Villancicos
Mi proposición a los directivos de la CEOE, ahora que exigen la limitación del derecho a la huelga: volvamos a los orígenes, a la sacrosanta tradición de nuestros antepasados
Para los niños, un camión que haga mucho ruido. Como ahora en los chinos los hay muy baratos, si el año no ha sido muy malo pueden tener hasta luces. Para las niñas, muñecas rubias y morenas, con vestidos tan cursis como se pueda, mucha puntilla y mucho volante. Todo en cajas sobredimensionadas, que le den aire al juguete por todos sus lados, envueltas en papel brillante y decoradas con un pedazo de moña.
El menú, básicamente patatas. Patatas fritas, ensaladilla rusa, buñuelos de patata y tortilla española. Unos platitos de plástico con chorizo y salchichón cacahuetes, cortezas y botellas de refresco de dos litros, todo a granel. El alcohol, de garrafón y escaso, no vaya a ser que la resaca afecte a la productividad del día siguiente. La fecha, naturalmente, Navidad, para reforzar el carácter patriarcal del empresario, y subrayar que trata a sus empleados como a sus propios hijos, condescendiendo incluso a cantar villancicos con ellos después del turrón, si fuera necesario.
Esta es mi modesta proposición a los directivos de la CEOE, ahora que exigen la limitación del derecho a la huelga. Volvamos a los orígenes, a la sacrosanta tradición de nuestros antepasados, sin traspasar la línea roja de los capataces, eso sí, que haría muy mal efecto. Es mejor la caridad, la graciosa magnificencia de una fiesta navideña con puro y participación de lotería incluida. Además, haríamos patria. En muy poco tiempo, los juguetes destinados a los hijos de los trabajadores dejarían de ser de importación. Podrían fabricarlos en Alicante licenciados universitarios a los que no habría que pagar más de 400 euros al mes. Así, saldrían tan baratos como los chinos, la economía se asentaría en la senda del crecimiento y la competitividad, nos ahorraríamos una pasta en transportes y hasta podríamos exportarlos a Alemania. A ver si no.
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