Arquitectura y verano 1: Abierto por vacaciones
La biografía del premio Pritzker menos mediático, el noruego Sverre Fehn, fallecido el año pasado, recoge su defensa del verano, largo y libre de exigencias, como el motor para las ideas del resto del año. Lo pasaba con su mujer, la pianista Ingrid Lobers Pettersen, y con su hijo Guy, que hoy es arquitecto. Tenían una cabaña en Hvasser. Allí Fehn dibujaba, nadaba, reponía fuerzas, paseaba y remaba con su hijo a bordo de un kayak. Su mujer velaba porque tuvieran pocos visitantes y mucho tiempo para no hacer nada. Confieso que la primera vez que leí esto me pregunté: ¿Hago yo eso por mi marido? ¿Cuido de su descanso? Al minuto me asaltó otra pregunta ¿Quién lo hará alguna vez por mí? En el verano uno puede pararse a pensar. El caso es que la vida que le gustaba a Fehn era la apacible, la de observar, nadar, pasear, leer y dibujar. Tal vez por eso siempre trabajó en el mismo edificio donde vivió.Tardes de tumbarse entre los árboles. Una verja que se abre haciendo ruido. Ese rugido del portón en la destartalada casa de la playa de St. Ives fue para Virginia Woolf un recuerdo de las horas largas del verano sin el que, como escribió ella misma en sus diarios, su vida hubiera sido distinta. “La vida (en Little Holland House) se me antoja un mundo de tarde de verano” escribe en las entradas recogidas en Momentos de vida (Debolsillo). ¿Hasta qué punto dependen esas sensaciones de la arquitectura? ¿Cuántos de nuestros recuerdos son de los lugares donde sucedieron las cosas? ¿Hasta que punto son esas sensaciones mismas arquitectura? La arquitectura y el verano son un tema tan rico en sugerencias como la idea de la arquitectura como protectora del fuego del hogar.
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