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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

De oca a oca... al pueblo somalí nunca le toca

Autor invitado: Alex Prats (*)

El pasado jueves 23 de febrero se celebró en Londres una nueva conferencia internacional sobre Somalia. Como parece que cabe esperar de cualquier cumbre internacional que se precie sobre este país del Cuerno de África, el Primer Ministro Británico David Cameron dio la bienvenida a los asistentes definiendo Somalia como un claro ejemplo de Estado fallido, un territorio desintegrado cuya población sufre de nuevo los efectos de una importante crisis alimentaria, un país donde campan a sus anchas extremistas islámicos, terroristas y piratas.

En los últimos 25 años se han celebrado una veintena de conferencias internacionales sobre Somalia y se han producido cuatro intervenciones militares. El resultado de todo ello ha sido decepcionante, y todo parece indicar que la cumbre de Londres de la semana pasada está también llamada al fracaso. Lamentablemente, es muy improbable que se encuentren buenas soluciones cuando hay pereza mental para comprender bien en qué consiste exactamente el problema.

Después de revisar algunas de las declaraciones previas a la conferencia y leer su Comunicado Final, creo que no estaría de más que alguien les recordara a David Cameron, Hillary Clinton y Ban Ki Moon, entre otros, estas cinco cosas.

Nadie debería sorprenderse del fracaso del Gobierno Federal Transitorio (GFT), establecido en 2004 y cuyo mandato termina en agosto de este año. Si las soluciones impuestas desde fuera no suelen funcionar, en Somalia todavía funcionarán menos. Es evidente que el GFT nunca ha logrado ser percibido por la población como un gobierno legítimo.

Somalia puede ser un Estado fallido, pero no es una Sociedad fallida. Sería bueno un cambio de enfoque y que las cumbres futuras empezaran hablando de las cosas que funcionan en Somalia, donde el sector privado, uno de los más dinámicos del continente, ha logrado, por ejemplo, importantes avances en ámbitos como el comercio, las comunicaciones y la ganadería. Casi siempre resulta útil construir sobre lo que funciona.

La solución a la crisis somalí sólo puede encontrarla la propia población somalí a través de un proceso de consulta y negociación en el que participen todos los actores representativos. Todos son todos, no sólo los actores que son del agrado de Occidente. Marginar a los grupos definidos como ‘extremistas islámicos’, y concretamente a Al-Shabab, no parece lo más inteligente. La definición de Al-Shabab como grupo terrorista, sumada a la creciente militarización de la intervención occidental (la conferencia ha aprobado un aumento de tropas), no hace sino contribuir a reforzar el posicionamiento de Al-Shabab como un verdadero movimiento de resistencia nacional. ¿Es esto lo que más conviene?

Occidente debe estar preparada para aceptar cualquier destino que la población somalí elija para sí misma, incluida la posibilidad de renunciar a un Estado centralizado. De hecho, la población somalí ha funcionado durante siglos sin Estado, organizada en torno a clanes, regida por leyes tradicionales y por el Islam. Estas tradiciones sobreviven, por lo que es necesario construir sobre las mismas para lograr un mínimo aceptable de estabilidad política y social, como lo demuestran en la actualidad los casos de la República de Somaliland y la región de Puntland. Occidente debe apoyar y facilitar procesos internos, y debe hacerlo sin ideas preconcebidas acerca de la soluciones.

Sería aconsejable que la comunidad internacional hiciera un mayor esfuerzo por intentar comprender las causas, y no sólo los efectos, de la crisis somalí. Dedicar un cuarto del comunicado de la conferencia en Londres a la piratería y el terrorismo da pocos motivos para el optimismo. En la versión de los hechos que más predomina en Occidente parece que el origen de todos los problemas esté en la caída del régimen de Siad Barre en 1991. Empezar por ahí es empezar por el sitio equivocado. Vayan para atrás, buceen sin miedo, que no hay piratas que temer en las aguas del tiempo. Eso sí, descubrirán asuntos feos –como, por ejemplo, que algunos de los problemas actuales tienen que ver con el apoyo de Estados Unidos al propio régimen de Barre durante parte de los años de Guerra Fría-, pero seguro que en el pasado aprenderán cosas útiles para el presente y el futuro.

La comunidad somalí en Gran Bretaña se manifestó en Londres el pasado 23 de febrero, ante la conferencia sobre Somalia que reunió a representantes de 50 países. Fotografía de Justin Tallis/AFP

La próxima conferencia internacional sobre Somalia tiene ya fecha y lugar. Será el próximo mes de junio en Estambul. Hasta entonces, para amenizar la espera, pueden ir viendo, si no lo han hecho ya, la película ‘Black Hawk Down’ (sobre el estrepitoso fracaso en 1993 de la intervención estadounidense Restore hope), y leyendo el ultimísimo libro que se ha escrito (‘Getting Somalia wrong? Faith, war and hope in a shattered state’, de Mary Harper) o el informe que acaba de publicar Oxfam (‘Cambiar el enfoque. Hacer que los intereses del pueblo somalí sean una prioridad’).

Dice Cameron, en línea opuesta al título del informe de Oxfam, que es principalmente por nuestro propio interés y seguridad que Occidente debe preocuparse por Somalia. Esa es la verdadera prioridad. Se trata de un interés ciertamente legítimo, pero que conlleva una determinada forma de ver las cosas. Es difícil, sin embargo, que la política sea útil si se construye sobre la base de etiquetas que impiden tanto comprender los verdaderos retos como vislumbrar las posibles soluciones.

Especialmente, cuando las etiquetas –digámoslo claro- son desacertadas.

(*) Alex Prats es de Barcelona y reside en Londres. Trabaja desde hace ocho años en Intermón Oxfam, los últimos cuatro como Director Regional de Africa del Oeste y Magreb; ahora se encuentra en excedencia, cursando un Master en Politica Africana en SOAS.

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