Oleoductos que dan la vuelta al mundo: por qué un planeta que gira hacia la sostenibilidad se sigue llenando de tuberías contaminantes
La industria petrolera construye 24.166 kilómetros de nuevos tubos para transportar combustible, impulsada por las necesidades de energía y los beneficios récord
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría y también de la locura, la época de las creencias y de la incredulidad, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Charles Dickens escribió en 1859 uno de los mejores arranques de la literatura en Historia de dos ciudades. La trama del libro se desarrolla durante la Revolución Francesa, pero estas primeras frases podrían describir el panorama energético actual: con un boicoteo, el de Europa al crudo ruso, que ha acelerado el cambio del continente hacia las energías renovables, lo que a su vez reducirá la demanda de combustibles fósiles, pero con una industria, la petrolera-gasista, que se ha venido arriba gracias a las ganancias récord que aprovecha para ampliar o construir nuevas redes de oleoductos y gasoductos.
Actualmente está planificada la construcción de más de 24.166 kilómetros de nuevas tuberías para transportar combustibles fósiles, una distancia equivalente a casi el doble del diámetro de la Tierra, según un informe publicado por el Global Energy Monitor (GEM), una organización que cataloga proyectos energéticos a nivel global. Estados Unidos, Rusia, China e India, cuatro de los mayores contaminantes del planeta, lideran la lista del total de proyectos, de los cuales un 40% (10.351 kilómetros) ya está en marcha. El análisis de esta organización estima que las obras en desarrollo representan un riesgo de activos varados de hasta 75.400 millones de dólares (unos 72.600 millones de euros, al tipo de cambio actual), que se perderán a medida que el mundo pasa de los combustibles fósiles a un sistema de energía renovable. “Construir más oleoductos es una prioridad costosa y equivocada, y las implicaciones [como las mayores emisiones de CO₂] perseguirán en el futuro a estos países”, afirma Baird Langenbrunner, analista del GEM y autor del informe.
Remontada tras la covid
Pero tras el peor de los tiempos, ahora se vive el mejor. Al menos para algunas empresas. Hace dos años, la pandemia provocó una tormenta en la industria petrolera y gasista cuando la demanda se derrumbó y las dificultades logísticas relacionadas con la covid-19 retrasaron los nuevos proyectos y las expansiones de obras. Después de los momentos más complicados de la crisis sanitaria vino una intensa recuperación económica que trajo como consecuencia un desequilibrio en la balanza: un aumento desmesurado de la demanda y una oferta que no podía dar abasto. El efecto fue un encarecimiento de los precios, que se acentuó aún más en 2022 con la invasión de Rusia en Ucrania, y que ha marcado una época de bonanza para las grandes empresas de energía. Este año, las petroleras y gasistas, en conjunto, registrarán unos beneficios extraordinarios de dos billones de euros (que equivale a casi todo el PIB de Italia) a escala global, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Para Henning Gloystein, director de energía global y recursos naturales de Eurasia Group, la ampliación y construcción de nuevas infraestructuras es un paso lógico en un mundo que no puede cortar de tajo su dependencia a los combustibles fósiles, a pesar de los esfuerzos por el cambio de modelo. “La verdad incómoda, sin embargo, es que esta transición incluye importaciones de gas natural/GNL [gas natural licuado] de fuentes no rusas durante otras dos décadas, más o menos”, advierte el experto. EE UU es el líder en el desarrollo de ductos con 2.830 kilómetros, aunque una fracción pequeña de ellos está en construcción (137 kilómetros). Su apuesta es dar impulso a la exportación de petróleo crudo fuera de la cuenca Pérmica (entre Texas y Nuevo México), que ha aumentado su producción tras la subida de precios. Esa mayor explotación ha venido acompañada de un exceso de gas. Así que construir nuevos ductos podría aliviar a la zona y, a su vez, dejar buenas ganancias. “Es un momento decisivo para la industria, que está perdiendo gradualmente permisos para construir proyectos a medida que los impactos de la crisis climática se agravan”, afirma Langenbrunner.
El proyecto más grande en desarrollo en EE UU es Seahorse Pipeline, un tubo de 1.127 kilómetros cuyo objetivo es transportar 800.000 barriles diarios de petróleo crudo desde la cuenca del Pérmico hasta la costa del Golfo. Por su parte, Rusia, que se enfrenta a boicoteos de petróleo y gas de Occidente, quiere aumentar las exportaciones a India y China, y para hacerlo está desarrollando 2.000 kilómetros de nuevas tuberías en las que varios países europeos siguen invirtiendo. Por ejemplo, el oleoducto Vostok, de 1.600 kilómetros, cuenta entre sus propietarios al comerciante de petróleo Vitol (con sede en Suiza y de propiedad holandesa), que el año pasado compró una participación del 5% de este proyecto, insignia de la estatal rusa Rosneft. De acuerdo con una investigación de Bloomberg, Vitol está, desde julio pasado, “en proceso de completar los trámites legales” para deshacerse de su participación, pero aún no se ha concretado. Además de esta infraestructura, también están los accionistas del Consorcio del Oleoducto del Caspio (que controlan el oleoducto que lleva petróleo desde el noroeste de Kazajistán hasta una terminal en la costa rusa del mar Negro, y la cual se está ampliando), entre los que se encuentran varias firmas occidentales, tales como Chevron, Exxon Mobil, Shell y Eni.
India tiene 2.824 kilómetros de oleoductos en desarrollo con un coste estimado en 4.000 millones de dólares. Y China, el mayor importador de petróleo crudo del mundo, se convirtió también en el principal cliente de Rusia en julio pasado. Pekín tiene una gran capacidad de refinación e importa crudo para procesarlo y venderlo a otros países, principalmente de su zona. Para lograrlo, el Gobierno tiene proyectos por más de 2.530 kilómetros (el 60% de ellos ya está en construcción). En esta carrera, Europa no se queda atrás. Hay al menos dos proyectos en desarrollo en Polonia, incluido el oleoducto Brody-Adamowo de 398 kilómetros (que pasa a Ucrania), cuya puesta en marcha está prevista para 2025, y un proyecto de expansión de 242 kilómetros de la tubería de Pomerania, previsto para 2023. De igual forma está el oleoducto Gomel-Gorki, en construcción en Bielorrusia, y el Litvinov-Spergau, entre la República Checa y Alemania. En conjunto, estos proyectos representan unos 1.000 kilómetros de nuevas conexiones en el continente.
Todo ello sin tener en cuenta la conexión BarMar, un ducto marítimo destinado al hidrógeno que reemplazó la idea del MidCat: la interconexión gasista entre España y Francia, que ha quedado enterrada por la dificultad de reconvertirla en hidroducto. Para poder garantizar una inversión confiable y que ofrezca una solución futura viable, cualquier proyecto en infraestructura energética a considerar en el corto, mediano y largo plazo debería cumplir con tres pilares importantes, dice Ana María Jaller-Makarewicz, del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero. “Primero, ofrecer una solución que mejore la seguridad en el suministro. Segundo, que no incremente el precio final al consumidor. Y, tercero, que aporte a la transición energética”, afirma.
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