La lucha del pequeño comercio para cerrar antes: “Seremos más felices y estaremos más sanos”
Comerciantes de Lleida ensayan la reforma horaria en una jornada: en algunas tiendas bajan la persiana una hora antes, mientras otras lo ven con escepticismo
Hay una situación típica en la que se pueden ver reflejados muchos pequeños comerciantes: tras la usual jornada partida (abrir a las diez de la mañana, cerrar a las dos para comer, y volver a abrir de cuatro a ocho para el turno de tarde), y después de haber pasado algunas horas sin mucha actividad, a cinco minutos del cierre llega el clásico cliente con ganas de comprar. ¿Y si la tienda cerrara a las nueve de la noche? “Pues vendría a las nueve menos cinco”, dice Rosabel Prench, propietaria de una tienda de ropa en Lleida. Tiene 64 años, y toda su vida profesional ha girado en torno al comercio. “Recuerdo que cuando era pequeña, mis padres también tenían una tienda, y se abría a todas horas, también los domingos. Costó mucho ir estableciendo horarios y ganar tiempo, pero ahora parece que estamos haciendo una regresión”, apunta. El auge del comercio electrónico ha llevado a las grandes marcas de distribución a presionar a la administración para liberalizar los horarios y poder competir, mientras los pequeños comercios sufren el ahogo de tener que trabajar tantas horas sin poder contratar a más personal. Este miércoles, en Lleida, se ha ensayado cómo sería su vida con una reforma horaria: decenas de tiendas han cerrado una hora antes de lo normal, a las siete de la tarde, mientras otras seguían abiertas y ven la propuesta con escepticismo.
La Jornada por la Reforma Horaria, que este año celebra su séptima edición, es un experimento que los comerciantes de Lleida iniciaron en 2016 para concienciar al sector y a los clientes de las bondades de adelantar la hora del cierre y de compactar horarios. ¿Qué hay que hacer entonces con el cliente que apura el horario y viene a comprar cinco minutos antes del cierre? “Concienciación y pedagogía”, dice Prench, portavoz de la plataforma Slowshop Lleida. Esta asociación instauró la jornada, con el apoyo de la patronal de pequeñas y medianas empresas Pimec, y del Ayuntamiento de Lleida, y tiene unos objetivos que van más allá de adelantar el cierre una hora. “Queremos un cambio de modelo de horarios, en el conjunto de la sociedad y en todos los oficios. De entrada, no deberíamos cambiar al horario de verano, porque aún lo retrasa más todo. Si adaptamos los horarios a un modelo más europeo, estos serían más saludables, más productivos y más conciliadores”, apunta.
La plataforma ha hecho coincidir la jornada con el congreso Time Use Week, que se celebra en Barcelona estos días. Prench recuerda lo que ya han señalado algunos estudios: “Salir tarde del trabajo implica cenar más tarde e ir a dormir o más tarde o en plena digestión. Esto conlleva problemas de salud, de productividad, más accidentes laborales, y también menos rendimiento escolar entre los alumnos”. En el caso del comercio, lo tiene claro: “Desde la pandemia la gente ya no va tan tarde a comprar, y nos damos cuenta de que no hace falta estar abiertos tantas horas. No por abrir más horas vendes más, al contrario, gastas más luz, te vas quemando… y en cambio si compactamos horarios seremos más felices y estaremos más sanos”, explica.
En las principales calles comerciales de Lleida decenas de comercios se han adherido a la jornada y a las siete han bajado la persiana. Pero por cada tienda cerrada había tres o cuatro que seguían abierta y, pese al llamamiento, a algunos comerciantes les ha pesado más la costumbre, la resignación o el escepticismo. “¿En serio queremos ser europeos? Entiendo la idea, digamos que trabajamos solo de nueve a cinco. ¿Quién vendrá a estas horas a comprar, cuando aquí en verano nos ponemos a 45 grados? Lo veo muy bonito como eslogan, pero imposible de hacer. Yo tengo una idea mejor: dejar de trabajar directamente”, dice el propietario de una tienda, que prefiere mantener el anonimato. La calle está animada todavía a las ocho de la tarde, pero en las tiendas que permanecen abiertas no entra mucha gente. Lola Itxaso está a la puerta de la tienda de ropa donde trabaja, abierta pero vacía, y a pocos metros de la fiesta que ha montado la asociación Slowshop. “Estos horarios son una mierda, yo porque tengo 60 años y ya me queda poco, pero todas las chicas que tienen 30 años y tienen hijos, es que ni los ven. ¡Si llegamos a cerrar a las nueve de la noche! Yo si fuese ellas no trabajaría de esto”.
Entre los que sí se han adherido al cierre adelantado hay también algunas de grandes corporaciones, como Zara. Pero a la vez, estas marcas de gran distribución son las que presionan a las administraciones para liberalizar los horarios, poder trabajar en festivos y hacer frente así a la competencia que ejerce el comercio electrónico. Los grandes supermercados, mediante la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución (Anged), ya han hecho llegar al Govern su malestar ante el anteproyecto de Ley del Comercio que se está debatiendo, y que mantiene la obligación de cerrar domingos y festivos salvo excepciones. “En Madrid hay aún menos regulación, pero esto solo beneficia a los grandes operadores, que se pueden permitir tener turnos. Por eso tiene más significado que nunca el reivindicar una reforma horaria, ya que se trata de tener horarios amables y compatibles con la vida familiar y el ocio”, dice Manel Llaràs, presidente de Pimec Comerç en Lleida. Recuerda también las dificultades generales para contratar personal cualificado: “No ven unas buenas condiciones de trabajo, y sin unos horarios buenos, el relevo generacional en el comercio costará más”. Llaràs también es comerciante —tiene un horno de pan con espacio para la degustación— y destaca la buena respuesta de los clientes: “Todo el mundo entiende esta propuesta, no se trata de trabajar menos, sino de compactar las horas. Pero la racionalización de los horarios tiene que ser global, en toda la sociedad”.
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