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Draghi defiende subir los aranceles en la UE frente a la sobreproducción de China

El expresidente del BCE defiende que Europa debe apostar por la política industrial para “reducir la dependencia de países que ya no son fiables”

El expresidente del BCE, Mario Draghi (izquierda, en primer término), charla con Felipe VI, este viernes en Cuacos de Yuste (Cáceres).
El expresidente del BCE, Mario Draghi (izquierda, en primer término), charla con Felipe VI, este viernes en Cuacos de Yuste (Cáceres).Ballesteros (EFE)
Manuel V. Gómez

Mario Draghi, el hombre que en 2012 salvó el euro con tres palabras en inglés (Whatever it takes, que en español significa “lo que haga falta”), respalda que se aumenten los aranceles en Europa ante la amenaza de una China que en poco tiempo puede tener la capacidad de inundar el mundo con productos imprescindibles en la transición climática a muy bajo coste. No se trata de que la UE pase de abanderada mundial del libre comercio al proteccionismo indiscriminado, argumenta. El expresidente del BCE apuesta por este botón nuclear de la política comercial —también por conceder subsidios— cuando países o áreas competidoras de la Unión hayan generado “una ventaja injusta [en el mercado] a través de políticas industriales y devaluaciones del tipo de cambio”. El italiano lo ha defendido en el monasterio de Yuste, en Cáceres, donde este viernes recibía el premio Carlos V. Pero la diana de sus palabras estaba muy lejos de Extremadura: era China, algo evidente en la semana en que la Comisión Europea ha anunciado que va a multiplicar, en algunos casos casi por cinco, lo que pagan los coches eléctricos del gigante asiático al llegar a los puertos del Viejo Continente.

“Nos ha hecho un spoiler [un adelanto]”, ha definido Felipe VI al oír el discurso de Draghi. El rey se refería al informe para mejorar la competitividad de la UE que el gran gurú de la economía europea está ultimando por encargo de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. Si se cumple la previsión, el contenido íntegro del informe se conocerá en unas semanas, en julio. Aunque el también ex primer ministro italiano y ex gobernador del Banco de Italia deja pistas clara de lo que va a plantear. Hace un par de meses, en La Hulpe (Bélgica) abogó por un “cambio radical”, alejarse todo lo posible de la austeridad y no desmochar salarios y derechos laborales —como sucedió hace 12 años— para que Europa sea competitiva. Su apuesta pasa por la inversión masiva para impulsar la productividad.

Y el italiano ha seguido andando por ese camino en Yuste. Ha reiterado que Europa precisa de cantidades ingentes de dinero para mejorar redes transporte energético y renovar las tecnológicas (5G y 6G), para impulsar la innovación y la investigación que den paso a patentes o para formar y reciclar trabajadores que puedan adaptarse a un sistema cambiante por las transiciones gemelas, verde y digital. El objetivo, como ha explicado quien también fue vicepresidente del gran banco de inversión Goldman Sachs, es que Europa empiece a cerrar la brecha de productividad que se ha abierto en las últimas décadas con competidores como Estados Unidos.

Como Draghi es más de números que de letras, ha llenado su discurso de cifras sobre las que pensar: desde 2020, el PIB per cápita europeo, medido en términos completamente comparables, es un tercio más bajo que el americano y el 70% de ese agujero se puede achacar a la diferente evolución de la productividad; el precio de la electricidad en la UE es entre dos y tres veces más caro que en EE UU; el 70% de los modelos de inteligencia artificial fundacional son americanos; el 65% del mercado mundial de computación en la nube está en manos de tres compañías con su sede principal entre Seattle (Washington) y San Francisco (California); hace cinco años China gastó tres veces más en política industrial que Alemania y Francia tomando el PIB como referencia... Una catarata de datos para impulsar la reacción sin sacrificar el modelo social europeo, porque “para los europeos mantener altos niveles de protección social y redistribución no es negociable”, ha recordado este antiguo funcionario.

Así que la UE necesita recursos: “Financiar estas inversiones será un reto significativo, y requerirá que repensemos cómo desplegar el capital público y privado”. Esta vez no ha querido explayarse sobre “los enormes beneficios de alguna forma de financiación común [de los Veintisiete]”. “Lo he hecho muchas veces en el pasado”, ha remachado. Por eso, ha preferido reforzar algunas de las ideas que lanzó su compatriota Enricco Letta hace un par de meses en su informe sobre el mercado único, como la necesidad de recurrir al ahorro europeo privado o las compras conjuntas de los Estados miembros, algo que se ha ensayado con mucho éxito durante la pandemia con las vacunas contra la covid-19.

Reducir la dependencia

Todas esas inversiones que pide y esa acción conjunta buscan, por ejemplo, “una aproximación distinta [a la hecha hasta ahora] a la política industrial en sectores estratégicos como la defensa, el espacio, las materias primas críticas o los productos farmacéuticos”. “También requiere que reduzcamos nuestra dependencia de países en los que ya no podemos confiar”, ha subrayado, definiendo en una frase la estrategia que defiende desde hace meses la Comisión Europea hacia China, el de-risking o evitar asumir riesgos. “Lo primero que necesitamos, por tanto, es una evaluación común de los riesgos geopolíticos a los que nos enfrentamos que sea compartida por todos los Estados miembros y pueda orientar nuestra respuesta”, pide.

Uno de esos riesgos con gran impacto económico es que, “como muy tarde en 2030, se prevé que la capacidad china de fabricación de paneles fotovoltaicos duplique la demanda mundial y en el caso de las baterías al menos la igualará”. No ha utilizado Draghi el término que tanto irrita a Pekín, sobrecapacidad, pero es evidente que piensa que el problema existe. Plantea para superarlo que los europeos se esfuercen “para reparar los daños causados al orden mundial multilateral”. Pero esa salida, que pasaría por sacar a la Organización Mundial de Comercio de la parálisis en la que está sumida se antoja imposible sin la colaboración de Estados Unidos y China, y el italiano lo asume: “Como saben, para bailar un tango hacen falta dos y no estoy seguro de que los demás quieran bailar con nosotros”.

Los siguientes pasos, por consiguiente, son impulsar “la inversión extranjera directa para que los empleos industriales no se vayan de Europa” y “usar subvenciones y aranceles para compensar las ventajas injustas creadas con políticas industriales y las devaluaciones de los tipos de cambio [de divisas]”. Pero este último camino debe ser “pragmático, prudente y consistente”. La herramienta debe utilizarse “para maximizar el crecimiento de la productividad”, debe distinguirse entre la innovación genuina y el dopaje comercial a través de políticas públicas. “Además, debería evitarse la creación de incentivos perversos que minen la industria europea”, ha matizado. “Y, por supuesto, los aranceles deben equilibrarse con los intereses de los consumidores”, o lo que es lo mismo, vigilar que no disparan los precios, que no son más que la brújula que marca el rumbo de la política monetaria del BCE.

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Sobre la firma

Manuel V. Gómez
Es corresponsal en Bruselas. Ha desarrollado casi toda su carrera en la sección de Economía de EL PAÍS, donde se ha encargado entre 2008 y 2021 de seguir el mercado laboral español, el sistema de pensiones y el diálogo social. Licenciado en Historia por la Universitat de València, en 2006 cursó el master de periodismo UAM/EL PAÍS.
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