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Los bibliotecarios no olvidan a María Moliner

Ha tardado. Pero el tiempo no ha pasado en vano. Hace dos días se ha celebrado por fin el homenaje que algunos bibliotecarios querían tributar a María Moliner desde hace varias décadas. No lo hicieron en 1970, cuando se jubiló como bibliotecaria en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, su último destino desde 1946. Aquellos no eran tiempos propicios. La funcionaria María Moliner había sido sancionada, postergada e inhabilitada para cargos de confianza tras la victoria franquista, y el dictador se mantenía aún en el poder cuando ella se jubiló. Por fin, tras años de planificación salpicados de periodos de olvido, los organizadores han sacado adelante el homenaje: el salón de actos de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, su casa durante 24 años, acogió el 16 de enero una mesa redonda para evocar a la lexicógrafa y bibliotecaria. Al acto se sumaron el Centro de Ciencias Humanas y Sociales (con su valiosa biblioteca Tomás Navarro Tomás) y la red bibliotecaria de la universidad Politécnica de Madrid. Poco después el rector de la Universidad Politécnica, Javier Uceda, inauguró una exposición sobre la figura de la autora del Diccionario de Uso del Español en su doble vertiente de lexicógrafa y bibliotecaria. “Hoy, y aquí, siento a mi madre muy cerca”, confesó Carmen Ramón Moliner, hija de la ilustre bibliotecaria "Lo que acabo de oír me resulta muy próximo. Y algunas otras cosas me hacen ver a mi madre de otro modo", añadió. La exposición se mantendrá hasta el 30 de enero.

María Moliner es conocida y reconocida por su entrega titánica a su gran obra, el DUE, lo que la convierte en un personaje clave del siglo XX por su aportación a la lexicografía. Una obra que inició a los 51 años, en la segunda mitad de su vida. A su muerte, Gabriel García Márquez escribió en El PAÍS un artículo ya emblemático que ofreció al lector una visión literaria y a la vez universal de la lexicógrafa: “Escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”. Una obra de consulta ingente con definiciones claras, bien escritas y llenas de matices.

Pero antes de abordar el Diccionario, María Moliner se dedicó con intensidad y pasión a la difusión de la lectura pública. Aunque los comienzos de su trayectoria profesional tampoco fueron fáciles. Tras licenciarse en Historia por la universidad de Zaragoza, en 1922 ingresó por oposición, y con el número 7, en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Era la sexta mujer que accedía al Cuerpo, pero a pesar de contar con tan brillante currículo, sus primeros destinos no fueron los que deseaba.

Tras un primer año en el Archivo General de Simancas, se vio forzada a pedir el traslado a Murcia a causa de la mala salud de su madre, que vivía con ella. Necesitaba salir de la fría Simancas y el Archivo de la Delegación provincial de Hacienda de Murcia, donde había una vacante, se convirtió en una momentánea tabla de salvación. Antes había solicitado plaza en el Archivo Histórico Nacional, en Madrid, y le fue negada. María Moliner acariciaba la idea de volver a Madrid, donde se había formado de niña bajo el influjo de la Institución Libre de Enseñanza y donde había realizado parte del bachillerato por libre. Quería hacer el doctorado, alojarse en la Residencia de Señoritas que dirigía María de Maeztu y respirar el aire de superación intelectual que representaba la capital.

Las circunstancias la anclaron, sin embargo, a Murcia hasta 1930. Allí conoció, además, al catedrático de Física de la universidad murciana Fernando Ramón y Ferrando, con quien se casó en 1925. Unos años después, ambos dieron el salto a Valencia con sus dos hijos mayores. Pero Moliner se vio condenada a trabajar de nuevo en Archivo valenciano de la delegación de Hacienda, un puesto similar al que había desempeñado en Murcia. Su sueño, sin embargo, era ir a la Biblioteca Provincial de Valencia y en cuanto supo que se había producido una vacante, le faltó el aliento para dirigir la instancia oficial.

“Mi interés en solicitar ese traslado estriba en el deseo de abandonar ya el servicio en archivos de delegación de Hacienda, donde llevo prestándolo cerca de ocho, obligada por exigencias de residencia, pero siempre con el natural desagrado por tratarse de establecimientos en los que la índole puramente administrativa de los fondos hace que sea nulo el entusiasmo por el trabajo”, escribe al director general de Bellas Artes, Ricardo de Orueta. Naturalmente, se trata de una carta privada que Moliner dirigió a su superior tras haber realizado la correspondiente petición oficial. Estaba impaciente por cambiar de trabajo y como su marido había coincidió en una ocasión con Ricardo de Orueta y era una funcionaria resuelta y audaz consiguió que Fernando Ramón accediera a mandarle su carta manuscrita, acompañándola de una tarjeta de visita en la que el catedrático de Física se limitaba a decir que le enviaba la carta de alguien que quería manifestarle algo y que la firmante era su mujer. Una carta muy ilustrativa de los retos y reveses que afrontó la bibliotecaria para abrirse paso.

En esta carta, cuya copia se recoge en la exposición que acaba de inaugurarse sobre la lexicógrafa, Moliner expresa sin rodeos sus legítimas ambiciones profesionales y plantea algunos de los problemas que siguen pesando hoy: la dificultad de conciliar la vida familiar y laboral y la desigualdad de oportunidades entre hombres y mujeres dentro del mismo campo laboral: “Para un hombre resulta más fácil, una vez cumplidas las obligaciones de su cargo oficial, y, si estas no responden a su vocación, dar empleo a su capacidad sobrante en otras actividades más de su gusto. Pero, para una mujer, ya es bastante que pueda sustraer a las atenciones familiares, sobre todo en el periodo en que las obligaciones de la maternidad son más absorbentes, las horas que ha de dedicar a su cargo oficial y, por tanto, es más sensible que este sea tan árido y falto de espiritualidad, cuando ella tiene capacidad de entusiasmo por su labor y una vocación demostrada en la práctica de una determinada preparación”, añade. Una preparación, concluye, “con la que, en realidad, no guarda relación alguna el servicio a prestar en un archivo de Hacienda. Preparación, en cuanto a mí, que yo he procurado perfeccionar, dedicándome, por ejemplo, al estudio del alemán, que traduzco correctamente”.

Moliner expone sus razones con franqueza, proverbial en ella. Aunque su objetivo es darse a conocer y manifestar a su superior que lleva demasiado tiempo en archivos de Hacienda, es curioso cómo se adelanta al debate actual sobre las trabas que tienen las mujeres en el mercado del trabajo debido a la doble jornada laboral y doméstica. Hay que contar, además, con el contexto histórico y social: aunque la iniciativa de Moliner podría sugerir que busca cierto trato de favor, conviene aclarar que la relación entre De Orueta y su marido era poco relevante por lo que no cabe hablar siquiera de que trate de recomendarla. Ni siquiera solicita que atienda su solicitud, simplemente se ciñe a hacerle llegar la carta de su esposa. Moliner, tras disculparse ante su interlocutor por molestarle y distraerle con sus observaciones, se limita a pedirle que “procure, si lo cree justo, dar satisfacción a mi deseo que, por otra parte, es compatible con el de cualquier otro compañero que desee ser trasladado a Valencia”. No en vano recuerda que de ser ella trasladada se produciría al momento una vacante en el Archivo de Hacienda. Aunque esta última apreciación pueda hacer sonreír a algún lector, era algo rigurosamente cierto: archiveros, bibliotecarios y arqueólogos pertenecían al mismo Cuerpo, y, aunque ella prefiriera trabajar de bibliotecaria, no todos sus compañeros tenían esta inclinación.

Ricardo de Orueta le contestó de forma educada y aseguró que trataría con interés su caso, aunque ateniéndose a la legalidad. Quién sabe si no tenía otras cartas sobre su mesa. De cualquier modo, María Moliner no consiguió el ansiado traslado y permaneció en el Archivo de Hacienda. Sus jefes decidieron que prosiguiera allí, al desempeñar el puesto con eficacia. Pero la archivera recibió por esas fechas un regalo a su medida: al crearse las Misiones Pedagógicas, cuyo patronato presidía Manuel Bartolomé Cossío, uno de sus mentores en la Institución, Moliner se sumó con entusiamo a llevar libros a pueblos y aldeas. En el área de Valencia, pueblo a pueblo, estableció una red de 105 bibliotecas rurales, una experiencia que transmitió en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía que se celebró en Madrid en 1935. Se trataba de saciar el hambre de cultura de los que no tenían a su alcance suficientes libros y a la vez paliar el analfabetismo y la ignorancia de los que sospechaban todavía que el saber era un privilegio.

Moliner había nacido en Paniza (Zaragoza) el 30 de marzo de 1900. Formaba parte de una generación de pioneras que a raíz del decreto de 1910 había llegado a la Universidad haciéndose un sitio en un mundo de hombres. Tenía cuatro años cuando su padre, médico, se estableció en Madrid con su familia, primero en la calle Buen Suceso y luego en la de Palafox. Un poco más lejos, en el paseo del Obelisco (hoy Martínez Campos) estaba la sede de la Institución Libre de Enseñanza. Allí encontró María a sus mejores profesores: Bartolomé Cossío, Pedro Blanco, Américo Castro... Pero el abandono de su padre, que marchó a Argentina como médico de barco y no regresó, le obligó a reducir su estancia en el colegio apenas iniciado el bachillerato, a dar clases a otros compañeros siendo una adolescente y a marcharse de nuevo con su madre y sus hermanos a Aragón. Allí terminó el bachillerato y luego la carrera universitaria con brillantez, al tiempo que colaboraba en la manuntención familiar.

Su entrega a las bibliotecas de Misiones (tarea que hacía compatible con su trabajo oficial en el Archivo de Hacienda) marcó un antes y un después en su trayectoria. Más allá de su estricto trabajo de funcionaria, Moliner adquirió un peso específico en la política bibliotecaria de la Segunda República. Al desencadenarse el golpe militar de 1936 y la Guerra Civil, el rector José Puche le puso al frente de la dirección de la Biblioteca Universitaria de Valencia (de la que dependía, entre otras, la biblioteca a la que había querido ir destinada en 1931). A esta responsabilidad se sumó la dirección de la Oficina de Adquisición de Libros y Cambio Internacional. Desde estos puestos capitales, Moliner, gestora tenaz, diseñó el Plan para una Organización de las Bibliotecas del Estado. Conocido como el Plan María Moliner, esta reforma sólo se aplicó en parte a causa de la guerra, y quedó abandonada en un cajón tras la victoria franquista.

El día en que las tropas franquistas vencedoras entraban en Valencia, María Moliner asumió que tendría que volver a su rincón del Archivo de Hacienda. Allí quedó relegada tras la depuración hasta que en 1946 volvió a Madrid como responsable de la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Junto a su nueva mesa colocó su colección de macetas, ya que las plantas la acompañaban allí donde iba. La supina ignorancia y la consiguiente simplificación de la época favorecieron que la denominaran “la roja” siendo como era de ideas liberales en un sentido progresista. Los alumnos o profesores que se atrevían a traspasar entonces la biblioteca para pedirle libros o charlar con ella, comprobaban que a la bibliotecaria le gustaba tener cerca sus libros más queridos, a menudo abiertos por sus páginas más significativas. No soportaba que los mejores libros estuvieran ocultos en las vitrinas. No soportaba el vacío ni la inacción. Por eso una tarde de 1951, "estando solita" en su casa, transformó algunas de sus fichas de bibliotecaria en fichas destinadas a la investigación filológica. Hacía tiempo que deseaba hacer un Diccionario que resolviera de verdad sus propias dudas y las de los extranjeros que se acercaban a la lengua castellana. Así empezó la colosal aventura del DUE. Y como la pasión investigadora no tenía horarios, más de una vez la funcionaria se llevó a la biblioteca de ETSII su trabajo filológico. Así que se puede decir que el Diccionario creció también entre aquellas paredes. Allí donde ahora una exposición recuerda su tesón y su amor a la palabra.

El primer tomo de su diccionario se publicó en 1966 (y el segundo en 1967). Poco a poco los hispanistas hicieron correr la voz. Les gustaba más el Moliner que el de la RAE. En 1972 un grupo de académicos presentó su candidatura, pero no salió adelante. "Qué asco de misoginia y putrefacción", escribió Carmen Conde en su dietario al saber que no fue elegida. Una injusticia, teniendo en cuenta que había dedicado parte de su vida a modernizar muchas de las entradas del diccionario de la RAE. Moliner lo asumió con elegancia pero se negó a intentarlo de nuevo. No había ya mucho tiempo, además. En 1974 se manifestaron los primeros síntomas de su enfermedad. Avanzaba el alzhéimer, una cruel paradoja para quien había organizado el mundo con palabras y había dejado escritas para siempre miles de acepciones. Murió el 21 de enero de 1981 y el departamento que dirigía Javier Tusell en Cultura organizó un pequeño homenaje a su figura en la Biblioteca Nacional. Tras su muerte, la fama de su Diccionario, "el Moliner", no ha parado de crecer. Y es ya incalculable el número de institutos, bibliotecas y premios a la lectura que llevan su nombre. Ahora esta exposición cierra cuarenta y un años después su jubilación como bibliotecaria.

Inmaculada de la Fuente es autora de El exilio interior. La vida de María Moliner (Turner, 2011)

Comentarios

El feminismo no quiere imponer un matriarcado basado en la violencia contra el hombre, como ha sido el patriarcado hasta ahora. No desea dejarlos sin voto, ni violarlos en las guerras, ni mutilar sus genitales en pro de una tradición cultural, ni confinarlos en el ámbito doméstico, ni quiere matarlos por adulterio. El feminismo no pretende que los hombres sean propiedad de sus madres y luego de sus mujeres, ni desea que los hombres cobren salarios más reducidos, ni tampoco querría desterrarlos de las cúpulas de poder mediático, empresarial y político. No quiere traficar con cuerpos masculinos para el disfrute de los femeninos, ni desea que los niños varones estén desnutridos o abandonados en orfanatos, ni, por supuesto, promovería su marginación social o económica. Tampoco vetaría que los niños varones pudiesen ir a la escuela, ni les prohibirían el acceso a la sanidad y la Universidad. Comprendan que eso es una locura que no promueve el feminismo.
http://nelygarcia.wordpress.com. He aquí el testimonio, de una mujer luchadora que por su género, tuvo que afrontar situaciones injustas. Es un placer constatar que aunque tarde, su valía es reconocida.
Es un artículo escrito con mucho cariño y respeto por María Moliner, como muchos, yo llegué a usar su diccionario, sin conocer la historia que lo llevó a término, agradezco a la autora,Inmaculada de la Fuente por compartir este texto y mostarme cómo María Moliner con ese amor a los libros llevó su trabajo con tesón.
Hoy mismo he vuelto a usar este diccionario en una clase y lo he recomendado a mis alumnos, tras hacer mención–como siempre–al mérito de esta valerosa mujer. Que su ejemplo permanezca en la memoria: la cuidadora de las palabras.
Buen artículo y post Publicado por: A merendar a la luna. | 18/01/2012 14:02:10
Me gustaría también remarcar el trabajo de María Moliner por el estudio y la defensa del Catalán en Aragón y con ello la visibilidad de las lenguas minoritarias en Aragón.
A a merendar a la luna, Si estubiera seguro que la censura de este blog me lo fuese a permitir, te contestaría cuatro cositas...
Aunque con la frase del genial García Márquez queda dicho todo, quiero rendir mi homenaje a esta gran lexicógrafa de nuestra lengua. Soy un editor y linguista colombiano trabajando en los Estados Unidos para una gran empresa de publicaciones que tiene un departamento de publicaciones en español. En mi escritorio tengo siempre listo para consultar el DUE, al lado del DPD y el Diccionario de Americanismos.
Asmodeo II el Plasta; si estás tan seguro de que te lo van a censurar, a lo mejor es que tus ideas y palabras no merecen estar aquí ni en ningún sitio.
Vaya qué bueno saber de la existencia de tan importante mujer para la lengua castellana y como ejemplo del libre pensador que no comprende ciertas limitaciones impuestas por el sistema de entonces y de ahora...merecido reconocimiento a doña María Moliner!...
Me ha gustado mucho leer este artículo ya que soy bibliotecaria y me identifico con las ideas de Moliner. Todos los que hemos estudiado en las facultades de Biblioteconomía y Documentación hemos tenido como ejemplo de inicio de la lectura pública los planes de María Moliner. Un artículo excelente que pienso recomendar a mis compañeros y otro libro a leer.
Si te atribuyes el derecho a decidir que ideas pueden ser expresadas y qué no, a lo mejor deberias montar un partido e imponerlo por decreto. O mudarte a Cuba, o a Corea, o a China o a Arabia Saudí... Un día en el que nadie echa leña y tienes que aparecer tu.
Os recomiendo esta entrada de un blog sobre el diccionario y la figura d Moliner. Los comentarios que aparecen son interesantes: http://www.nosolodeyod.com/2011/11/estando-yo-solita-en-casa-una-tarde.html
Gracias por este artículo. Me ha parecido muy emotivo y, desde luego, en todas mis mudanzas (he vivido ya en tres continentes y cuatro países), siempre me he llevado el Diccionario de María Moliner como obra imprescindible para desarrollar mi trabajo, leer un libro o el mismo periódico.A propósito, la Sra. Botella que va a dedicar una calle de Madrid a un político fascista recientemente fallecido, bien pudiera cambiar de sitio la actual dedicada a María Moliner que está en el extrarradio de Madrid y es una calle minúscula. Parece casi un símbolo de lo que fue su vida.Espero que le hagan justicia algún día.Un saludo,Jonás.
Su vocación y dedicación es todo un canto de amor a España. Es en estas vidads ejemplares donde está la clave del verdadero patriotismo, y no en los exaltados que tan alegremente utilizan el nombre de España para tapar sus más indignos intereses.
María Moliner es una autoridad de la lengua. He abierto su diccionario del uso del español, de dos tomos, más de mil veces. Una gran lingüista, sí señora.

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