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Blogs / El Viajero
El blog de viajes
Por Paco Nadal

Ascensión al Cotopaxi

Paco Nadal

Existen montañas altas. Y existen montañas fotogénicas. Pero solo cuando se aúnan esas dos cualidades la montaña deja de ser un mero accidente geográfico para convertirse en un referente sagrado, una icono mágico que se perpetúa de generación en generación....

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Así ocurre con el Cotopaxi, en Ecuador, que con sus 5.897 metros es uno de los volcanes activos más altos del mundo… y la imagen de la montaña perfecta, la que todos hubieramos dibujado en un cuaderno escolar. Un cono truncado emergiendo en solitario entre los páramos ocres y desolados de la puna ecuatoriana que fascinó tanto a los nativos incas, que lo consideraban morada de dioses, como a los primeros científicos que lo vieron. “Tiene la forma más bella y regular de todos los picos colosales en los altos Andes”, exclamó Alexander von Humboldt en 1802.

Para ascender al Cotopaxi hay que llegar al refugio José Ribas, que pese a estar a 4.800 metros de altitud queda a solo una hora y media a pie de una pista de tierra que viene de la Panamericana (En Ecuador...¡todo está muy alto!). A la 1 de la madrugada un ajetreo de botas, piolets y mochilas rompe el silencio del refugio. Hay que salir muy temprano para evitar que el calor descomponga la nieve y dificulte la marcha. No olvidemos que, aun vestidos con forros polares, gore-tex y crampones, estamos en el Ecuador.

La primera hora de caminata se consume en salvar las últimas rampas de piedra y barro para afrontar enseguida por un lateral de la morrena las capas heladas del glaciar. Hasta 5.500 metros la ascensión mantiene un tono suave pero constante, salpicada solo por la emoción de algunas grietas glaciares, que se salvan con escalerillas. Tras un paso muy aéreo para superar un seracs, que suele estar equipado con cuerdas fijas, la pendiente se hace más patente y la sensación de verticalidad se acrecienta. Se trata del gorro de hielo que rodea el cráter, una caperuza de cristal duro y azulado barrida por el viento, que parece no tener final.

De repente, cuando tu vista busca entre la ventisca la clásica arista estrecha y delgada que suele marcar el final de toda montaña, un penetrante olor a azufre anuncia la cumbre del volcán. El manto blanco del glaciar se comba para precipitarse en el interior de un abismo negro y humeante.

Es el cráter, la cumbre del Cotopaxi. Un fatuo espectáculo de la Naturaleza. El agujero tiene casi un kilómetro de diámetro y unas paredes de basalto de más de 200 metros de profundidad que se hunden en una espesura cenicienta. Los vapores de azufre se mezclan con el aire enrarecido de oxígeno de los 6.000 metros de altitud en un cóctel abotargante que atonta aún más al montañero.

Prueba gráfica de que estuve allí (llegué muerto a la cumbre, pero llegué)

Aún así, hay que sentarse un rato y deleitarse con esta inmejorable posición sobre la avenida de los Volcanes, como se conoce a la cordillera andina a su paso por Ecuador. Sentado aquí, con los pies colgando sobre el cráter del Cotopaxi, con los Andes desplegados en el horizonte y la cumbre de otros volcanes imponentes, como el Chimborazo, casi al alcance de mis manos me siento el hombre más feliz de la Tierra.

Pero recuerdo haber leído que la última gran explosión del Cotopaxi tuvo lugar en 1877 y que los lodazales de barro y hielo fundido arrasaron varias pueblos, matando a 600 personas; las cenizas llegaron hasta el Pacífico, en las costas de Guayaquil. Desde entonces, las entrañas del Cotopaxi acumulan nuevas fuerzas para el siguiente vómito destructivo, que antes o después, todo el mundo sabe que se producirá. Y es entonces cuando, no sé por qué, pese a la belleza que me rodea pienso que ha llegado la hora de bajar.

Todas las fotos (menos la segunda)© paco nadal

Aquí os dejo algunas imágenes más de la ascensión:

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Sobre la firma

Paco Nadal
Soy periodista de viajes, que no influencer. He hecho del viaje una forma de vida nómada… Y soy feliz así. Viajo por todo el mundo con mis cámaras y mis drones filmando documentales desde los que intento mostrar que el mundo, pese a todas nuestras agresiones, sigue siendo un lugar bellísimo y lleno de gente maravillosa.

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