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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rescatar el valor de la verdad

El periodismo afronta retos tecnológicos, pero también éticos. Una versión muchas vecces repetida puede crear realidad

Ser depositaria de las críticas, exigencias y anhelos de los lectores es un gran privilegio, pues me permite conocer qué esperan de nosotros aquellos que son nuestra razón de ser. En los dos años que llevo en esta función he podido constatar lo exigentes que son los lectores de EL PAÍS, pero también los fuertes lazos que les unen al diario. Resulta conmovedor ver que lo primero que hacen constar muchos de los que me escriben es el tiempo que hace que son lectores de EL PAÍS. Mucho tiempo en la mayoría de los casos. La fidelidad de los lectores es, sin duda, el principal capital que el diario ha acumulado en estos 35 años.

Cómo conservar esa fidelidad y generar nuevas complicidades en estos tiempos de mutaciones es el gran reto que tenemos por delante. Porque llevamos 35 años informando sobre crisis y cambios, y ahora somos nosotros los que estamos en medio del huracán porque la prensa escrita está siendo sacudida por tres crisis simultáneas, todas ellas de incierta salida. La crisis económica general, que ha llevado a la mayoría de los periódicos a aplicar duros planes de ajuste; una crisis de modelo industrial, porque las nuevas tecnologías socavan las fortalezas de la edición impresa sin que la digital sea aún una alternativa viable; y una crisis general de credibilidad, que hace que el periodismo sea percibido con creciente desconfianza.

Existe el riesgo de que el "todo por la audiencia" se traslade ahora a los medios digitales
Ciudadanos y periodistas tenemos un problema común: cómo hacer que la verdad prevalezca

Los lectores son conscientes de ello y muchos expresan su temor a que estas crisis acaben afectando a la calidad de la información. Y lo que esperan de nosotros, interpreto, es que seamos capaces de mantener y adaptar a los nuevos escenarios aquellos valores y principios fundacionales que convirtieron a EL PAÍS en el diario de referencia en lengua española.

Los nuevos escenarios son digitales. Y globales. En ese viaje estamos. Y así lo ha reflejado nuestra cabecera: del Diario independiente de la mañana al Periódico global en español. En esas dos frases se resume la magnitud del cambio que supone pasar de un modelo basado en la distribución por carretera, a otro basado en la distribución por la Red.

Internet está transformando no solo el modo de acceder a la información, sino también la forma de ejercer el periodismo. Las nuevas tecnologías aportan, sin duda, grandes ventajas. Nos permiten distribuir información sin limitaciones de tiempo y espacio, y hacerlo además a un coste inferior, tanto en términos económicos como ecológicos. El trabajo de documentación es ahora mucho más fácil, y también el acceso a las fuentes. Y facilitan una mayor participación de los lectores.

Cualquier ciudadano puede convertirse, a través de las redes sociales, en un emisor de información valiosa. Y el fenómeno Wikileaks ha demostrado que todo puede ser también mucho más transparente. Internet está cambiando al mismo tiempo los hábitos de nuestros lectores y la vida de las redacciones. Ciudadanos y periodistas vivimos ahora inmersos en un torrente continuo de información que se renueva constantemente, las 24 horas del día.

Pero estas ventajas también comportan riesgos. Por ejemplo, la mayor facilidad para reunir datos facilita un periodismo de corta y pega, proclive a la superficialidad y condescendiente con el plagio. En esta cultura de la urgencia en la que vivimos y a la que tanto contribuimos, corremos el riesgo de sacrificar la seguridad a la rapidez, de no tomarnos el tiempo necesario para verificar y contrastar la información en aras a ser los primeros. De olvidar que los rumores, aunque nos quemen en las manos, no son noticia hasta que no se han confirmado. Y que lo importante no debe quedar eclipsado por lo impactante.

La transición del diario impreso al diario digital no solo cambia el modelo industrial. Hay otras diferencias sustantivas. Por ejemplo, la que va de tener lectores a tener audiencia. Hemos pasado de tener unos cientos de miles de lectores fieles que nos buscan cada mañana en el quiosco, a tener millones de lectores, muchos de los cuales se acercan a nosotros para satisfacer deseos de curiosidad y entretenimiento. Que el deseo de agradar a estos lectores no nos lleve a defraudar a los que esperan de nosotros un periodismo riguroso y de calidad. Esta es, probablemente, la demanda más repetida que recibo.

Los lectores nos vigilan y tienen razones para hacerlo. Existe el riesgo de que la lógica del "todo por la audiencia", cuyos desastrosos resultados podemos ver en la televisión, se traslade ahora a los medios digitales, dada su condición multimedia. Poder medir qué es "lo más visto" es una herramienta útil para conocer las preferencias de los lectores, pero sería un error que los parámetros de audiencia condicionaran la selección de los contenidos.

Nos adentramos, por otra parte, en una nueva cultura basada en la promiscuidad informativa. Vamos a tener que compartir lectores con otros medios en el mismo soporte. No debemos temer. Si ahora competimos con éxito en el quiosco, también sabremos competir en la tableta. Pero hay algo que creo que debemos preservar a toda costa: la capacidad de mantener una relación fluida, personalizada y directa con nuestros lectores. Los quioscos digitales se vislumbran como las nuevas plataformas de acceso a la información. Si pasamos a formar parte de un paquete de contenidos, ¿cómo singularizar nuestra relación con el lector? ¿Cómo mantener su fidelidad? Seguramente con más calidad y con un periodismo también diferencial.

A todos estos cambios hay que añadir la crisis de credibilidad. La creciente desconfianza en la prensa es consecuencia de nuestros propios errores, pero también de una crisis general de las intermediaciones que afecta tanto a la política como al periodismo. Y que en nuestro país viene, además, acompañada de un cambio cultural dramático, que ha ido barriendo los valores de la transición también en el ámbito periodístico. La veracidad, el rigor informativo, la búsqueda de la objetividad están seriamente amenazados por un ecosistema informativo dominado por la lucha partidista y las nuevas estrategias de propaganda, que incluyen artefactos de destrucción de la verdad como los llamados "argumentarios", esas consignas que los aparatos de partidos y organizaciones distribuyen cada mañana para que se conviertan en titulares.

Estas estrategias parten del convencimiento de que, si una mentira mil veces dicha puede llegar a parecer verdad, una versión mil veces repetida también puede llegar a crear realidad. Y de hecho la crea. No es difícil observar la relación que existe entre la calidad de la información y la calidad de la democracia. Esta es una cuestión a la que nuestros lectores son, según he podido comprobar, muy sensibles.

Temen ser engañados, que la verdad quede sepultada por el ruido de las versiones interesadas. Si el periodismo de investigación y de denuncia puede ser neutralizado, si denunciar una estafa o un abuso de poder no tiene efecto, ¿qué valor le quedará al periodismo?

Ciudadanos y periodistas tenemos un problema común: cómo hacer que la verdad prevalezca, una cuestión sobre la que quiero volver en otro momento. Defender un periodismo comprometido con la verdad, rescatar el valor de lo factual, de los datos y de los hechos comprobables por encima de las versiones, es lo que los lectores nos reclaman. Para ellos ha de ser nuestra primera lealtad. Estoy convencida de que si les somos leales, ellos nos serán fieles.

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