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Irlanda aprovecha el maná de sus ventajas fiscales para crear dos fondos soberanos millonarios

El superávit generado por los impuestos a las grandes tecnológicas garantizará la estabilidad de las cuentas públicas y las pensiones

Irlanda
Un hombre en una taberna de Dublín viendo en la televisión al ministro de Finanzas, Michael McGrath.Liam McBurney (PA Images / Getty Images)
Rafa de Miguel

En la década de los cincuenta del siglo pasado, un mensaje críptico apareció en las páginas del Irish Times: “Próximamente, El Irlandés Evanescente (Coming, The Vanishing Irish)”. Era el anuncio del libro de un cura católico estadounidense, John O´Brien, que proclamaba la desaparición de Irlanda como nación en un futuro próximo. Lo cuenta el escritor Fintan O´Toole en We Don´t Know Ourselves. A Personal History of Ireland Since 1958 (No Nos Conocemos a Nosotros Mismos. Una Historia Personal de Irlanda desde 1958). Si en 1841 vivían 6,5 millones de personas en la porción de la isla que hoy ocupa la República de Irlanda (el resto es Irlanda del Norte, territorio británico), en 1961 no llegaban a los 2,8 millones. La idea y el sueño irlandés eran una diáspora de millones de inmigrantes repartidos sobre todo por Gran Bretaña y Estados Unidos.

Hoy Irlanda cuenta con una población estable de 5 millones de habitantes, aproximadamente. Son los trabajadores estadounidenses, y sobre todo los gigantes tecnológicos como Google o Facebook los que han trasladado allá su domicilio fiscal en Europa, atraídos por un Impuesto de Sociedades de apenas el 12,5%. Según cifras de la propia Eurostat, en 2050, la población mayor de 65 años alcanzará el 46%. En 2020 suponía el 25%.

Cuando el ministro irlandés de Economía, Michael McGrath, presentó el mes pasado el presupuesto de 2024 y anunció la creación de dos inmensos fondos soberanos tenía en la cabeza la imagen, ya no de un ‘irlandés evanescente’, pero sí la de un ‘irlandés envejecido y dependiente del Estado’. “Estos fondos son vitales para asegurar nuestra economía en el futuro, así como nuestras finanzas públicas”, aseguraba. “Nos ayudarán a afrontar los gastos públicos de los años venideros, y supondrán una importante contribución para la sanidad, las pensiones, la dependencia, y mucho más”. Todos los costes relacionados con el envejecimiento de la población, explicó a sus colegas parlamentarios, iban a crecer entre 7.000 y 8.000 millones de euros durante la próxima década.

Pensiones y cambio climático

El más importante de los dos nuevos fondos, llamado Fondo Para el Futuro de Irlanda (FIF, en sus siglas en inglés) podría sumar, gracias a las aportaciones anuales del Estado y al rendimiento de los intereses, unos 100.000 millones de euros para 2035. Comenzará a crecer a partir del ya existente Fondo de Reserva Nacional, que cuanta con 4.100 millones de euros. A partir de 2024, gracias a la abundante recaudación generada por los impuestos a las grandes corporaciones — hay más de 1.000 instaladas en la isla—, el Gobierno se compromete a destinar al fondo cada año unos 4.300 millones de euros. Es decir, el 0,8% del PIB, y a no echar mano de sus rendimientos al menos hasta 2040.

El segundo fondo, llamado Fondo para Infraestructuras, Cambio Climático y Naturaleza, tiene la ambición dar cobertura a todos los gastos previstos para hacer frente a la lucha contra el calentamiento global, pero también la de garantizar el flujo de inversiones de capital durante futuras crisis económicas. Recibirá un ingreso público anual de 2.000 millones de euros, y el Gobierno confía en que acumule al menos 14.000 millones para 2030.

Los cálculos a largo plazo de Dublín se fundamentan en una certeza y un objetivo. La certeza: los beneficios extraordinarios —caídos del cielo— de los últimos años, con una recaudación fiscal extraordinaria, tienen los días contados. La ofensiva internacional desplegada en 2011 por las principales economías agrupadas en el G-7 avanzó en la idea de un impuesto mínimo global de Sociedades del 15%, e Irlanda se ha resignado ya hace tiempo a perder su ventaja competitiva. Durante estos años, sin embargo la ha compensado con infraestructuras y comodidades que siguen atrayendo a las tecnológicas, financieras y farmacéuticas. Además del doble plus de un entorno en lengua inglesa y la pertenencia a la UE. Pero el propio Gobierno es consciente de que, de los casi 23.000 millones generados el año pasado a través de impuestos, al menos la mitad son de un carácter temporal y efímero. Hay que usarlos hasta que también ellos sean evanescentes.

Y el objetivo: Dublín aspira a la mayor responsabilidad fiscal posible y a las cuentas más estables. En 2022, la relación de la deuda pública respecto al PIB fue del 69%. Los analistas creen que, con los intereses que generen los nuevos fondos soberanos, esa proporción puede reducirse drásticamente. “Bajo asunciones razonables respecto al crecimiento futuro de la economía, junto a su potencial a largo plazo, un retorno de la inversión de aproximadamente un 5% anual y unos planes fiscales como los actuales, la deuda neta podría situarse en el 40% al final de la década”, ha vaticinado Dermot O´Leary, el economista jefe de la principal firma de inversión irlandesa, Goodbody Stockbrokers.

Irlanda fue uno de los pocos países de la UE que tuvo superávit presupuestario el año pasado: un 2,9%, y las previsiones del Gobierno indican que puede seguir subiendo durante los próximos años. Su generación responde casi en exclusiva a ese aumento de la recaudación fiscal entre empresas, que se ha multiplicado por seis en la última década. Muchas de ellas mantienen en el país su sede fiscal europea.

El Gobierno irlandés se ha inspirado para diseñar los dos nuevos fondos soberanos en los que ya poseen países como Noruega, Australia o Japón, derivados en gran parte —salvo el noruego, que tiene que ver más bien con los rendimientos petrolíferos— de recaudaciones fiscales extraordinarias.

La diferencia con esos países radica en las carencias sociales y de bienestar que Irlanda acumula todavía. Hace apenas una semana, grupos de ultraderecha incendiaron vehículos, autobuses y tranvías y saquearon comercios. Gran parte de la llama que prendió esa mecha eran grupos minoritarios extremistas y radicales, contrarios a la creciente inmigración a la isla. Pero detrás del revuelo había también un trasfondo de queja social por la escasez de vivienda y unos servicios públicos —especialmente la sanidad— que todavía tienen mucho que mejorar.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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