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Auge y desplome de Eidf, la energética gallega que pasó de estrella a fiasco bursátil

La firma de autoconsumo fotovoltaico, que multiplicó por siete su valor en Bolsa en solo un año y medio, vive un calvario en su regreso al parqué tras la suspensión de la CNMV por irregularidades contables

Fernando Romero primer ejecutivo de EiDF
El primer ejecutivo de EiDF, Fernando Romero, en la salida a Bolsa de la empresa, en el verano de 2021.BME GROWTH (BME GROWTH)

Antes, muy poco antes, de que estallara el escándalo de Eidf, la empresa gallega de autoconsumo fotovoltaico que ha protagonizado el mayor fiasco bursátil de los últimos tiempos, su presidente defendía la transparencia de su empresa: “¿Qué necesidad tengo de dar un dato que no es?”. Era 20 de marzo y en la radio del despacho de Fernando Romero sonaba la misteriosa American Pie, clásico entre los clásicos, obra de Don McLean. Parecía tener pocas ganas de hablar, a pesar de que su compañía era la estrella del momento en el BME Growth (antes conocido como MAB), el mercado de pequeños valores emergentes de la Bolsa española. Graduado en Derecho por la Universidad de Deusto y la de Santiago de Compostela y exempleado de la banca de inversión, el primer ejecutivo y fundador de Eidf, una firma de solo 200 empleados, recibía a este diario en la nave que la empresa tiene alquilada en el solitario polígono industrial de Barro, a medio camino entre Pontevedra y Sanxenxo.

Al jefe de Eidf no le importaba hacer notar que no tenía mucho tiempo. No iba a contestar preguntas sobre su trayectoria personal y, según él mismo admitía, no tenía una gran empatía para la comunicación: “Me pagan por ello, es lo que hay, pero me cuesta”. Por aquel entonces tenía —al menos en el plano teórico; la práctica, como quedaría patente más tarde, discurre por otro raíl— una de las mayores fortunas del país. Su 71% en la compañía de instalaciones fotovoltaicas de autoconsumo industrial valía la friolera 1.200 millones en Bolsa.

Un mes después, cuando acumulaba una revalorización del 630% desde su estreno en el parqué —debutó a 4,2 euros, pero en marzo pasado sus acciones llegaron a superar los 31, más siete veces más—, llegó su momento más crítico: su suspensión de cotización por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) por no formular las cuentas de 2022. Sus accionistas no pudieron deshacerse de sus acciones hasta finales de agosto, y su regreso al parqué no pudo ser más aciago: en su retorno llegó a caer por debajo de los 4 euros. Aunque en los últimos días ha recuperado una pequeña parte del terreno perdido, aún vale cinco veces menos que hace un año.

Nadie lo vio venir. Ni su anterior auditor Crowe. Ni las pocas casas bursátiles que cubrían el valor (Alantra y GPM), que poco antes del fiasco aún glosaban las bondades de la empresa. Ni los propios inversores, a los que la suspensión de cotización sorprendió con el valor cerca de máximos y que no han podido salir hasta que el regulador levantó la suspensión. Por fortuna —y pese a la ausencia de datos— no es descabellado afirmar que no son muchos: aunque estaba punto de dar el salto al Mercado Continuo (algo así como la segunda división de la Bolsa española, tras el Ibex 35), no lo logró a tiempo. De haberlo hecho, la onda expansiva se habría multiplicado exponencialmente.

En números gruesos, la montaña rusa es aún más llamativa. La pasada primavera, Eidf llegó a valer más de 1.700 millones de euros, más de lo que capitalizan algunas cotizadas del Ibex hoy, como la hotelera Meliá o la también energética Solaria. En ese sector, el de las energías renovables, en el que en los últimos tiempos han sonado algunas alarmas de burbuja por la alta valoración alcanzada por algunos proyectos, la situación se vive con una cierta incertidumbre. “No da una imagen buena, eso es lo que más nos preocupa”, apunta una fuente sectorial bajo condición de anonimato.

Lo acontecido en la empresa gallega, sin embargo, no tiene nada que ver con la realidad del resto de la industria; este suceso, argumentan, es otra cosa, difícilmente extrapolable: “Es un caso aislado, de una empresa que ya antes de que pasase todo no estaba precisamente bien vista por el resto de competidores: por cómo hacían las instalaciones y porque tiraban los precios”, agregan las fuentes consultadas.

Eidf era y es la misma empresa que el propio Romero había fundado sin apenas recursos en diciembre de 2008, con 27 años y una recesión planetaria recién estrenada. Había atravesado el desierto, había surfeado el impuesto al sol de la era Rajoy —que dejó prácticamente en cero las instalaciones fotovoltaicas individuales— y había conseguido meterse de lleno en un mercado en que ahora todos quieren estar. Paradójicamente, desde Galicia, tierra de viento y niebla pero no de sol.

“Comenzamos dos personas, David [Sáenz] y yo. Él hacía planos y yo los vendía. Mi primera nómina fue en 2018, antes vivía de lo que sobraba. He descargado camiones, he hecho obras… he hecho de todo”, esbozaba. En pleno cierre de la auditoría, también estaba obsesionado con demostrar que las credenciales de Eidf eran poco menos que de oro. “El plan de negocio lo hemos cumplido con creces. No tenemos que vender algo que no somos. Este es un mercado nuevo, disruptivo, de autoconsumo, que empieza ahora, con una década de crecimiento por delante… ¿qué necesidad tengo de dar un dato que no es? Queremos ser un valor serio, sobre todo para el accionista, el inversor”, decía entonces.

Aquellas palabras toman ahora un mayor significado a la vista de lo que luego sucedió. La auditora, que ya era PwC, se negó a firmar las cuentas y la CNMV no tardó en anunciar la suspensión de la cotización por incumplimiento de su deber de informar al mercado. Fue la propia PwC, como se supo luego, quien exigió a la empresa que realizase un análisis forensic, un informe de detectives para llegar mucho más lejos de lo que permiten las herramientas de los auditores. Querían delimitar y constatar lo que sospechaban: que había debilidades significativas en el modelo de gobierno corporativo y en el sistema de control interno. Ese informe de cirujano, realizado por Deloitte, les dio la razón. Y PwC firmó las cuentas curándose en salud: advirtió que podrían seguir saliendo minas de Eidf.

En el consejo de administración del 12 de agosto que formuló los estados financieros de 2022, todavía con la cotización suspendida, la consejera ejecutiva Mercedes Rey presentó su dimisión, aunque siguió como directora financiera. Poco después, el 17 de agosto, viendo que la CNMV seguía sin decidirse a levantar el veto, llegó el anuncio a regañadientes de que la empresa buscaría otro consejero delegado, junto a la renovación de la dirección financiera y la dirección de operaciones. Al regulador no le bastó. Quería evitar que la empresa guardase en un cajón el forensic. Y, tras un tira y afloja en el que Eidf no dio su brazo a torcer, fue el regulador bursátil el que publicó una carta recogiendo las numerosas evidencias de que las cosas se habían hecho mal en la prometedora firma de paneles solares.

Lo más grueso son los hallazgos de un “posible falseamiento de documentos por parte de la compañía”. En las pesquisas de las relaciones entre la empresa y sus socios también se identificaron “evidencias de posible falsificación de contratos y documentos elaborados por parte de los responsables de la sociedad, con el objeto de justificar la falta de control sobre las SPV [empresas creadas con el único propósito de ser el marco de una inversión en energía renovable]”.

Simulación

“Todos los deudores incluidos en el alcance del forensic presentan una vinculación directa o indirecta con Fernando Romero”. El arte de la simulación convertida en megavatio. Porque el estudio apunta a “facturas y pagos por servicios que podrían no haberse prestado o no estar justificados, así como la falsificación de documentos”. También a “evidencias que pondrían de manifiesto que la explicación aportada por Eidf a sus auditores para justificar la naturaleza de los créditos con determinadas sociedades no era real, y que falseaban documentos (por ejemplo, contratos o facturas) que justificaban la naturaleza de dichos saldos para así poder cumplir con la solicitud del auditor”.

Más madera: algún deudor, “habría emitido facturas que no se corresponderían con servicios efectivamente prestados, por lo que podrían tratarse de facturas falsas”. Las conclusiones se redondean con posibles incumplimientos de contratos, discrepancias de costes y documentación inconsistente.

La empresa se defendió como pudo. Argumentó que algunas iniciativas recomendadas por el auditor ya se habían puesto en marcha. Apeló a su vertiginoso crecimiento, al “reto organizativo” que supone duplicar facturación en poco tiempo. Y, sobre todo, recordó que los auditores tuvieron ocho meses para trabajar con acceso ilimitado a los datos “por lo que la advertencia de futuribles o hipótesis de eventuales riesgos no detectados se antoja, a juicio de la empresa auditada, como una posibilidad tan lejana como exhaustivo, pormenorizado y largo en el tiempo ha sido el trabajo de los auditores”. Pero ya era tarde y el resto de la historia ya se conoce: la vuelta a la cotización fue la esperada, la acción se desinfló como un suflé y Romero apenas ha podido contener la sangría, pese a haber gastado cerca de 600.000 euros en títulos para tratar de mantener el valor a flote y haber anunciado la compra de nuevos proyectos.

McLean ha dejado de sonar en su despacho, pero en el aire sigue flotando la misteriosa melodía. ¿Qué significa? Le preguntaron al cantante una vez. “Significa que jamás tendré que trabajar”.

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