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Mogón, el pueblo de Jaén con más cooperativistas que vecinos

Los productores de aceite de oliva de este municipio andaluz aprovechan el compost para generar fertilizante y prevén autoabastecerse con energías renovables

De izquierda a derecha, el chef Rodrigo de la Calle junto a José Gilabert y José Miguel Martínez, todos miembros de la cooperativa San Vicente de Mogón.
De izquierda a derecha, el chef Rodrigo de la Calle junto a José Gilabert y José Miguel Martínez, todos miembros de la cooperativa San Vicente de Mogón.
Ginés Donaire

Interminables hileras de olivos de montaña circundan el valle donde se asienta Mogón, un pueblo de Jaén de apenas 800 habitantes que es la puerta de entrada a la jiennense Sierra de Las Villas, una de las tres (junto a Cazorla y Segura) que conforman el segundo mayor espacio natural protegido de Europa. Abrazado por los ríos Guadalquivir y Aguascebas, este anejo, conocido como el paraíso del agua, cuenta con una cooperativa oleícola con más de 1.300 socios. Es decir, hay más cooperativistas que vecinos, aunque es cierto que muchos de ellos viven en otros puntos de la comarca y del municipio de Villacarrillo, convertido en el principal productor de aceite de oliva del mundo y, gracias al impulso de esta almazara, también es referente a la hora de luchar contra la despoblación en el medio rural.

En la cooperativa San Vicente de Mogón se inició a mediados de octubre la cosecha del aceite temprano, la joya de la corona de una firma oleícola que muestra con orgullo en sus vitrinas los reconocimientos a los mejores aceites frutados del mundo de la variedad Picual bajo la marca Puerta Las Villas. Pero la apuesta por la calidad es solo el vértice de un plan mucho más ambicioso que quiere situar a la almazara en referente de sostenibilidad social y medioambiental. “Lo que queremos es cerrar el círculo, porque para nosotros tan importante o más que lo que se produce es cómo se hace. Siempre hemos defendido la importancia de elaborar un aceite de oliva virgen extra cuidándolo desde el campo hasta la botella”, señala José Gilabert, presidente de una cooperativa creada hace medio siglo por un centenar de socios que hoy se multiplican por trece.

Gilabert, agricultor de 59 años y que gestiona junto a su hermano una explotación de 2.200 olivos y es arrendatario de otros 4.400, tiene claro que el futuro de la cooperativa y del pueblo pasa por hacer más rentable su olivar tradicional, reduciendo costes y generando mayor valor con el aprovechamiento de los subproductos del olivo. En esa línea, destaca la puesta en marcha de una planta de compostaje con la idea de generar fertilizante, un compost que se obtiene del aprovechamiento del alpeorujo (residuo que sale de la extracción del aceite de oliva).

El siguiente paso va a ser la planta fotovoltaica de 600 kilovatios/hora que la cooperativa va a instalar en las cubiertas para generar energía eléctrica, térmica e incluso biocombustible bajo la fórmula de comunidad energética local, algo que redundará en todo el municipio. Además, la entidad ha introducido el bag in box, “un formato útil y práctico” que envasa el producto en una bolsa dentro de una caja, una alternativa medioambientalmente sostenible con la que contribuyen a reducir el impacto sobre el cambio climático y que hace que el aceite de oliva virgen extra se conserve mucho mejor, con todas sus propiedades hasta el momento de consumo.

Instalaciones de la cooperativa San Vicente de Mogón, en Jaén.
Instalaciones de la cooperativa San Vicente de Mogón, en Jaén.

“Lo hacemos por convicción y por aportar mayor valor añadido al producto, todas esas externalidades son beneficios desde el punto de vista medioambiental y social en un olivar de montaña que tiene más costes de producción”, explica este agricultor jiennense, que reclama una ayuda adicional hacia este cultivo por su componente social y por ser el que fija más población al territorio.

La cooperativa es el alma y la principal empresa de este pueblo de la serranía jiennense, con una docena de empleados fijos que se multiplica por cuatro durante la campaña de recolección. La de Mogón es una de las 649 cooperativas agroalimentarias que hay en Andalucía, una comunidad donde en 8 de cada 10 municipios existe al menos una sociedad de este tipo. El músculo de todas ellas (junto con las entidades de trabajo) se pone de manifiesto en el hecho de que emplean al 6% del mercado laboral de la región y su aportación al PIB es del 10%, tres puntos más que la media nacional. La rama agroalimentaria es la más potente del tejido cooperativo andaluz, con 290.000 socios, un empleo estable de 37.600 personas y con un volumen de negocio de casi 10.000 millones.

La tradición, la técnica mejorada, las instalaciones más modernas, la trazabilidad del fruto y el saber hacer de sus profesionales es lo que ha llevado a esta cooperativa a obtener durante los dos últimos años el premio al mejor aceite de oliva del mundo en la categoría de frutado. “Aquí hacemos producción integrada, tenemos estaciones de control donde vamos viendo la evolución de todo el ciclo, las plagas, riegos, tratamientos, podas y, en definitiva, intentamos aunar el esfuerzo de todos los socios para conseguir que el fruto en la almazara sea de máxima calidad”, expone Rodrigo Yeste, técnico de Producción Integrada.

La cooperativa jiennense tiene entre un 15% y un 20% de superficie de producción ecológica. Su principal exponente es la finca Los Granaínos, de 120 hectáreas y con una pendiente de más de un 30%. Su encargado, José Miguel Martínez, señala que los costes de producción son aquí mucho más elevados porque hay muchas tareas que solo pueden realizarse a mano y, por el contrario, lamenta que las subvenciones que reciben estos productores sean mucho más bajas: “En las campiñas dan 1.500 euros por hectárea y a nosotros 400 euros, pese a generar el doble de empleo y soportar más costes de producción”.

La cooperativa San Vicente está también a la vanguardia en la producción de aceite temprano. En las tres primeras semanas de cosecha ya habían producido tres millones de kilos de aceituna y 400.000 kilos del mejor oro verde. Este aceite, que producen ya un centenar de almazaras de Jaén, se considera como una segunda cosecha anual para el olivar porque aporta un mayor valor añadido al comercializarse como producto de alta gama.

Precisamente, el aceite Puerta de Las Villas tiene a la alta cocina entre sus principales mercados. El chef Rodrigo de la Calle, con dos Estrellas Michelín y dos Soles Repsol con su restaurante El Invernadero de Madrid, se ha convertido en embajador del aceite Puerta de Las Villas. “Yo soy el último eslabón, del campo a la botella; para mí, el Aove se ha convertido en el principal fondo de armario de la mejor cocina”, asegura este chef con raíces en este pueblo de Jaén y que se considera un enamorado de la variedad Picual y el aceite ecológico. De la Calle tiene claro que es preciso valorar este tipo de caldos. “Hay que subir el precio de estos aceites que están en otro nivel, si los jóvenes no ven que esto es rentable irá desapareciendo la gente del campo”, advierte el chef.

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