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El último capricho veneciano de la familia Benetton

Los dueños de la marca de ropa construirán un centro comercial en un edificio renacentista de la ciudad italiana

Gilberto Benetton.
Gilberto Benetton.BENETTON GROUP

En los alrededores del Puente de Rialto, muchas tiendas han colgado en sus puertas un afiche del alcalde de Venecia, Giorgio Orsoni, besando a Gilberto Benetton, uno de los hermanos dueños de la firma de moda. La referencia es obvia: los comerciantes locales manifiestan su indignación ante el último capricho de la millonaria familia utilizando sus propias armas y haciendo alusión a la polémica campaña en la que aparecían importantes líderes políticos haciéndose arrumacos. El mensaje, en manos del pueblo veneciano, resume su descontento ante la decisión del municipio de cambiar las normas que regulan el uso público del patrimonio para permitir a los Benetton (también propietarios de un hotel y otros espacios comerciales en la ciudad lacustre) la construcción de un moderno centro comercial, en un edificio renacentista.

La justificación de Orsini es simple y llana: las arcas del Ayuntamiento se resienten por la crisis. Con ese argumento, ha facilitado al holding Edizione Srl, perteneciente a los dueños de la conocida marca de ropa la construcción de las tiendas y la que sería la terraza con la vista más privilegiada en la vieja urbe. A cambio, el municipio ha recibido seis millones de euros.

El inmueble será levantado en la Alhóndiga de los Alemanes (Fontego dei Tedeschi), un histórico edificio erigido en 1228 (y reconstruido en el siglo XVI) y que fue residencia y almacén de comerciantes germánicos en tiempos de La Serenísima República de Venecia. Se asoma al Gran Canal y está junto al puente de Rialto. La Alhóndiga, palabra de origen árabe, fue durante gran parte del siglo pasado propiedad del servicio italiano de correos. En 2008 los Benetton la compraron por 53 millones de euros.

El autor del proyecto es el arquitecto estrella holandés Rem Koolhaas, premio Pritzker en 2000. El edificio renacentista posee tres niveles que dan a un patio central. Allí Koolhass ha diseñado unas escaleras móviles que conducen a la zona comercial. En la azotea propone sustituir el tejado por una terraza abierta a la que en principio se podrá subir gratis y disfrutar allí de manifestaciones culturales, pero no siempre, sino, "al menos 10 veces al año”, según se lee en el documento firmado el pasado 28 de diciembre por el alcade Orsoni y Gilberto Benetton. Este es uno de los puntos de la discordia y que ha motivado a vecinos, intelectuales, arquitectos y estudiantes, a organizarse y pedir cuentas a quienes los representan.

Venecia es una ciudad-museo al aire libre, con apenas 60.000 residentes, la mayoría ancianos. La visitan alrededor de 20 millones de personas al año. “No tengo nada contra el proyecto. El problema es que el municipio chupa el dinero y nos deja sin espacios. No tenemos un cine, faltan guarderías, gimnasios”, explica a EL PAÍS el arquitecto Vincenzo Casali, en la sede del Ateneo Veneto, un prestigioso centro cultural. El 16 de enero aquí se realizó un encendido debate entre todas las partes involucradas. No quedó ni una silla vacía. Acudieron unas 200 personas, gracias al grupo de la red social LinkedIn 40xVenecia, organizadora del encuentro y de la cual Casali forma parte.

“La Alhóndiga -continúa Casali- tiene un vínculo público y no puede ser monetizada para hacer caja durante unos pocos meses. Debe ser aprovechada por los ciudadanos los 365 días del año”. Casali teme que suceda como el cine San Marco y el teatro Ridotto, que eran de los venecianos, luego el grupo Benetton compró las propiedades y, con el paso del tiempo, desaparecieron.

Pietro Mariutti (izquierda) y Pierliuigi Borella
Pietro Mariutti (izquierda) y Pierliuigi BorellaM. F.

Los arquitectos Pietro Mariutti y Pierluiggi Borella nacieron y se criaron entre canales. Caminando por Rialto todos les saludan. Tienen su estudio en la zona de San Marcos y son fundadores de la Asociación de Arquitectos Venecianos. Han creado un fotomontaje en el cual figura una enorme azotea roja sobre el Palacio Ducal, justo donde se encuentra la sede de la Dirección General para la Conservación de los Bienes Culturales y Paisajísticos de Venecia, que al final debe dar la última palabra. La provocación de Mariutti y Borella va más allá de la ironía. “Si dan el permiso a Benetton de hacer una terraza en el Fontego ¿por qué no a nosotros? Queremos decir ‘alto’ al urbanismo contratado, a la idea de que si pagas puedes tenerlo todo”, dice Mariutti.

Cada día Borella y Mariutti conviven con “un exceso de normas” que les impide trabajar. “Yo no puedo cambiar el baño de mi casa porque no me lo permiten, tampoco puedo hacer una terraza en el último piso. Pero llega un arquitecto famoso y el municipio le permite realizar grandes proyectos”, comenta Borella.

El contexto de Venecia es delicado. “Hay que pedir permiso hasta para poner un clavo en la pared”, asegura Mariutti. Todos los edificios están clasificados según el tipo uso que desempeñen, explica Vincenzo de Nitto, arquitecto del departamento de urbanismo del centro histórico del municipio y sus islas. “La Alhóndiga es una estructura que necesita ser restaurada, sino se cae a pedazos. El servicio italiano de Correos la compraron en 1939 y alteraron violentamente su estructura interna”, explica Nitto.

El interlocutor en la laguna del estudio OMA (Office for Metropolitan Architecture), fundado por Koolhaas en 1975, es el joven arquitecto Ippolito Pestellini. Lleva dos años estudiando con “precisión quirúrgica” la nueva cara del palacio, que él mismo reconoce ha generado tantos anticuerpos. “Comprendo el enojo de los colegas venecianos, pero los beneficios de la transformación serán muy altos y los cambios mínimos”, comenta Pestellini en un video conferencia con este diario desde Rotterdam. “Queremos que la Alhóndiga sea un buen ejemplo de cómo usar en tiempos modernos el patrimonio histórico. No hemos pensado en un modelo revolucionario”, explica Pestellini. Una vez finalizadas las obras dará empleo a 400 personas. Pestellini defiende la criticada terraza. “Es una ocasión para dar la posibilidad de apreciar gratis el panorama desde un sitio espectacular, y al mismo tiempo, poder organizar conciertos y otras actividades culturales. Sin embargo, para poder sobrevivir la cultura necesita del dinero de los turistas”.

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