¡Islas! (para perderse y no volver): Svalbard
En la puerta de los restaurantes y comercios de Longyearbyen, la capital de la islas Svalbard, existen unos ganchos especiales para colgar los rifles junto a un cartel que ruega a la clientela entrar desarmada al local. Pero no es por los bandidos, es por los osos polares.En las islas Svalbard hay más plantígrados blancos que humanos y no es improbable verlos merodear incluso por las afueras del poblado. Por eso no es solo recomendable salir armado de casa: ¡es obligatorio!
Pero, ¿dónde diablos están la islas Svalbard?
Pues mil kilómetros al norte de las costas de Noruega, entre los paralelos 75º y 81º (para hacerse una idea, el extremo norte de Groenlandia está en el 84º), a poco más de 1.200 kilómetros del Polo Norte. Son el territorio habitado permanentemente más cercano al polo. Puntiagudas y cubiertas en un 60% por hielos y nieves perpetuas, las islas emergen en pleno océano Glacial Ártico en un lugar en el que en buena lógica no debería de existir vida humana.
¿Cómo es posible?
Las Svalbard fueron, desde sus descubrimiento en 1596 por Willem Barents, un territorio de nadie, frecuentado por balleneros, pescadores y mineros de muchos países. Hasta que en 1920 se firmó el Tratado de las Svalbard por el que se reconocía la soberanía de Noruega sobre las islas a cambio de que mantuviera una población estable en ellas y de que permitiera la libre residencia y trabajo a los nacionales de las otras 42 naciones firmantes del tratado.
A cambio, esa latitud ártica les regala en invierno los paisajes helados más fascinantes que he visto en mi vida. Y luego en verano, cuatro meses de luz ininterrumpida, desde el 19 de abril hasta el 23 de agosto, durante los cuales las Svalbard se convierten en un puro espectáculo de vida. Es el mejor momento para visitarlas y cuando el vuelo diario que llega desde Trømso descarga docenas y docenas de mochileros. Llegan armados con botas de trekking y ropa de abrigo, dispuestos a recorrer a pie o con esquís un territorio virgen, en el que no hay carreteras ni árboles, pero si glaciares, osos polares, zorros, renos en libertad, más de 160 especies diferentes de plantas y un juego de colores que deja la primavera de cualquier otra parte del globo en ridículo.
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