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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Verano y agua

Anatxu Zabalbeascoa

De pequeña pasaba el verano en el grao, el barrio portuario de una ciudad de provincias del Mediterráneo. Los veraneantes contemplábamos con admiración, y también con temor, cómo los niños del barrio saltaban al río desde el puente. A veces lo hacían por el lado del propio río –donde daban las fachadas de muchas de sus casas en las que sus padres amarraban sus barcas- y a veces, los más osados, saltaban por el lado del puerto, por donde en cualquier momento podía aparecer una de esas barcas de pescadores.

 Por supuesto que sobre el puente, y también junto al agua, había carteles de prohibido saltar y hasta de prohibido bañarse (no siempre fue así: mi madre se quedó sorda de un oído de tanto bucear para pasar de un lado al otro de los cascos de los grandes barcos mercantes), pero también es cierto que los niños del grao hacían algo más que saltarse las normas y marcar su territorio. Demostraban que la osadía no sólo sirve para fanfarronear sino también para perder el miedo. Eran igual de despiertos atrapando cangrejos entre las rocas que atravesando el puerto a nado. Nosotros, que íbamos a tratar de atrapar cangrejos arrastrando un cargamento de sardinas como cebo y pertrechados tras un equipo que recordaba más al de un ornitólogo que al de un pescador, los admirábamos. Sobre todo, cuando veíamos con qué destreza eran capaces de coger los cangrejos con la mano y sin guante. También al comprobar con qué, desprendimiento, más que generosidad, nos los regalaban: estaban hartos del arroz con cangrejo.

Los últimos años que fui por allí, recuerdo que había también chicas saltando desde el puente. La mayoría iba para ver saltar a los chicos. Y para sufrir por ellos, por si les pasaba algo o por si alguien los pillaba. Pero muchas niñas se habían atrevido a saltar una vez y luego habían perdido el miedo. Así es que el gentío crecía. Un día el ayuntamiento hizo reformas. Cambió la barandilla del puente, que dejó de ser amarilla como la de las postales, para pasar a ser de madera. Uno podía ahora apoyarse para contemplar el espectáculo. Pero hicieron más. Plantaron un par de árboles y pusieron tres bancos junto al puente. Ahora, hasta los jubilados del grao podían sentarse allí a admirar, o temer, las andanzas de sus nietos.

El puerto de mi infancia, como la piscina del pueblo, el río o la alberca en un barrio, era, y son, en realidad, una espléndida escuela de verano. Siendo lugares de agua son también espacios abiertos, transitados por gente de muchos lugares y también por personajes de paso. Esas personas más o menos conocidas cumplen a diario, sin darse cuenta, el papel de un estereotipo: el que riñe, el que aplaude, la que reta, el que amenaza con llamar a los padres, la que asegura que telefoneará a la policía, el que presume, la que admira, la que aprende y los que nos pasamos todo el invierno esperando a que lleguen días de verano como esos en los que poder llegarse hasta el puente para ver quién se tira hoy, cómo lo hace y averiguar si le pillarán y le reñirán o, también, quién pescará, si acaso, algo más que un resfriado.

Comentarios

Bonito artículo. Resulta emocionante ver como cada generación de niños repite los rituales veraniegos con pequeñas aportaciones. Muy buena la localización geográfica, puesto que casi todos los barrios portuarios de las ciudades "de provincias" a orillas del mediterráneo se llaman el Grao (o Grau que es una forma del catalán para decir puerto).
Durante años en las comunidades cantábricas la playa fue la antesala hacia el Paraíso. Hoy aún lo es. Aquí en el norte, donde el paisaje es una combinación turbulenta entre los vientos. las luces, las mareas y las arenas, prevalece aún, en el verano la cultura del agua sobre la cultura de la montaña, aunque en los últimos tiempos ambas se concilian. El axioma Mar-Montaña da pie para descubrir las superficies y las profundidades de un paisaje dual, escondido, intenso y cambiante que hace que nos sentamos insólitos ante lo cotidiano. Pero la playa tambien ha sido algo más que “un baño de sol” como se decía en los bandos municipales de principio de temporada en sus normas de uso de las aguas. Es sobre todo un gran espacio social de múltiples relaciones, sin apenas fronteras y sin más límites que el horizonte, el sol, la arena y la imaginación. Voy a la playa y a la montaña. La primera durante casi todo el año y la segunda entre el otoño y la primavera. Me baño casi todo el año, pues se me hace difícil perder el contacto con este lugar que me ha visto crecer . Y sobre todo busco en el paisaje visualizar los versos de los aquellos pastores de la montaña asturiana, que sentados en la paya decían la frase “ A veces bajamos de las montañas, nos sentamos en la arena los mayores, los jóvenes y los niños, y allí todos mirando al fondo del mar, mirando al horizonte, las nubes y los barcos buscamos noticias de Buenos Aires”.Buen verano.
tu articulo trasmite algo de nostalgia....también a mi me ha recordado mi infancia. Aquella época en la que los veranos eran eternos y las dificultades brillaban por su ausencia, mi única preocupación era no ensuciarme demasiado en la calle para evitar la regañina de mi madre....gracias por estas letras.
Me sorprende una entrada de este tipo en el blog, pero me encanta lo que transmites. A veces es bonito recordar épocas en las que las cosas eran más sencillas, no había una sobreprotección de los padres por sus hijos y la diversión no estaba tras la pantalla de un ordenador, sino en las calles de los barrios y en las tardes al sol en las plazas. Enhorabuena por el blog, y vuelve al grao, que nunca es tarde para recordar buenos momentos!
Ahora mismo, siendo verano, teniendo la montaña al frente, es una visión preciosa, pero, cuantos momentos preciosos, arrinconados en algún espacio poco frecuentado, se han hecho presentes al leer este artículo.A veces imitando hermanos mayores, vecinos o incluso los animales con los que convivimos, cometimos imprudencias, imprudencias que nos ayudaron a perder el miedo, hacernos fuertes, madurar , y en ocasiones, como no, a alardear de los logros conseguidos delante de algún noviete.A mis 53 años , estoy convencida , el contacto con la naturaleza en la infancia, hace fortalecer ciertos valores útiles para el resto de la vida.
Aqui la peña lee y entiende lo que le parece. ¡Que si! que era muy bonito interaccionar con la naturaleza y que se madura y se aprende a superar miedos, ¡que si!, pero de lo que hablamos aqui es del mundo sobreprotector que hemos creado para los niños. Que todo esta prohibido: saltar al rio, o del malecon, ir por senderos, escalar paredes, ir en bici, bla bla bla... todo lo que puede ser prohibido en nombre de la seguridad de los menores se prohibe, y hasta queda mal discrepar. Los niños actualmente viven en jaulas de seguridad, luego no me estraña que triunfen deportes como el Parkour, o el skate, o descenso extremo... los jovenes demandan libertad, y si eso significa perder los dientes por una caida hasta se alegran de tener cicatrices...
Medellín! la foto es en Medellín!A ver si un día nos cuentan por estos lares lo que ha pasado en ese barrio con el metro cable y la Biblioteca España.

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