Nuestra crisis no es sólo económica
Tengo 31 años y llevo siete meses en el paro. El mes que viene dejaré de cobrar la prestación (...) el Estado financia una formación de alto nivel que luego él mismo ningunea de una manera insultante
Siempre, desde pequeña, he querido trabajar en España. No tiene nada de exótico; sencillamente, soy española. Y no aspiro a mucho, la verdad: solo a ese trabajo digno del que habla la Constitución. Que yo sepa, no he hecho nada que me coloque per se en riesgo de exclusión social. Justo lo contrario: he ido, paso a paso, haciendo lo que nos dijeron que había que hacer.
A los 18 años empecé a la Universidad y a los 23 me licencié en Filología Hispánica. Como hice las cosas bastante bien, me concedieron una beca para continuar con los estudios de doctorado. Era una beca de "formación en investigación y docencia" -boletín oficial dixit- que duró cuatro años. Cuando aún quedaban tres semanas para que se terminara, defendí mi tesis y me doctoré cum laude por unanimidad. Cuatro días antes había cumplido 28 y ya había publicado una monografía, dado clases en todos los cursos universitarios, presentado comunicaciones en una docena de congresos... Y alguna cosa más.
Por todo ello, el Estado siguió implicándose en mi formación y me concedió una ayuda para realizar estancias posdoctorales durante dos años. Hice la maleta y me fui a otra universidad: volví a dar clases, organicé actividades culturales, colaboré en varios proyectos de investigación, publiqué dos libros más, cinco artículos más, fui a más congresos... Y, a los 30, la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) me dijo que sí, que me había preparado bien y que podía ser PAD (Profesor Ayudante Doctor) para seguir acumulando méritos y experiencia y ?esto ya no lo dice la ANECA, lo digo yo? empezar a amortizar de una vez el dinero público que el país había gastado en mí durante seis años.
El problema es que no puedo ser PAD, ni nada que se le parezca, porque la Universidad en España está muy mal - dicen los que están dentro. En rigor, lo que sucede es que el Estado se estafa a sí mismo ?y, claro, a todos los contribuyentes? invirtiendo en la formación de unas personas a las que luego no tiene capacidad para absorber laboralmente. Pero seguiré con mi periplo, que no todo termina aquí.
Como yo no le acabo de ver la gracia a esa emigración deluxe que ahora llaman fuga de cerebros, descarté la universidad y me presenté a las oposiciones de Enseñanza Secundaria; me presenté sin posibilidad matemática de sacar una plaza de funcionaria porque me faltan, literalmente, formación y experiencia. Ahí queda eso. Lo mejor de todo es que, a pesar de haber sacado un 9 redondo, tampoco tengo opción a trabajar de interina, al menos en los próximos meses: esa fórmula abracadabresca que se aplica para elaborar las listas me ha expulsado a los infiernos.
Si a todo esto le sumamos la crisis y los brutales recortes que se están aplicando en educación vislumbraremos, poco a poco, la razón de la sinrazón. El caso es que tengo 31 años y llevo siete meses en el paro. El mes que viene dejaré de cobrar la prestación y, como nunca he hecho nada fuera de la ley, no tengo grandes traumas y, además, soy doctora, no puedo acogerme a ningún programa de reinserción social. Pero, sarcasmos a parte, la lectura es demoledora: el Estado financia una formación de alto nivel que luego él mismo ningunea de una manera insultante.
Y, no, la solución no es buscar otra cosa mientras tanto, porque, sencillamente, esa otra cosa no existe. En este país no se mira más allá de la especialización ni se valora todo lo que hay detrás del título de doctor o de los contratos pre y posdoctorales: horas de lectura y de redacción, capacidad de organización, búsqueda de información, responsabilidad, capacidad de trabajo... Nadie quiere a un doctor en literatura porque, seamos serios, ¿para qué sirve la literatura fuera de las aulas? Pues no lo sé, pero a mí me pagaron durante más de seis años para que me convirtiera en especialista: podría llamarlo fraude pero, en rigor, no ha sido a mí, sino a toda la sociedad a quien se ha defraudado. Mientras tanto, podemos seguir creyendo que nuestra crisis es solo económica.
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