La universidad pública: excelencia y exigencia
No se puede permitir relajar sus estándares, so pena de convertirse en una fábrica de títulos y de crear operarios sin futuro
La universidad pública española ofrece una formación de alta calidad y de nivel internacional. Formamos a los jóvenes con perfiles muy valorados en otros países, donde se los rifan ofreciéndoles sueldos con los que no podemos competir. Un físico, un químico, un médico o un matemático español, no tiene nada que envidiar a la formación recibida a uno norteamericano, alemán, británico o francés. Se menciona poco que si tenemos en cuenta el dinero que se invierte por estudiante, las universidades españolas están muy por encima de otras aparentemente más lustrosas. Nunca tan pocos obtuvieron tanto rendimiento con tan limitado presupuesto.
Una idea errónea, pero muy extendida, de que la universidad no forma para el mercado laboral es interesada, pero además soslaya dos hechos. Uno, que es el mercado laboral español, el que a menudo no está a la altura de las universidades. Este país está formado mayoritariamente por una pléyade de microempresas que dan servicios poco avanzados. El otro hecho es que la universidad no es un servicio de formación para las empresas. Nuestra educación es integral y universal, y no se orienta a “las salidas”, sino a formar intelectualmente a una nueva generación. Tienen que ser ellos los que inventen trabajos que hoy ni existen y para eso los planes de estudio han de trascender modas, tendencias y coyunturas.
Se trata de formar a los mejores de cada generación planteándoles los desafíos en el límite de sus capacidades. Entre ellos surgirán quienes inventen y abran nuevos horizontes. Cuantos más haya, cuanto más se democratice el acceso al saber universitario, más opciones de inventar y avanzar tendremos, pues para que haya picos tiene que haber cordilleras y por eso es crucial que el porcentaje de universitarios sea lo más amplio posible.
Una obligación a veces olvidada de los estudiantes es exigir a sus profesores la excelencia.
La generación de conocimiento de las universidades públicas es crucial para la economía. Hace un siglo no existían ni electricistas, ni radiólogos, ni informáticos, ni bioquímicos ni otros muchos oficios tecnológicos o trabajos para humanistas. Si hoy tenemos esas profesiones en las empresas, industrias y hospitales es porque varias personas dedicaron su tiempo e inteligencia a unas actividades aparentemente sin ninguna aplicación práctica. No hay mucha gente que sea consciente de que todas las telecomunicaciones, los microscopios avanzados, las técnicas diagnósticas médicas y hasta la energía que usamos hoy en casa es posible gracias a que unos tipos se dedicaron a jugar con imanes en sus laboratorios, movidos por la mera curiosidad.
Una obligación a veces olvidada de los estudiantes es exigir a sus profesores la excelencia. Deben pedir a las universidades que orienten sus esfuerzos a reclutar a los mejores, y a darles los medios para que puedan formar a buenos estudiantes. Se juegan su futuro si no lo hacen. Si el principal objetivo de un estudiante es aprobar la asignatura con el menor esfuerzo posible, y si lo único que exige a sus profesores es que sean blandos, estará perdiendo una oportunidad. Su paso por las aulas habrá sido inútil y su título será papel mojado.
Es por ello que la universidad pública no se puede permitir relajar sus estándares, so pena de convertirse en una fábrica de títulos y de crear operarios sin futuro, aumentando la precariedad laboral. Para obtener un título sin esforzarse mucho, solo pagando, hay otros lugares. Aquí se viene a formarse intelectualmente, a amueblarse la cabeza, y a sufrir una metamorfosis que convierta a quien entra en otra persona: un líder, un creador, y una pieza fundamental de la sociedad del futuro a la que debe su formación y con la que está comprometido en ampliar las perspectivas de un futuro mejor.
Puedes seguir EL PAÍS Educación en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.