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¿Sueño alcanzable o delirio? Los planes de Argentina y Brasil de compartir moneda

El proyecto para que ambos países comercien con una divisa común llamada sur ha sido tildado de disparate

Lula da Silva y Alberto Fernández
El presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, estrecha la mano a Alberto Fernández, presidente de Argentina, en una cumbre entre ambos países celebrada en Buenos Aires el 23 de enero.Getty Images

“Esto es una locura”, dijo sin más explicaciones el ex economista jefe del FMI Olivier Blanchard, cuando escuchó hablar del sur, una moneda común para Argentina y Brasil. “Una idea terrible”, se sumó Paul Krugman, que sí incluyó un razonamiento: para el Nobel de Economía, compartir moneda solo sería estudiable si cada uno de los dos países fuera el principal socio comercial del otro y sus economías no presentaran tantas diferencias.

Ninguna de las dos condiciones se cumplen. Brasil es el mercado del 14% de las exportaciones de Argentina y su principal socio comercial, pero la ecuación no funciona igual al revés: Argentina ocupa el tercer lugar en las exportaciones brasileñas, muy por detrás de China y de Estados Unidos. Las diferencias en la economía también son evidentes. En Brasil la inflación no llegó a los dos dígitos el año pasado y sus reservas en moneda extranjera superan los 300.000 millones de dólares, mientras que Argentina terminó 2022 con un 95% de subida en el IPC, más de 10 tipos de cambio y las reservas cayendo hasta perforar a mediados de febrero la barrera de los 40.000 millones de dólares.

¿Significa eso que no tiene ni pies ni cabeza el anuncio de avanzar hacia una moneda compartida que a finales de enero hicieron Alberto Fernández y Luiz Inácio Lula da Silva? Según el economista y miembro del directorio del Banco Central de Argentina Jorge Carrera, la respuesta es no. Aunque ninguno de los dos gobiernos haya dado aún los detalles, dice, lo que está claro es que en una primera fase el objetivo del proyecto nunca será una moneda única que sustituya a las respectivas divisas nacionales, al estilo del euro. En todo caso, una moneda compartida para operaciones de comercio exterior que facilite el intercambio entre las dos naciones.

“Lo que dice Blanchard de locura es porque alguien le habrá dicho, o él mismo habrá leído a las apuradas, que era una moneda única para el Mercosur, pero aquí la palabra ‘única’ es la que hay que tachar”, dice Carrera. “La propuesta es minimalista y por eso tiene más posibilidades de viabilidad: una moneda que pueda funcionar como unidad de cuenta para el comercio bilateral”.

Se ha hablado de vincular la cotización del sur a la de una cesta de bienes en cada una de las dos economías, lo que dejaría fuera el problema de abaratarla artificialmente para Argentina, el país con mayor inflación. A falta de detalles, el mecanismo que Carrera imagina es una compensación diaria de los sures intercambiados por parte de los dos bancos centrales. Un escenario en el que la moneda podría funcionar como una anotación contable, sin billetes físicos, con una conversión automática en la moneda de cada país.

Se podría argumentar que ese sistema de compensación diaria también funcionaría sin la intermediación del sur: si cada agente comercial usa su propia moneda nacional, los bancos centrales podrían calcular al final del día cuál de los dos tiene que compensar al otro por haber importado más de lo que exportó. Pero la ventaja de poner al sur en medio de la operación reside en que los agentes comerciales de los dos países usarían así el mismo precio de referencia para saber a cuánto están vendiendo y comprando.

Saltarse el mercado de compra y venta de dólares, la actual moneda de referencia en la región, y comenzar a usar una moneda propia implicaría una reducción en los costes de transacción y, por tanto, un incentivo al comercio entre los dos países. Estos costes son especialmente altos en un país como Argentina, donde la escasez crónica de dólares ha llevado al Gobierno a imponer controles en la adquisición de la divisa.

“Después del fútbol, el segundo deporte nacional en Argentina es la compra de dólares, porque hace décadas que no tenemos moneda estable y nadie ahorra en pesos”, dice Elisabet Bacigalupo, de la consultora argentina Abeceb. “Por eso tenemos controles de capital y controles comerciales para evitar devaluar, que es lo que pasaría si dejas al mercado en un contexto de exceso de demanda de dólares”.

Como explica Bacigalupo, para que una empresa argentina pueda importar hoy tiene que obtener antes el permiso del Banco Central para adquirir los dólares con los que pagar a su proveedor del exterior. Un proceso de meses que deja fuera a empresas de menor tamaño sin financiación de sus proveedores. Pese a eso, dice, la creación de una nueva moneda no resuelve el problema de fondo en la relación bilateral, que es “el déficit comercial estructural que Argentina tiene con Brasil”.

En la medición de noviembre de 2022, las exportaciones brasileñas a Argentina superaban en 2.238 millones de dólares a las importaciones del mismo país. Pero, como dice Carrera, el déficit nunca es el problema, sino lo que se hace con él, “cómo se reduce”. “Es el mismo problema que enfrentan en Europa países como España, que tienen déficit comercial con Alemania, por ejemplo”, explica.

Además, dice, la relación comercial bilateral va a cambiar en poco tiempo, cuando termine la construcción de un gasoducto que permitirá a Argentina “sustituir a Bolivia como el principal proveedor de gas de Brasil”. “Argentina importa ahora mismo 13.000 millones de dólares desde Brasil, pero, si el sistema fuera más fluido y tuviera estos beneficios en costes de transacción, que te ahorran un 5% o un 6% en costes por comerciar con esa moneda, la ventaja comparativa hará que haya más comercio”.

La comparación con los déficits comerciales de los países de Europa tiene sus límites. Para empezar, porque a Argentina le cuesta más conseguir la financiación necesaria para cubrirlos. ¿Podría encargarse Brasil de salvar ese problema con nuevas líneas de crédito a su vecino del sur? Según Thierry Larose, de la gestora suiza Vontobel, no sería lo más sensato para un país como Brasil, con una balanza de pagos y un nivel de reservas muy saludables. “No tendría ningún gran beneficio salvo mostrar la voluntad de ayudar a otro país que es un socio comercial cercano”, dice.

¿Y si esto es el primer paso de un proceso que termine en una moneda única para los países de América del Sur, al estilo del euro? Si esa es la intención, no tiene mucho sentido hablarlo ahora porque sería un proyecto de décadas, dice Larose, “mucho más lejano que el mandato de los actuales presidentes”. Es verdad que con las actuales disparidades macroeconómicas entre los dos países parece imposible, o “una locura”, en palabras de Blanchard. Pero, como dice Philip Pilkington, responsable del podcast de geopolítica Multipolarity, cuando comenzaron los planes del euro había países con inflaciones y fluctuaciones del tipo de cambio muy dispares. “Italia, sobre todo, tenía devaluaciones consecutivas de la lira y, de hecho, el objetivo del euro para esos países era disciplinar sus economías, y en ese sentido funcionó”.


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