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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La lucha de la izquierda mexicana por las clientelas

Raymundo Riva Palacio

Partidos en crisis, hay en todo el mundo. Pero encontrar un partido en permanente crisis ya no es tan frecuente. Sobre todo, si ese partido es la segunda fuerza electoral en el Congreso y su candidato presidencial se quedó a sólo 251 mil votos de ganar la elección hace tres años. Pero así es el PRD, el Partido de la Revolución Democrática, que nació de una crisis interna en el PRI en 1987 y que se fusionó con las corrientes sobrevivientes del Partido Comunista, de lo cual floreció lo peor de sus mundos: caudillismo y burocracia.

El PRD hoy en día mantiene rigurosamente su ADN político. Nunca se construyó en bloques dominantes y corrientes, y construyó una cultura tribal que lo ha marcado. Las diferencias no las resuelven en confrontaciones programáticas, sino con recelos ideológicos, a golpes y traiciones, con miradas de corto plazo donde en la salvaguarda de sus parcelas siempre omiten el análisis de quiénes serán los beneficiarios últimos en el largo plazo. Normalmente, estos ajustes de cuentas internas dejan ganadores y vencedores, sin importar que hacia fuera, colectivamente, queden más débiles.

En los últimos días el PRD ha acelerado su desangre. Dos grupos, que a su vez son amalgama de otros grupos, se enfrentaron en los tribunales electorales por la candidatura a la Delegación de Iztapalapa, la zona territorial en la capital mexicana que más habitantes tiene de todas las 16 en que se encuentra dividida (1.8 millones de habitantes) y que tiene el mayor presupuesto anual (3 mil 500 millones de pesos, o unos 200 millones de euros). El PRD controla Iztapalapa desde hace 9 años, pero en las circunstancias actuales por las que atraviesa el partido, eso ya no es suficiente. La lucha por la izquierda en México contaminó todo.

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Andrés Manuel López Obrador, quien fue su candidato presidencial en 2006 y hoy no detenta cargo formal alguno, salvo el de "presidente legítimo" de México que se auto impuso, molesto con el fallo de que el triunfo de la candidata que apoyaba en Iztapalapa era ilegal, y que tenía que ser remplazada por quien había perdido, que pertenece a la corriente que encabeza el dirigente nacional del PRD, Jesús Ortega, pidió a los militantes perredistas votar no por ese partido sino por otro, el del Trabajo (PT), lo que motivó de inmediato la amenaza de expulsión por violar los estatutos y "traicionar" al partido.

Este aquelarre político sólo evidenció el choque público entre esas dos cabezas, que se había tratado de mantener no sólo con hipocresía, sino con la vieja mecánica de la avestruz, que es muy socorrida en la política mexicana, donde se presume que si se esconde la cabeza dentro de la tierra para esconderse de todos, nadie se dará cuenta de nada. Es una tontería, pero así actúan. Desde que comenzó la campaña electoral para las elecciones intermedias el próximo 5 de julio, López Obrador decidió que en la zona metropolitana, donde se concentra casi el 22% del electorado nacional, su apoyo no sería para el PRD, su partido, sino para el PT y Convergencia, que en 2006 se sumaron a su candidatura presidencial. El PRD aceptó la anomalía, por describirlo de una manera generosa, sin mayor protesta que el rictus de coraje de los líderes nacionales.

En ese momento, el final del PRD, tenía su suerte echada. Se tardó tres años el partido en procesar públicamente el conflicto entre los dos grandes campos de ese organismo, el de la izquierda parlamentaria que encabeza Ortega, y el de la izquierda social que se aglutina en torno a López Obrador. La izquierda parlamentaria, que está apoderada de la estructura y las prerrogativas, tiene el control de las bancadas en el Congreso, el Senado, los congresos locales y el aparato burocrático, pero no sólo no responde a los intereses de López Obrador, sino que está enfrentado a ellos. La izquierda social, que es la que se encuentra en las calles tiene como método de lucha la presión y las marchas, la agitación y la confrontación, agudizando cada contradicción y llevando sus acciones al límite de la legalidad. La izquierda parlamentaria es reformista y ha contribuido en la construcción de acuerdos, reconociendo abiertamente a Felipe Calderón como presidente de México. La izquierda social es rupturista con las instituciones, considera que la dirigencia del PRD transó con el gobierno, que los manejan "las mafias" que controlan el país -una élite de la clase política, empresarial y las televisoras-, y desconocen a Calderón, a quien llaman "presidente espurio".

Entre las dos izquierdas no hay matices. En una caprichosa paradoja, la izquierda parlamentaria es dirigida por ex miembros del Partido Comunista y algunos ex guerrilleros, mientras que la izquierda social es manejada por López Obrador, quien fue un operador político priista hasta que el partido sufrió una fractura en 1987, cuando un sector molesto por la falta de inclusión en los procesos de selección de candidatos, rompió con el PRI y se fueron cientos detrás de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. El primero está aliado a Ortega, y el segundo es ahora uno de los intelectuales orgánicos del lópezobradorismo.

La complejidad de las alianzas temporales que se han dado dentro del PRD se acentúa por la incertidumbre sobre cuál es el objetivo que persiguen ambos campos en la lucha por la izquierda mexicana. El argumento que siempre se esgrimió fue que la disputa tenía que ver con el dinero que significa la franquicia perredista, y que este año asciende a 607 millones de pesos (35 millones de euros) del erario público entregados al partido. La racionalidad era que López Obrador necesitaba el control del aparato para lograr el del presupuesto, dado que su movimiento social necesita el combustible del dinero. Desde 2006, se supone que el financiamiento al movimiento proviene en su mayor parte del apoyo que recibe del gobierno del Distrito Federal, cuyo jefe, Marcelo Ebrard, otro ex priista, es el precandidato del PRD más fuerte para la candidatura presidencial en 2012.

Sin embargo, ante la evolución de los últimos acontecimientos en Iztapalapa y en el estado del centro-norte del país, Zacatecas, donde sus más leales -ex priistas también- están apoyando la lucha política del PT en contra de la gobernadora Amalia García -ex comunista-, que responde a los intereses de la burocracia del partido que dirige Ortega, el alegato de que el fondo del problema tiene que ver con los dineros, queda rebasado. Durante el episodio de Iztapalapa, López Obrador deslizó en su discurso una afirmación que enseñó el objetivo, cuando señaló que si bien sus líderes eran incompetentes y traidores, la militancia era sólida y leal al proyecto de nación que persigue, de una mayor equidad social entre las enormemente dispares clases sociales en México.

Es decir, López Obrador quiere militantes y clientelas políticas. El sistema político mexicano, que no ha sido desterrado, se asienta sobre dos pilares, el corporativismo y el clientelismo. Quien menos experiencia tiene en ello es curiosamente el PAN, el partido en el gobierno, mientras que el PRI y su escisión del PRD, tienen décadas de experiencia en su ejercicio. El corporativismo se da a través de las organizaciones y los sindicatos, y el clientelismo a través de todo el dinero y privilegios que puedan ser transferidos de un partido a los líderes de las bases y los grupos sociales.

Desde mediados de los 80, la izquierda que hoy se conoce como PRD le fue quitando clientelas al PRI, y en la zona metropolitana de la capital prácticamente lo aniquiló desde hace dos décadas. No es casual que la promoción de voto de López Obrador a favor del PT y Convergencia sea en esta región, sabedor del daño que puede hacerle al PRD en la elección de julio. En las próximas elecciones intermedias, el PRD enfrentará un doble tipo de competencia, contra el PAN y el PRI por el poder en el Congreso, y con López Obrador por el número de votos.

En las elecciones de 2006, el PRD obtuvo el techo histórico de 36% del voto nacional, que es lo doble del promedio que ha tenido en su historia. Sólo una vez antes el PRD había obtenido un porcentaje mayor al promedio, en 1997, cuando en la elección para gobernador en el Distrito Federal, la capital mexicana, alcanzó el 26%. Esto no debe llevar a lecturas equivocadas; en ambos casos fueron votaciones motivadas por los candidatos, López Obrador hace tres años y Cárdenas hace 12. Cárdenas no está haciendo ningún tipo de campaña en la actualidad, y López Obrador, que anima al electorado por PT y Convergencia, no aparece en ninguna de las boletas como candidato.

Algunos analistas especulan que López Obrador se va a llevar una buena parte de los votos que le dio al PRD en 2006, pero otros especialistas, como Jorge Buendía, de la firma de opinión pública Buendía, Laredo y Asociados, sostiene que no será así, puesto que los votos volátiles que obtuvo el entonces candidato presidencial, ya se fueron hace tiempo del PRD. Es decir, las cuentas alegres pueden sorprender a más de uno el próximo 5 de julio, y López Obrador no conquistaría el volumen de votos que se le están adjudicando preventivamente. El PRD se mantiene con una preferencia electoral para esa fecha de 18%, su mismo promedio, y calculan los especialistas que el PT, cuyo margen de votación ha oscilado entre 2 y 3%, podría alcanzar hasta un 4% con el impulso de López Obrador.

De mantenerse estos pronósticos, la izquierda que saldrá fortalecida será la de Ortega, perdiendo el segundo lugar en fuerza política ante el PRI, que encabeza en este momento las preferencias electorales, y ante el PAN, que va en un cercano segundo. Pero habrá demostrado que López Obrador es un líder que viene en declive, y que todos sus esfuerzos no fueron suficientes para fracturar al PRD, como sus cercanos lo hicieron con el PRI hace dos décadas. Si los resultados sorprendieran con López Obrador cabalgando junto con desertores del PRD para fortalecer al PT y Convergencia, estaríamos viendo la emergencia de un líder con enorme fortaleza, en posición de guerra para 2012 y con un método de acciones radicales que inclusive a los viejos combatientes de la izquierda histórica mexicana, hacen temblar.

Raymundo Riva Palacio es periodista mexicano

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