El jardín chino de Benedetta Tagliabue
Benedetta Tagliabue cree que el mejor jardín debe ser un lugar estimulante de reencuentro con uno mismo. “Tomar conciencia de lo que nos rodea es importante, pero también lo es sentirse envuelto por una sensación de bienestar sin reparar en ella”, asegura. Cree que la tradición española, en la que no se distingue entre arquitectos y paisajistas, es elocuente y favorece la integración de los edificios en el paisaje. Y asegura que su propio estudio considera ambos diseños, el del edificio y el de su entorno, como parte de un mismo proyecto.
Si tiene que citar referencias a la hora de pensar en los espacios abiertos, declara que su amor por los jardines históricos, franceses, alemanes, italianos y japoneses se refleja en sus propios proyectos paisajísticos: los jardines de Diagonal Mar o el parque de Mollet, así como en algunas plazas abiertas, como la nueva en la que trabaja en Vigo.
Tagliabue acaba de firmar un pequeño jardín chino en Xian, la ciudad al Este de China famosa por los guerreros de terracota. Pero lleva años estudiando el jardín chino.
Los parques de Diagonal Mar y Mollet trabajan la idea de esos jardines: están salpicados de sorprendentes construcciones de naturaleza artificial que, sin embargo, se perciben como espacios naturales o como logros de la naturaleza. “En los jardines siempre se da un juego de poder entre lo realizado por el hombre y las estructuras naturales originales pero siempre cambiantes. “Esa batalla es un juego fascinante. Y uno, como diseñador, aprende que no siempre puede ganar”, dice la arquitecta.
Como consejo para abordar los jardines, asegura que: “No hay que tener miedo a innovar. Pero despreciar el conocimiento acumulado en las tradiciones es una tontería. La mayoría de las tradiciones invitan e incitan a la sostenibilidad. Facilitan el mantenimiento y el cuidado de los jardines”.
Su estudio, Miralles-Tagliabue, fue invitado a levantar un jardín en la Exposición Internacional de Horticultura celebrada en Suzhou, junto a un puñado de arquitectos extranjeros. La idea era la de un encuentro entre oriente y occidente. La posibilidad de contemplar lo propio desde miradas distantes.
Tagliabue opina que, como siempre que se establece un diálogo de opuestos, los vínculos acaban superando a las diferencias. “Mezclamos las ideas del jardín chino con las nuestras para hablar de esos vínculos”. En Xian, el terreno en el que trabajó Tagliabue tenía una topografía con cambios bruscos, de hasta 7 metros de diferencia. Su estudio ya había provocado esos cambios en parques como Diagonal Mar, en Barcelona. “Los cambios topográficos entretienen. Ayudan a recrear la sensación de un paisaje. Son más verosímiles que un jardín domesticado”, asegura. Y explica que para los visitantes, es bueno subir y bajar: “No veo las pendientes como un problema sino como un regalo”.
En ese jardín chino de influencia occidental, el vallado recuerda a la piel del pabellón español levantado que Miralles-Tagliabue levantara en Shanghai durante la pasada Exposición Universal. Ella asegura que la idea es, de nuevo, la de vincular “no sólo Oriente y Occidente, también las tradiciones españolas con las chinas, pero dándoles un uso innovador, refrescándolas”.
-¿Podría ese recurso comerse el jardín? ¿Podría una llamativa solución de vallado hacerle perder protagonismo?
“¿Un laberinto es un paisaje o un monumento?”, pregunta Tagliabue como respuesta. “La idea de emplear el mimbre fue para hacer un laberinto. Los laberintos ocupan el terreno, pero también lo agrandan. Uno pasa varias veces por el mismo sitio y tiene la impresión de que aquello es muy grande. Quisimos ofrecer una nueva percepción del espacio. Nos gustaba la idea de llenar el espacio de un jardín para multiplicarlo”.
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