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Finanzas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La prepotencia de Torres daña al BBVA

El presidente del banco desafió a Sabadell con el anuncio de opa hostil, pero también al Gobierno y al supervisor bancario

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El presidente del BBVA, Carlos Torres.Miguel Toña (EFE)
Xavier Vidal-Folch

Carlos Torres ha desplegado una inusitada prepotencia en el asalto del BBVA al Sabadell. Menoscaba así la reputación de su entidad. Y pone en peligro su supervivencia como banquero. Nos enseñó lord Keynes en Las consecuencias económicas de la paz el riesgo de humillar al contrario. El error de aliados imponiendo reparaciones económicas draconianas a la Prusia vencida de 1918 germinó el revanchismo en 1939. Nos ilustró el Nobel recién fallecido Daniel Kahneman sobre la importancia psicológica del instinto —amén de la racionalidad— en la toma de decisiones económicas, también las defensivas. Hay que colocarse en la piel ajena.

Torres desafió al banco mediano con hitos prepotentes. Le anunció formalmente la operación al consejo cuatro minutos antes de publicarla. Y la calcó, algo insólito, de la fracasada en 2020. Quiso lucir fortaleza, pero escatimó redondear la oferta en su correo al opado Josep Oliu del domingo alegando carecer de “ningún espacio para mejorar sus términos económicos”. ¿Tampoco un anzuelo de mejora institucional? Y al convertir la opa en “hostil”, no es que no la mejore. La empeora, pues suprime la cooptación de tres consejeros del asaltado.

Así que las ásperas maneras activan la memoria del sector sobre algunas absorciones planeadas como operaciones de conquista y tierra devastada. Las marcas añadidas (en este caso, de mera mercadotecnia “regional” catalana) capotan: recordemos que el banco de los Botín se llamó un día Santander-Central-Hispano. O que el “padrino” de Torres, el infausto Paco González, liquidó desde el público Argentaria a todo gestor, bueno o dudoso, del BB y del BV: el único superviviente, José Ignacio Goirigolzarri, acabó en el exilio dorado.

Torres desafió, temerario, al gobernador del Banco de España. Ignoró la elegante advertencia de Pablo Hernández de Cos (sin alusiones con nombre y apellidos) según la cual de concentraciones vamos sobrados, pues “en quince años”, desde “un punto de partida muy bajo, ya pasamos la media de los países grandes”, salvo Holanda. Y que es tan dañino un exceso de concentración como un defecto.

Y despreció al Gobierno ignorando la oposición que le confesó el ministro de Economía antes de proponer la operación. Escupir al árbitro, esa genialidad. Que ni es siquiera el Gobierno. Es al ministro a quien “corresponderá… autorizar las operaciones de fusión” (Ley 10/2014 de ordenación bancaria). Una vez lanzada la opa hostil, Carlos Cuerpo manifestó en público su rechazo, por dañar la competencia, por sus “efectos negativos” para los clientes; y por mermar la estabilidad financiera y la cohesión territorial. La reacción de la caverna atribuyendo esta reacción a la coyuntura preelectoral catalana es tontuna: el BBVA pudo esperar al lunes próximo. Y además de Cuerpo, el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón (PP), se ha colocado “absolutamente en contra” porque es “una operación contra la Comunidad Valenciana y los consumidores”, que “destruye valor, trabajo, territorio y competencia”.

En realidad, esas reacciones cristalizan un estado de ánimo de la sociedad civil, el empresariado y los consumidores que el opante ni intuyó ni ha sabido “leer”. Hay un “unanimismo” ciudadano en la repulsa de la opa, muy agravado por sus maneras desabridas y hostiles. Se ha desbordado un índice aún implícito que hoy resultaría imprescindible para medir el malestar con los abusos de algunos banqueros: el NTSEPF o Nivel de Tolerancia Social frente a los Excesos del Poder Financiero.

La irritación por las conductas oligopólicas facilitadas por el exceso de concentración, las cláusulas suelo hipotecarias, las preferentes, el desprecio a los depositantes a los que se niega la mínima remuneración en el ejercicio récord de beneficios, el olvido a los clientes mayores, rurales o con escaso manejo de la tecnología digital, la pérdida de las cajas como entidades que fueron de proximidad y mayoritarias en tierra catalana, los recelos ante los fondos especulativos, y de postre las protestas del sector contra un gravamen impositivo simbólico, todo eso no es solo culpa de Torres. Obvio. Pero él pone ahora el rostro voluntario a todos esos dislates.

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