"Era rubia, como tu otra hermana"
Un periodista de EL PAÍS busca a su hermana mayor, desaparecida en el hospital de Santa Cristina, en Madrid, en 1961
Solo una cosa es segura. Mi hermana mayor nació en el hospital de Santa Cristina, en Madrid, en 1961. Y era una niña "rubia, como tu otra hermana", repitió mi madre hasta el día en que falleció ahora hace cuatro años. Y yo la quiero encontrar, pero no queda rastro de ella. Nada. Es como si se hubiese evaporado, como si no hubiera nacido, como si alguien hubiese borrado cualquier prueba del día que vio la luz. Porque yo sé que abrió los ojos. "La monja le dijo a tu padre que había muerto ahogada con el cordón umbilical, que Dios así lo había querido...", se quejaba mi madre.
Por eso, uniendo recuerdos, palabras perdidas y documentos con membrete oficial, comencé su búsqueda ahora hace cinco meses. Me adentré en los laberintos de la Administración para, además de hallarla, describir qué siente y qué sufre un ciudadano que busque a un familiar perdido, robado, secuestrado. Para llevar a cabo la investigación, no he empleado las poderosas herramientas que te confiere en esta sociedad el ser periodista. He recorrido las ventanillas como un simple afectado -no soy otra cosa- que, conteniendo las lágrimas, busca a su hermana entre un mare magnum de papeles e impresos.
Únicamente he hallado funcionarios dispuestos a ayudar y a hacer mucho más de lo que, en principio, podía esperar. Del Registro Civil, pasando por el Archivo de la Comunidad de Madrid o los cementerios he recibido apoyo, solidaridad y ganas de seguir buscando. Pero solo consigo documentos oficiales donde se puede leer en grandes letras: ni rastro de su hermana.
Al haber fallecido mis padres, soy propietario de una sepultura en el cementerio madrileño de La Almudena. Allí están enterrados mis abuelos, mis padres, mis tíos... Es una tradición familiar iniciada por mi abuela: quería que toda la familia estuviese junta en el Más Allá. Y allí descansan todos, excepto una persona: mi hermana mayor; ni en ese cementerio ni en ninguno de los 15 camposantos que hay en la ciudad de Madrid. Además, mi madre tampoco, según el Ministerio de Justicia, sufrió ningún aborto en la década de los años sesenta. Unos diligentes funcionarios revisaron los 874 abortos acaecidos en la ciudad de Madrid en 1960 y los otros tantos sucedidos al año siguiente. Nada. "No lo entendemos. Tenía que estar aquí", me dijeron. En los archivos regionales, no consta tampoco su expediente médico, y en una de las clínicas donde, desesperado, busqué sus datos -en la que yo había nacido- me respondieron que los documentos se destruyen cada 15 años.
Abrí un blog para contar mi historia y, desde entonces, no cesan de llegar mensajes de ánimo y solidaridad de todas partes y de gente a la que no conozco. Pero no es suficiente, mi hermana está en algún lugar, y no nos podemos ver. Una mano criminal nos arrebató las sonrisas y las peleas de la infancia, las incomprensiones de la juventud o los abrazos de la madurez. Pero nos encontraremos. Sé que lo haremos porque la bondad se impone siempre a la maldad. La historia de mi hermana es la historia de otras muchas hermanas y hermanos perdidos, de mucha gente aturdida que acude a los registros buscando a alguien que no sabe siquiera si existe.
Malditos quienes robaron una vida, muchas vidas, para que la suyas fueran mejor. Pero se equivocaron, porque su existencia es y será por siempre miserable, y perderán, al final, la partida que ellos quisieron empezar.
Vicente González Olaya es jefe de Motor, Tierra, Salud y Extras de EL PAÍS
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.