres meses, los diseñadores y las revistas de moda bebían los vientos por ella. Pero con la misma intensidad y rapidez con la que se produjo su ascensión (y quizá en parte debido a ello) empezaba su lapidación en la Red. Antes incluso de que su primer trabajo llegara a la calle. ¿Sería este el bluf más corto de la historia del pop?

El recibimiento de los críticos a Born to die, su álbum de debut publicado en enero, lo sintetizó Kitty Empire en The Guardian. Quizá no fuera Billie Holliday, pero tampoco una farsa como Milli Vanilli. Con todo, el debate estaba servido.

El punto álgido de su defenestración tuvo lugar durante su riguroso directo en Saturday Night Live, emblemático programa de la televisión estadounidense. Su voz áspera y retro, tan seductora en sus grabaciones, se reveló demasiado grave y a ratos desafinada. La actriz Juliette Lewis tuiteó: “Ver a esta cantante en SNL es como ver a una niña de 12 años en su habitación fingiendo que actúa”. El comentario fue el primero de miles que cuestionaban su talento y se preguntaban si detrás de un producto tan perfecto desde el punto de vista mercadotécnico había realmente algo de alma.

Porque Lana, que actuará en el festival barcelonés Sónar en junio, parecía tenerlo todo. Un físico imponente pero no vulgar. Un estilo compositivo melancólico que recuerda a la diva del folk alternativo Cat Power. Una propuesta comercial y, al mismo tiempo, alternativa a la de las ubicuas Gaga y Rihanna. Y una historia que parece sacada de un guion de Hollywood: chica nacida en un pueblo de 2.800 habitantes, Lake Placid, es enviada a un internado por rebelde. A su vuelta, se matricula en la Universidad de Nueva York, pero “no termina de encajar”. Tiene “otras prioridades”, y se dedica a leer y a escribir por su cuenta, hasta que un productor la descubre tocando en un bar. Todo según su propio relato a GQ.

El Kelly, el Birkin y el Del Rey

Hace mucho que las estrellas saben que es difícil vivir de vender discos. Lana del Rey, tan precoz en todo, no podía retrasar el momento de rentabilizar su propia marca más allá de la música. Y en este camino se ha cruzado con una industria adicta a la rapidez: la moda. Como hiciera Hermès con Grace Kelly o Jane Birkin, la firma británica Mulberry ha bautizado a uno de sus bolsos para la próxima temporada otoño-invierno 2013 con el nombre de la cantante. A cambio, Del Rey atrajo la atención de los medios sobre el desfile de la marca en Londres y su posterior fiesta.

Emma Hill, directora creativa de la firma, explicaba a WWD que lo que le había seducido de la artista era “su belleza nostálgica y su aspecto ‘retro’ a la vez que moderno”. Una tríada sobre la que ha construido su imagen con muy buenos resultados, al menos de momento. Las marcas comienzan a disputarse la oportunidad de vestirla y enviar, posteriormente, un comunicado anunciándolo a todos los medios especializados. Si en ese campo consigue reproducir los mismos ritmos que en la música, quizá dentro de unas horas Del Rey sea coronada como nuevo icono de estilo.

Con 25 años, Del Rey reúne los elementos adecuados en su medida exacta para triunfar. Demasiado bueno, quizá, para ser creíble. La principal acusación que esgrimen sus detractores es esa, la de ser un producto prefabricado, algo tan insólito en el pop como los tatuajes en el fútbol. A modo de prueba blanden desde sus labios supuestamente siliconados (ella lo niega) hasta su primer y mucho menos sofisticado disco, Lana del Ray A.K.A. Lizzy Grant (sí, del Ray), publicado en 2010 y que actualmente se encuentra descatalogado.

Hipster Runoff, uno de los blogueros con mayor predicamento en el mundo indie, se ha convertido en su archienemigo más virulento y viral: “Es solo una cantante mainstream [comercial] fracasada a la que un sello con mucho dinero ha transformado en una nueva marca. Y es la artista que más ha dividido a la escena indie en años”, alega.

En el bando opuesto se encuentra el primer ministro británico, David Cameron, que ha confesado ser fan. Y si eso es bueno o no para su imagen, baste imaginar el efecto que tendría la presencia de Mariano Rajoy en un concierto de Bebe. De momento, la prensa británica ha calificado esta declaración del político como el “beso de la muerte”.

Lana insiste ahora en presentarse como una chica natural que vive en el sofá de su exnovio y hace de babysitter de los hijos de sus amigas. Nada que ver con la autodefinición de “Nancy Sinatra gánster” que usaba en sus primeras entrevistas. La clase de comentarios que, a ojos de sus detractores, suenan a niña que repite en voz alta la lección que su padre, casualmente experto en marketing de Internet, le ha obligado a memorizar.

“Sus letras parecen los pósits de una reunión de publicistas. El disco tiene melodías redondas y armónicamente ricas. Pero el personaje de Del Rey, independientemente de que sea auténtico o no, es tan inconsistente que se desvanece entre sus millones de fotografías”, argumenta el crítico Sasha Fere-Jones, del semanario The New Yorker,

Todo lo que toca Lana se convierte en noticia. Por eso su meteórico fenómeno ocupa el mismo número de páginas en The New York Times que en Cuore. De hecho, se ha hablado tanto sobre ella que, en un mundo digital donde los trending topics tienen una esperanza de vida de 13 minutos, cabría preguntarse si Lana del Rey no se ha quemado antes incluso de madurar o si le quedan más de dos hashtags.

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