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Los bancos centrales echan más leña contra la inflación y elevan el riesgo de crisis

Las divergencias entre ‘halcones’ y ‘palomas’ calientan el gran foro del BCE en Sintra

Christine Lagarde
Christine Lagarde, presidenta del BCE, y Jerome Powell, presidente de la Fed, en una imagen del pasado febrero.GETTY
Amanda Mars

Los banqueros centrales han redoblado tambores en su batalla contra la inflación, tanto de obra como de palabra, y elevado el riesgo de una recesión económica con todas las de la ley en las grandes economías occidentales. Reino Unido, Suiza y Noruega anunciaron nuevas subidas de los tipos de interés el pasado jueves; la Eurozona hizo lo propio la semana anterior y Estados Unidos, aunque optó por una pausa el día anterior, corrió raudo y veloz a aclarar que venían al menos dos incrementos más.

“Queda mucho camino para bajar la inflación al objetivo del 2%”, advirtió el presidente de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, Jerome Powell, esta semana en el Congreso. “La inflación sigue muy alta y tenemos que lidiar con ello”, apuntó, por su parte, el gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey. Acababa de sorprender al mercado con un repunte de los tipos de medio punto, hasta el 5%, cuando se esperaba un cuartillo. “Se prevé que la inflación siga siendo demasiado alta durante demasiado tiempo”, sentenció, por su parte, la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde.

Cuando los precios se desbocan —y Europa ha vivido la peor escalada en 40 años— el recetario habitual dicta elevar el precio del dinero para encarecer los créditos a empresas y hogares, enfriar la demanda y, por ende, embridar la inflación. Hoy la inflación de la zona euro se sitúa en el 6,1%, frente a un objetivo del 2%. Cuánto más subir los tipos, y cómo de rápido, para devolver esa tasa al redil es la discusión que halcones (los más rigoristas con los objetivos de inflación) y palomas (los más heterodoxos) tendrán desde este lunes en Sintra, una deliciosa villa de la costa de Portugal, donde el BCE organiza un foro anual para que los grandes patrones de la política monetaria occidental debatan sobre el camino a seguir.

En el BCE han crecido las divergencias internas en los últimos meses. Entre los guardianes de la ortodoxia figura la alemana Isabel Schnabel, miembro del Consejo Ejecutivo del Eurobanco, que esta semana dejó clara su preferencia entre susto o muerte: “Es mejor pasarse [con las subidas de tipos] que quedarse corto”. Otro rigorista, Joaquim Nagel, presidente del alemán Bundesbank, señaló que probablemente era necesaria otra subida en septiembre. Mientras, el gobernador francés, François Villeroy, paloma, llamó a la calma y pidió “no correr en el calendario”. “Nos guiamos por los datos, no por las previsiones”, subrayó.

Estas llevan tres años convirtiéndose en papel mojado a golpe de giros de guion. Del shock de la pandemia a una interrupción de la cadena de suministros que nadie vio venir, pasando por la invasión rusa de Ucrania y su consiguiente crisis energética. O por las turbulencias bancarias del pasado marzo. Este fin de semana el conflicto ruso ha entrado en una nueva fase, desconocida e inquietante, tras el fallido motín contra el Kremlin del grupo de mercenarios Wagner.

No corren buenos tiempos para las proyecciones. En su cita de hace un año, los banqueros entonaban algo parecido a un mea culpa por no haber actuado antes ante una inflación que se había demostrado obstinada. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, lanzó su propia versión —opuesta— del whatever it takes (“todo lo que sea necesario”) que popularizó Mario Draghi en la crisis del euro y prometió ir “tan lejos como fuera preciso” para atacar una inflación que se estaba encaminando al 10% (lo tocó en octubre). Fráncfort fijó para julio de 2022 la primera subida de tipos en más de una década, un alza, además, de medio punto porcentual (50 puntos básicos) que enterraba un largo periodo de tipos negativos.

La presidenta del BCE, Christine Lagarde, junto a Jean-Claude Trichet y Mario Draghi durante la celebración del 25 aniversario del BCE.
La presidenta del BCE, Christine Lagarde, junto a Jean-Claude Trichet y Mario Draghi durante la celebración del 25 aniversario del BCE.KAI PFAFFENBACH (AFP)

Hoy, ocho incrementos consecutivos después, y con el precio del dinero en el 4%, la economía ha resistido para sorpresa de casi todos, con apenas una recesión técnica en la zona euro (una contracción de una décima durante dos trimestres seguidos) y una muy sui generis en Alemania (también mínima, con el paro en suelos históricos y los salarios subiendo con alegría).

Pero lo que también resiste es la inflación subyacente, la que excluye los elementos más volátiles como la energía o los alimentos, y se encuentra más vinculada a las dinámicas de demanda. Esta marcó una tasa interanual del 5,3%, frente al 5,6% de abril, un nivel aún elevado pese a los dos meses consecutivos de caídas. Fráncfort ha elevado una décima sus previsiones de inflación tanto a corto como a medio plazo y eso ha dado alas a los halcones.

El mercado da por descontada una nueva subida de tipos en julio (colocará el precio del dinero en el nivel más alto desde 2000) y la apuesta por otra en septiembre ha ganado enteros. Tanto Goldman Sachs como Bank of America se han sumado a esta tesis.

Desescalada en la inflación

La posibilidad de una “desinflación inmaculada”, como se conoce al proceso de reducir una escalada de precios sin provocar una crisis, se ha antojado posible hasta ahora. Esta nueva fase de contención de los precios, sin embargo, resulta más peligrosa porque ya no tiene que ver con suavizar choques de la energía o la cadena de suministros, que explican buena parte de la desescalada obtenida, sino con aplacar la fuerza de la economía, la demanda.

El argumento para frenar las subidas, esperar y ver qué pasa los próximos meses, se basa en que el combate de la inflación no solo depende de subir los tipos más allá del 4%, sino del tiempo que uno los mantiene en ese nivel. Y también en que el decalaje desde que se suben los tipos hasta que su efecto toca de lleno en la economía real: Lagarde ha admitido que va de 18 a 24 meses. Eso significa que la desaceleración económica, que ya se empieza a notar levemente en la actividad, entrará en la fase más peligrosa a finales de este año, pues las subidas de tipos comenzaron el pasado julio.

España es precisamente uno de los países donde la política monetaria restrictiva se ha transmitido de forma más rápida. La mayoría de las hipotecas se han estado concediendo en España a tipo variable y, por tanto, recogen las subidas del euríbor en cuanto se revisan y la banca ya ha restringido el crédito a empresas (con un descenso del -0,8% interanual) y a hogares (-0,6%), frente a aumentos medios del 2,5% y del 4,6%, respectivamente, en la zona euro, con datos de abril. Pese a la fortaleza del mercado laboral, las subidas de tipos ya ha puesto en apuros a 600.000 familias endeudadas y con bajos ingresos. Y 1,5 millones dedican más del 40% de esos ingresos al pago de hipotecas y préstamos personales, según las cifras del Banco de España.

La política monetaria del BCE, como ocurrió hace 10 años, suele parecerse más a los fundamentales de la economía alemana, el gran motor europeo, que a los de la española. En eso no han cambiado los tiempos en Sintra

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Sobre la firma

Amanda Mars
Directora de CincoDías y subdirectora de información económica de El País. Ligada a El País desde 2006, empezó en la delegación de Barcelona y fue redactora y subjefa de la sección de Economía en Madrid, así como corresponsal en Nueva York y Washington (2015-2022). Antes, trabajó en La Gaceta de los Negocios y en la agencia Europa Press

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