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Tribuna
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Revoltosos

El toque general de a rebato para ajustar el cinturón del gasto público, también de las comunidades autónomas, abre un abanico de horizontes insólitos. Sobre cómo se aplican el cuento en el País Valenciano se podría abrir una timba de apuestas, aunque crece la impresión de que no acaban de darse por aludidos. En el PP de donde Rajoy, deben sospechar que esto es Saturno y tampoco es que les falte razón. A cuadros debió quedarse más de uno tras oír la llamada a la revuelta de la señora Ana Mato, una autoridad en la corte mariana, llamando a los suyos, allí donde gobiernan, para que no acepten recortes en sanidad y educación. Verbigracia, donde los sufrimos de primera mano. Más recortes en educación significarán sustituir los barracones de costumbre por chamizos y hojalatas encastadas al estilo del chabolismo que se creía erradicado. Y en cuanto a la sanidad, doña Mato ignora que las listas de espera, aquí al menos, solo las aligeran las tasas de mortalidad. Pedir sacrificios y austeridad al Gobierno central es perfecto, incluso tratándose de una señora cuyo ex marido aparcaba en casa un Jaguar por gentileza del concesionario Francisco Correa, sí, el del Gürtel.

En esas se oye un graznido que clama contra las políticas alérgicas a la economía de mercado, adictas al gasto público y al déficit. Es Aznar, que sobrevuela el páramo como si no hubiese tenido nada que ver en el despelote y sus efectos. ¿Contención del gasto? apúntese hacia periferias donde la deuda supera los 14.000 millones de euros y las prioridades de la peña oscilan entre un circuito de bólidos -que prometieron gratis y ya cuesta lo que no está escrito-, la regata de nunca jamás y alguna cuchipanda para aparentar, todo con un fondo melancólico impuesto por el silencio de las hormigoneras y la incapacidad de la cuadrilla para salir del hoyo. La rebelión no llegará por el toque de corneta de Mato, sino por amenazas de irresponsables con cargo dispuestos a demorar, todavía más, la aplicación de la ley de Dependencia. Tal es su temeridad, que lo anuncian a bombo y platillo en comunidades donde llueve sobre mojado, la injusticia, el favoritismo y el maltrato están a la orden del día y, si algo se echa en falta, es que la autoridad competente suspenda, Constitución en mano, las competencias que dicen gestionar inútiles y malvados. Ignoran que sus propios votantes, con las aristocráticas excepciones, también se verán obligados un día de estos a peregrinar por los servicios públicos que tan alegremente desmantelan o privatizan. Pintan bastos y no está claro que la burbuja propagandística aguante mucho más tiempo como contenedor de basuras. Por lo demás, esperar que la Generalitat acate la ley de economía sostenible y pague a sus proveedores en 30 días, sería un milagro. Y eso sí que no. Hasta Cotino sabe que los milagros no existen.

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