Los apuntes de Moneo
Más de dos décadas les ha costado a un puñado de editores que Rafael Moneo reúna en un libro sus proyectos. O casi todos sus proyectos, 21, según el criterio de explicar los razonamientos que hay detrás de las obras que le han “permitido plantear las cuestiones que más le han interesado como arquitecto”. Es el propio Moneo quien ha escrito todos los textos del libro Apuntes de 21 proyectos cuya edición española ha publicado Gustavo Gili. Se trata de un volumen que es, en sí mismo, una lección magistral del único Pritzker español, un compendio de las ideas y conclusiones de la vida profesional de uno de los más ilustres profesores de varias escuelas de arquitectura y un resumen del debate arquitectónico de las últimas cuatro décadas, el tiempo que recorren los edificios analizados en el libro, al principio adscritos a ese debate y, hacia el final, enfrentados a los tiempos de la fragmentación. Así, los minuciosos textos de Moneo están tan plagados de razones como sembrados de ideas que, con frecuencia, pueden leerse como aforismos: “El plano vertical, el momento de la verdad del proyecto”. Pero es tal vez la falta de fisuras en la explicación, paradójicamente obtenida con la sobresaliente argumentación que hay detrás de las decisiones del arquitecto, la que hace que los trabajos se puedan entender, tras la lectura, como la única solución posible. Y no como una de ellas, la elegida por Moneo. El libro -sin prólogo ni epílogo, con un simple prefacio del arquitecto en el que se advierte precisamente sobre la voluntad de “dar razón de los principios que han inspirado y guiado mi trabajo”- está dedicado a sus hijas y no quiere ser ni una monografía ni una antología. Es la recopilación de los apuntes del alumno más aplicado al final de su carrera como profesor. Se inicia con el Edificio de viviendas Urumea (1968-73) en San Sebastián y se cierra con la Ampliación del Museo del Prado (1998-2007). Entre tanto, las 659 páginas le dan pie a Moneo a hablar de “el esfuerzo de la arquitectura de los setenta por instalarse en un mundo ya construido” (Edificio Bankinter), la reparación de una plaza con un edificio espectador de la catedral (Ayuntamiento de Murcia), del museo como lugar desde el que recuperar la conciencia ciudadana (Moderna Museet de Estocolmo), de que todo su trabajo en la catedral de Los Ángeles “está marcado por la presencia simultánea del interés que como arquitecto me infundía el construir una catedral y el temor que, como conocedor de los entresijos de la Iglesia, me inspiraba asumir la responsabilidad de levantar un lugar sagrado” o de cómo las sucesivas intervenciones de Chueca y Lorente, José María Muguruza y Francisco Rodríguez de Partearroyo “mostraron lo anchas que han sido las espaldas del museo (del Prado) para recibir el peso que sobre su arquitectura han implicado todas estas actuaciones”. “El Museo del Prado muestra una vez más cómo los edificios están abocados a crecer. (…) La historia de la arquitectura dice que ese crecimiento no supone necesariamente la pérdida de sus atributos más valiosos”.
Más allá de su función, los proyectos de Moneo se convierten, analizados en este libro, en transmisores de un mensaje sobre cómo abordar el futuro conociendo el pasado que es el legado del arquitecto. “Entender la catedral como paradigma de la tecnología más avanzada, tal como ocurrió en la Edad Media, no parece oportuno, ya que la construcción no es el campo al que el conocimiento científico contemporáneo ha prestado más atención”. Imágenes históricas y contextuales, dibujos (“que anticipan las intenciones del arquitecto”) y nuevas fotografías de los trabajos (para probar cómo se enfrentan los edificios al paso del tiempo, algo que Moneo considera vital) completan el libro que ha “cuidado” (Moneo le agradece la compañía en la redacción de los textos) Laura Martínez de Guereñu.
Es un gesto de responsabilidad y generosidad, pero evidentemente también de control, que Moneo haya querido analizar personalmente sus proyectos. Es un gesto de rigor que haya esperado a tener 73 años y una obra universal, y rara vez públicamente cuestionada, para hacerlo explicando su génesis y desarrollo. Casi como si examinara una obra ajena –él mismo señala que fueron los comentarios sobre las obras de sus colegas que, durante años, ha realizado en sus clases lo que le llevó a pensar que podría hacer lo mismo con su obra- pero, naturalmente, con el conocimiento de quien explica lo que ha pensado y decidido, aborda el análisis de las razones que hay detrás de los proyectos. El resultado son 21 análisis de 21situaciones (con todas sus facetas exprimidas y medidas) y la explicación de 21 estrategias de actuación. En las páginas de su libro, Moneo evita la subjetividad. Habla como un cirujano diseccionando sus ideas y obras. Y esa elección rigurosamente analítica lo retrata. El reconocido como mejor arquitecto nacional aparece como un profesional muy consciente de las implicaciones que conlleva un uso ligero de la libertad. Pero también como un arquitecto con poca vivienda –un único edificio en el libro- y con una obra más cercana a las ciudades que a las personas, un profesional que se ha adentrado en el futuro observando el paso del tiempo en el pasado. Alguien que ha entendido la necesidad de su profesión de atender a la historia, la existencia y los lugares como su mejor aportación posible.
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