Accidentes
A veces mi mente funciona a gran velocidad -esto no es necesariamente bueno, diría que más bien al contrario-, en la dirección que le apetece -esto definitivamente no es bueno-, dando vueltas a veces inesperadas. Doy este preámbulo para explicar una asociación de ideas un tanto peculiar. Pensaba sobre un tema para el blog que tenía en la cabeza y, al recordarlo, me ha venido a la mente un pequeño accidente que tuve hace unos días y un reportaje sobre cómo proteger a los bebés y niños pequeños de los golpes y accidentes del hogar que leí hace nada en una revista.
El caso es que salíamos de mi cuarto y le pillé los dedos con la puerta. Él caminaba a mi lado, a la izquierda, y yo cerré sin mirar mientras él tenía los dedos en la jamba, en el lado de las bisagras: de no haber sido porque iba cerrando con cuidado para no hacer ruido, por un tacto mayor de lo común y por sus alaridos, pude haberle destrozado los dedos. Lo tuve una hora llorando.
Unos días antes, había ojeado un artículo en <i>Mujer Hoy</i> sobre accidentes infantiles. Primero las estadísticas, y leo: un 9,6% de los niños de 0 a 4 años y un 11,01% de los de 5 a 15 habían sufrido un accidente durante el año. Los datos corresponden a la Encuesta Nacional de Salud del Ministerio de Sanidad y del Instituto Nacional de Estadística de 2006, último año del que se tienen datos, dice la revista. Tras esta introducción estadística, la autora del texto enumera una serie de recomendaciones para evitar o minimizar los accidentes de los pequeños en casa. Habla de muebles resistentes y fáciles de limpiar, a poder ser con cantos redondeados, de pavimentos mullidos –no alfombras, que tropiezan-, de ventanas seguras e inaccesibles, enchufes tapados, escaleras valladas, armarios y cajones bloqueados –sobre todo los que contengan medicamentos o productos de limpieza-, protectores para puertas de horno, placas de la cocina, chimeneas, radiadores, estufas, guardacantos y cantoneras para las aristas de los muebles, topes para las puertas, alfombrillas contra los resbalones en el baño, puertas sin cerrojos en el baño, bañeras poco llenas y aparatos eléctricos alejados…
La tercera pata de este razonamiento es un dato que leí en verano enThe Guardian: hoy en día, se atiende a más niños en hospitales por caídas de la cama que por caídas de árboles. Es una pieza en la que se habla del escaso contacto que actualmente tienen los niños con la naturaleza, de la escasacantidad de tiempo que juegan siquiera al aire libre. Otro de los datos que incluye es que la distancia a la que se alejan los niños de casa por su cuenta se ha reducido un 90% desde los años 70. Esto es, los niños pasan cada vez más tiempo en casa. El miedo de los padres a que los niños sean secuestrados –la incidencia de estos sucesos es más o menos la misma desde hace decenios, pero ahora se les da mucha cobertura en los medios-, o el tráfico rodado, que ha aumentado exponencialmente, se apuntan como causas de esa reducción del tiempo de juego al aire libre y sin vigilancia. Añadamos un horario laboral excesivo. Estudios citados en esta pieza señalan ventajas del juego al aire libre: menor tasa de “obesidad, mejora en los trastornos de hiperactividad y déficit de atención, en la capacidad de aprendizaje, en la creatividad y en el bienestar mental, psicológico y emocional” y en la autoestima, etc, etc, etc.
Jon Henley, autor de este artículo, dice: “Pregunte a cualquiera con más de 40 años que enumere sus más preciados recuerdos de juego infantil y muy pocos habrán sucedido dentro de casa. En menos aún habrá un adulto implicado. El juego independiente, en el exterior y lejos de los ojos de los adultos es lo que recordamos. Según están las cosas, los niños de hoy probablemente no podrán atesorar recuerdos como esos: el 21% de los niños de hoy juegan regularmente en la calle, comparado con el 71% de sus padres”. Los datos son de Reino Unido.
¿Sobreprotegemos a los niños? ¿Los estamos criando en burbujas? Yo me respondo: Más de lo que quisiera.
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