Alemania, años 20
Los problemas a los que se enfrenta la principal economía de la zona euro son más estructurales que coyunturales
Es ya casi un tópico decir que la crisis económica alemana se debe al hundimiento súbito de la red formada por el gas barato ruso, la demanda de China y el paraguas defensivo de Estados Unidos. A pesar de ser una simplificación excesiva, refleja bien el hecho de que los problemas a los que se enfrenta la principal economía de la zona euro son más estructurales que coyunturales.
Empezando por el corto plazo, los datos de crecimiento del primer trimestre del año han dado una sorpresa positiva respecto a las bajas expectativas. El PIB ha crecido un 0,2%, más de lo previsto, y los indicadores manufactureros PMI acaban de sobrepasar el nivel que separa la expansión de la recesión, principalmente gracias al sector servicios. El mercado chino se está recuperando, aunque más lentamente de lo previsto. Tras caer el PIB un 0,3% en 2023 (bastante por debajo de la media de la eurozona), la Comisión Europea prevé un estancamiento este 2024, y una lenta recuperación hasta el 1% en el año 2025.
Pero esta ligera mejoría no puede ocultar los problemas estructurales, que son variados y profundos, y van a suponer un reto importante en la próxima década. La demografía es tan negativa o más que en otros países competidores, especialmente de cara a la jubilación masiva de trabajadores en el medio plazo. El este de Europa, proveedor de trabajadores inmigrantes en los últimos años, tiene también mercados de trabajo muy tensionados; la adaptación de trabajadores de otras zonas es más complicada con un sistema educativo que, según los resultados de PISA, sufre de especiales problemas en la formación de población inmigrante. Y la alta tasa de trabajo femenino a tiempo parcial tiene raíces culturales y no va a ser fácil de revertir.
En el campo energético, los sectores más intensivos en energía están absorbiendo el shock de la guerra de Ucrania, pero los retos hacia adelante van a continuar para cuadrar la ecuación de la renuncia a la energía nuclear, un precio del gas que, en cualquier caso, será mucho más alto en el futuro de lo que lo fue la década pasada, y una transición a energías renovables que choca con la oposición local a su despliegue y que difícilmente podrá cubrir por sí sola la demanda de una economía muy basada en la industria.
La competencia externa, por último, está siendo especialmente feroz en el sector del automóvil, uno de los pilares de la industria alemana. En los años 2000, Alemania superó su crisis por una restricción salarial de facto apoyada en su tradicional consenso entre empresas y sindicatos. La batalla del vehículo eléctrico con China y Estados Unidos, más basada en I+D de cuarta generación y en digitalización, campos en los que el país no tiene ventajas comparativas, va a ser más complicada.
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