Julià: de llevar peñas de equipos de fútbol a facturar 270 millones de euros
La compañía de autobuses cumple 90 años y poco a poco recupera los niveles prepandemia. Busca diversificar su negocio para depender menos del turismo
Resumir la trayectoria de una empresa que cumple 90 años es, de alguna manera, repasar la historia reciente de España (y del mundo): en 1933, cuatro amigos catalanes se dan cuenta de que hay una oportunidad de negocio en el traslado de los equipos de fútbol y de sus aficionados a partidos que aún están lejos de ser televisados, así que abandonan sus trabajos y deciden comprar un autocar. La Guerra Civil lo para todo, y al terminar, Autocares Julià comienza a crecer gracias al fervor religioso en torno al Monasterio de Montserrat. Años después llega la apertura de España al mundo y, con ella, la explosión del turismo, que convierte al ya Grupo Julià en lo que es ahora: un conglomerado empresarial centrado en el transporte y el turismo que tiene presencia en ocho países y que prevé facturar cerca de 270 millones de euros este año.
Tras una escisión y varios movimientos empresariales, el grupo pertenece ahora únicamente a los Adell, la familia de uno de aquellos cuatro amigos. Pero el nombre sigue siendo el apellido de otro de los fundadores, que se marchó al poco tiempo de empezar: “Los autobuses ya estaban rotulados, y los demás apellidos quedaban muy mal”, cuenta José Francisco Adell (Barcelona, 53 años), miembro de la tercera generación y consejero delegado del grupo. Aunque aún no estaba en la empresa, Adell señala con claridad cuál fue el factor determinante del despegue del grupo: el bum, en los 70, del turismo en España. “Ahí empezó, con mi padre, la primera internacionalización del grupo hacia Latinoamérica, donde había interés por visitar Europa”, subraya.
De la mano de la explosión del turismo, Autocares Julià pasó a convertirse en un grupo empresarial, con la creación de Julià Tours, filial de servicios especializados en viajes vacacionales de larga distancia; de Julià Central de Viajes, centrada en la organización de viajes corporativos y de empresa y de Julià Travel, especializada en servicios de turismo receptivo. El cambio de siglo trajo consigo la segunda gran fase de internacionalización. Crearon la división de autocares turísticos, City Tour, que ya operaba en Barcelona, Madrid y en San Sebastián, y extendieron su actividad internacional a México, San Francisco, Londres, Roma o Tánger.
Nueve décadas después de ese primer autobús, el Grupo Julià posee una flota de 450 vehículos y emplea a 1.400 personas. Este crecimiento, sin embargo, no ha estado exento de dificultades. El turismo es un negocio especialmente sensible a los vaivenes del mundo: en 2003, poco después de acceder Adell a un puesto directivo en el grupo, tres filiales tuvieron que entrar en suspensión de pagos. Dos eventos históricos en 2001 fueron los propagadores de su crisis: por un lado, el atentado de las Torres Gemelas, que hundió la actividad del sector turístico; y, por otro, el corralito argentino, que dejó congelada una buena parte de la liquidez del grupo en los bancos argentinos.
Talento externo
Remontar ese golpe, cuenta Adell, fue especialmente difícil, porque supuso para él un choque “con la realidad de la empresa familiar, donde los sentimientos son fuertes”. Los Adell tienen claro que lo familiar no quita lo profesional, y por eso combinan los dos ámbitos en la estructura del grupo. Al frente de cada división hay un director externo. “Tratamos de poner en práctica ‘ficha a gente mejor que tú”, señala el consejero delegado, que subraya las condiciones para que algún miembro de la nueva generación familiar pueda entrar en la compañía: carrera, cinco años de experiencia fuera del sector, “y solo si se necesita un perfil como el suyo”. “Es un plus que diferencia a las empresas familiares: yo no pienso en sacar lo máximo para este año, nuestra obligación como familia es que la compañía perdure”, concluye.
Adell tuvo que enfrentarse, 17 años después y ya como consejero delegado, a otro evento histórico: la pandemia.”Nos pilló en un momento complicado, porque veníamos de una fuerte expansión, con grandes inversiones. Nos endeudamos bastante para acometer esos planes, y la pandemia nos pilla con la deuda por encima de lo confortable para el grupo, y justo en temporada baja”. La incógnita era cuánto tiempo iba a durar. El grupo se cubrió con préstamos ICO para un año, pensando que la normalidad volvería antes, pero la crisis sanitaria se alargó, arrastrando con ella al turismo. En mayo de 2022, la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) les inyectó 38 millones de euros.
Pasada la pandemia y reactivado el turismo, las aguas vuelven poco a poco a su cauce en el Grupo Julià. La crisis sanitaria les obligó a repensar el negocio, señala Adell, y a hacer recortes —o directamente eliminar— las líneas que no eran rentables o que requerían aún de mucha inversión. Parte de esa reestructuración ha pasado por la diversificación del grupo hacia el transporte público: al servicio de transporte urbano que ya poseían en Andorra sumaron en 2021 la adjudicación junto a otra empresa de una línea urbana entre Sant Boi de Llobregat y Barcelona.
Aunque aún no han igualado la facturación que tenían en 2020, el grupo, con 12 millones de clientes en todo el mundo, ya ha recuperado el número de pasajeros. Adell concluye su conversación con EL PAÍS subrayando el optimismo con el que afrontan el futuro. Por delante tienen retos como la electrificación de la movilidad o la creciente resistencia, en lugares como Barcelona, al turismo de masas. Y, por supuesto, el impacto en su negocio de los imprevisibles vaivenes del orden geopolítico. Nueve décadas de saltar de evento histórico en evento histórico les respaldan.
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