¡Olé maestro!
Va este post dedicado a los buenos maestros. Hoy que comienza el curso. Momento para reconocer el trabajo de los buenos, esos que valen cursos enteros. Que casi da igual la asignatura que enseñen, porque lo que ocurre cuando están en el aula trasciende a la palabra de la casillita del horario. Como el personaje de Fernando Fernán Gómez en la Lengua de las Mariposas, la película (1999) de José Luis Cuerda. Un tipo así vale para una EGB entera.
Pregunto a un buen maestro qué recuerda él de sus buenos maestros. Jaume (37 años, 15 de oficio), la clava: “Mostraban mucha creatividad, dejaban espacios de autonomía, permitían experimentar, lo hacían pasar bien sin dejar de ser exigentes”. Pues sí, es justo lo que yo recuerdo de mis buenos maestros. Le añadiría, a la descripción, dos aspectos. Uno, que las frases que sueltan los buenos maestros y que aparentemente no tienen nada que ver con la materia son grandes lecciones de vida. Claves, herramientas de esas que a la larga sirven tanto. Y dos, paciencia: teniendo en cuenta que lo descubrir lleva su tiempo, si de impacientes como yo dependiera, la humanidad no sabría ni sumar dos y dos.
¿Y qué les gusta de su oficio? A Jaume “ver crecer a los alumnos, ser partícipe de sus descubrimientos. Estar cerca de los niños te ayuda a no perder de vista una de las cosas esenciales para vivir, el amor”. Pilar, otra buena maestra, lleva 32 años pasándoselo “pipa compartiendo y aprendiendo juntos”. Da gusto escuchar que no está cansada y que lo destaque sin preguntárselo. “No estoy quemada ni mucho menos” dice una profesional que cuando acaba un proyecto ya está metida en otro berenjenal, sea de la red de escuelas del barrio, del ayuntamiento o de un museo.
Pertenecen a dos generaciones de maestros distintas y uno trabaja en la escuela concertada y la otra en la pública. Pero coinciden en cuestiones como la sorpresa que les ha causado su propia evolución profesional. Como si hubiera superado sus propias expectativas. “Un maestro se hace”, dice Pilar, que reconoce que en sus inicios tuvo que recorrer a su propia infancia. “He descubierto aspectos esenciales de la profesión que desconocía en el inicio de mi carrera, como la compleja y fascinante relación entre familia y escuela, las altas capacidades, la psicología o la gestión de centros”, añade Jaume. Me consta además que los dos se forman sin parar. Y que otorgan una gran importancia al trabajo en equipo. “Trabajar con un equipo docente es fascinante y es clave para que el proyecto educativo de una escuela sea un éxito, sobre todo para los niños”, opina él. Pilar vivió la experiencia, en los 70-80, de las escuelas que evolucionaron a partir de los proyectos que desarrollaron los profesionales de las etapas infantil y primaria, inspiradas en “la pedagogía basada en la metodología de los rincones, la escuela de la expresión y la psicomotricidad relacional”. Considera fundamental que “las escuelas tengan un proyecto educativo propio y marcado fruto del trabajo en equipo”.
Proyectos propios a pesar de las reformas educativas de sucesivos Gobiernos, de las que han perdido la cuenta y que ya miran de reojo. “Menos mal", dice Pilar, "que a pesar de los Gobiernos estamos cada día a las nueve en la escuela para hacer escuela. No es que hagamos desobediencia, pero nosotros vamos haciendo mientras ellos ponen o quitan notas, les llaman competencias o conocimientos o cortan y rebautizan las etapas a los 12, los 14 o los 16”. Yo, y esta opinión sí que es personal, no lo llamaría desobediencia. Sobre todo ante fenómenos como el de Cataluña este curso: 20.000 alumnos más y los mismos profes en la escuela pública. ¿Aquí quien desobedece?
El de maestro no es, también en mi opinión, un oficio valorado. “Está bien ser crítico, pero de nosotros todo el mundo habla y opina”, dice Pilar, sin más reproches. Parece como si hubiera puesto callo a las tradicionales y fáciles críticas de los dos meses de vacaciones y las cinco horas de clase. “Estar en un aula no es fácil”, apunta Jaume cuando se le pregunta por los compañeros que estudiaron magisterio porque la nota no les daba para otra carrera: “Algunos han descubierto su pasión por la educación y otros lo dejaron al primer intento”.
Pilar cree que no todos los profesionales son válidos para cualquier etapa: un profe puede triunfar en infantil y fracasar estrepitosamente con mayores y viceversa. Ella misma recuerda “lo canutas” que las pasó con chavales mayores. “Porque por más conocimientos que tengas la base es la comunicación y la relación, si tu estás arriba y ellos abajo no funciona”.
Súmese a todo esto el cambio que han observado en los propios niños durante sus trayectorias. “El niño es el jefe y lo que dice siempre es verdad. Antes los límites estaban más claros, como la autoridad, sin ser autoritarios”, destaca Pilar. “Además”, prosigue, “los niños están mucho más estimulados. Antes les explicabas un cuento y era la panacea, ahora no se te ocurre ni pasarles una película. En este sentido, la competencia es muy desleal y tenemos que ser muy imaginativos”. Jaume no tiene tanta perspectiva, pero destaca lo mismo: “La relación con las familias se ha complicado, porque los niños están sobreprotegidos”.
Cómo serán de buenos maestros los buenos maestros que no se olvidan. Fuera de primaria, el instituto, la universidad o un master. Se te puede olvidar el nombre o el apellido, pero no que era un buen maestro. Ni cómo lo hacía, qué actitud tenía, cómo estiraba a los rezagados, cómo apretaba a los buenos, los espectaculares trabajos que nos sacaba, lo que aprendimos y que celebramos haberlo aprendido como si cantáramos un gol. Yo es que me volvía a la escuela ya mismo.
La imagen pertenece a un libro de tapas duras de 1973 que corre por casa y no sé ni cómo aguanta. Se titula Mi escuela, es de la editorial La Galera y las ilustraciones las firma Carme Solé Vendrell.
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