Brotes verdes en la locomotora alemana
Alemania no es el “enfermo de Europa”, sino que comienza a arrancar, lo que deberá permitir una mejora de la actividad del conjunto de la zona euro en la segunda mitad del año
La economía europea continúa estancada y soplan vientos en contra de su locomotora. Alemania sufre por la pérdida de acceso a la energía barata —que procedía de Rusia— y por la competencia sin piedad en el sector automovilístico. Todo ello ha llevado a que su PIB se contrajese un 0,3% en 2023 y, por el momento, las perspectivas parecen poco halagüeñas. Esta misma semana, el FMI ha vuelto a rebajar las estimaciones de crecimiento para este año hasta un avance solo del 0,2%.
En el centro de esta debilidad económica germana se encuentra su potente industria, que, en términos de producción, ha caído en el último lustro un 12% desde máximos. Entre otros factores, este retroceso de la actividad se debe en gran parte a la debilidad del sector automovilístico que afronta la terrible competencia china en su propia casa: las importaciones europeas de automóviles y vehículos de motor chinos registraron un aumento del 37% el año pasado, y continúan, así, elevando su penetración en Europa a ritmos acelerados. ¿Acabará Alemania desindustrializada como ocurrió en el cinturón del óxido en EE UU, que competían contra las manufacturas chinas?
Los temores parecen exagerados y no todos los datos apuntan en esta dirección. Por ejemplo, en términos de valor añadido al PIB, el sector industrial solamente ha retrocedido un 5% desde 2018. Esta métrica, que tiene en cuenta mejoras en la eficiencia y no solo el volumen de producción, unido al mantenimiento de una cuota del 7% de todas las exportaciones mundiales de bienes, confirman que la industria germana sigue siendo puntera y contradicen los escenarios de una intensa pérdida de competitividad.
Más allá del sector industrial, el consumidor también atraviesa una crisis de confianza. A pesar de la fortaleza del mercado laboral, que sigue mostrando tasas de paro cerca de mínimos (3,2%), los hogares germanos han respondido al shock inflacionista con un mayor incremento de su tasa de ahorro, que alcanza ahora el 11,4% de la renta disponible, siendo este nivel 1,4 puntos porcentuales superior al promedio previo a la pandemia y uno de los factores que ha mantenido el consumo privado deprimido.
Sin embargo, los datos más recientes arrojan algo más de esperanza y apuntan a que lo peor comienza a quedar atrás. La confianza de los empresarios está mejorando e, incluso en la debilitada industria manufacturera, la actividad ha repuntado, acumulando este año un avance del 3,5% desde mínimos. Por el lado de los hogares, el consumo también parece estar reviviendo y cifras como la llegada de turistas germanos a España apuntan a una mayor propensión a viajar y gastar —en el acumulado del año superan 1,1 millones de visitantes, un 10% por encima del promedio previo a la pandemia—.
Aunque la locomotora no va a toda marcha, Alemania no es el “enfermo de Europa”, sino que comienza a arrancar, lo que deberá permitir una mejora de la actividad del conjunto de la zona euro en la segunda mitad del año.
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