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Bolivia se prepara para un giro económico a la derecha

Rodrigo Paz y ‘Tuto’ Quiroga se disputarán la presidencia en octubre. La inflación, la escasez de reservas y la subida de los combustibles son los retos pendientes

En un almacén de Santa Cruz de la Sierra, epicentro comercial de Bolivia, Ivonne Pinaya y su esposo hacen hueco para un cargamento de vasos y envases desechables que pronto llegará desde China. Para pagarlo, Pinaya ha asumido un riesgo al que ha tenido que acostumbrarse este último año: comprar criptomonedas. Se las envía a través de casas de cambio a su hija, en Europa, quien las convierte en dólares estadounidenses para sus proveedores. “Es muy arriesgado, solo con poner mal un dígito la plata se va y se pierde”, dice en referencia a las largas claves de números y letras con las que se accede a las criptomonedas. “Eso le pasó a mi amiga, se equivocaron y le perdieron 50.000 dólares. ¡Es bien terrible!”. Sin embargo, es la única forma de hacer pagos internacionales que empresarios como ella han hallado desde que su país cayó en una de las crisis de escasez de dólares más graves de las últimas décadas.

La falta de combustible y de dólares, junto a una inflación anual que roza el 25%, son algunos de los retos que deberá afrontar el próximo Gobierno boliviano. El senador opositor Rodrigo Paz Pereira y el expresidente Jorge Tuto Quiroga se disputarán la presidencia el 19 de octubre tras el sorprendente resultado de la primera vuelta. Lo que parece claro, al margen de quien sea el ganador, es que los comicios marcarán un giro a la derecha tras casi 20 años de gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales y Luis Arce.

En ese tiempo, la economía boliviana floreció con el boom de las materias primas. Los altos precios de minerales e hidrocarburos hincharon las reservas internacionales hasta alcanzar un pico de 15.300 millones de dólares en 2014. Pero el fin del auge de las commodities y la caída de la producción de gas boliviano, debido a que no se invirtió en nuevas exploraciones, lastraron las reservas, que hoy apenas llegan a los 2.881 millones.

La escasez de divisas extranjeras ha hecho que bancos como el de Pinaya vayan limitando los dólares que sus clientes pueden transferir al extranjero. “Hasta marzo, podía enviar el equivalente a 5.000 dólares en yuanes. Pero luego nos dijo el banco: ‘Señores, ya no pueden enviar nada’. ¡En ninguna moneda!”, afirma Pinaya, cuyo negocio de importación de envases de comida para restaurantes es en realidad un as bajo la manga al que recurrió en mayo, cuando tuvo que cerrar los tres locales de pollos a la brasa de los que había vivido durante 22 años. “Llegué a darles a mis hijos las mejores oportunidades: estudiaron inglés, cursos de lectura veloz, fueron a las mejores universidades. De eso me puedo jactar”, dice con orgullo. Pero el parón de la pandemia le hizo acumular deudas y se llevó clientes que nunca volvieron. “En 2024, de la noche a la mañana, empezó a subir la inflación. Y yo compro en el mercado, donde no te dan factura para que descargues el IVA. Tuve que aumentar el precio de los platos, pero ya era insostenible”.

Al norte de Santa Cruz, Juan Pablo Espinoza ve mermar su cosecha debido a la falta de combustible. Lo necesita para la maquinaria y el transporte del arroz, sorgo, soja y maíz que siembra en sus 300 hectáreas. “He llegado a estar una semana en la cola para comprar diésel. ¡Cinco kilómetros de cola!”, afirma. “Eso quita tiempo para trabajar en el campo y el 20% de la cosecha se pierde”. A esto se suma una infraestructura insuficiente para la región más productiva del país. “La empresa estatal Emapa usa los silos y los agricultores no tenemos porque son de alto coste, así que no podemos guardar granos para negociar precios. Tenemos que venderlos de inmediato. Estamos a merced de los intermediarios”, lamenta.

La competencia de empresas públicas y el contrabando de bienes subsidiados son otras de las preocupaciones del sector empresarial. “La gente depositó su voto esperando un cambio del modelo económico que se centró solo en el extractivismo y dejó de lado al sector privado como un jugador importante en la construcción de desarrollo”, afirma Jean Pierre Antelo, presidente de la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (CAINCO). “El modelo [económico] se centró en ser solo un competidor desleal del sector privado y crear mayor ineficiencia a través de empresas estatales”.

Las consecuencias son difíciles de medir debido a la falta de transparencia en datos como el del número de negocios que han cerrado sus puertas, comenta Ibo Blazicevic, expresidente de la Cámara Nacional de Industrias. “Antes, el sistema de registro empresarial estaba a cargo de los empresarios, pero el Gobierno decidió tomar el control. A partir de allí, dejamos de conocer los datos”, explica. “Pero sí sabemos que se han cerrado muchísimas empresas”.

Tanto Antelo como Blazicevic admiten que la solución a una crisis con tantos frentes abiertos implicará ajustes en las subvenciones de combustibles y alimentos. Solo los primeros le cuestan al Estado más de 2.000 millones de dólares al año. “Quien diga que la transición no va a ser dolorosa, no está teniendo una lectura real de lo que pasa en economía… La línea del sector empresarial es que hay que quitar el subsidio, pero hay que generar algún bono de transferencia que le permita a sectores vulnerables evitar una inflación mucho más alta y seguir subsistiendo”, añade Antelo.

Pobreza

En los últimos 20 años, la tasa de pobreza en Bolivia se ha reducido en más de 20 puntos porcentuales, pero el país andino continúa siendo uno de los más pobres de Sudamérica. Más de un tercio de los bolivianos vive en la pobreza y solo uno de cada cinco tiene un trabajo formal, por lo que es común ver las calles llenas de gente intentando ganarse el pan. A unos pocos les va bien, como a Ivonne Pinaya, que empezó vendiendo pollo en la calle tras no encontrar empleo como trabajadora social cuando acabó la universidad. Otros muchos, como Gloria Pumarín, apenas consiguen lo necesario para comer.

En La Paz, Pumarín, de 30 años, vende pasteles a ocho bolivianos (menos de un euro) para mantener a sus dos hermanos menores y a sus padres. Sentada frente a una estación de teleférico y rodeada de carteles que rezan “Lucha contra el cáncer”, explica que su padre no puede trabajar debido a una trombosis en la pierna y que necesita 10.000 dólares para tratar el cáncer de mama de su madre: “Yo saco 100 bolivianos los días muy malos y 250 los días muy buenos. De eso, 100 se me van en comida. Estamos tratando de juntar para extirparle el tumor a mi mamá, pero a este paso no se puede”. Pumarín es una de los miles de votantes que, tras años de fidelidad, este 2025 le dieron la espalda al MAS para favorecer a un candidato de derecha. “El partido hizo muy buenas cosas con Evo: hospitales, colegios, canchas de fútbol. Pensé que con Arce sería igual, pero casi hunde a Bolivia”; asegura mientras cambia de posición para aminorar el dolor de estar todo el día sobre el asfalto. “Ya no puedo depender del Gobierno, sino de las ventas que haga. He dejado la política a un lado para ayudar a mi familia”, concluye.

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