La asociación minoritaria que convocó la huelga en el transporte mantiene los paros
La ministra de Transportes accede a reunirse esta tarde con el presidente de la Plataforma del Transporte, que no acepta el acuerdo alcanzado con el resto del sector
“El sector del transporte agoniza, ¡sin nosotros el país se paraliza!”. Un estruendo de petardos y trompetas ha despertado este viernes el paseo de la Castellana de Madrid, frente a la sede del Ministerio de Transportes. La protesta ha sido convocada por la Plataforma en Defensa del Sector del Transporte, la asociación minoritaria que inició el 14 de marzo los paros y que rechaza el acuerdo alcanzado esta madrugada entre el Gobierno y las asociaciones mayoritarias de transportistas. Así, la Plataforma ha decidido mantener el paro indefinido. La ministra de Transportes, Raquel Sánchez, ha anunciado esta mañana que se reunirá con el presidente de esta organización, Manuel Hernández, a partir de las cinco de la tarde. “Ya no hay motivos para mantener estas movilizaciones. Las medidas que vamos a aplicar recogen las reivindicaciones del conjunto del sector y nunca he tenido ningún problema en recibirlos”, ha señalado la ministra en declaraciones a TVE en las que añadió que el encuentro se ha convocado para “explicar el contenido de un acuerdo histórico”.
El presidente de la Plataforma, Manuel Hernández, ha considerado que ese acuerdo se traduce en “migajas y propinas”, y reclama una subvención mínima de 60 céntimos por litro de gasoil en lugar de los 20 céntimos acordados entre el Gobierno y el Comité Nacional de Transporte por Carretera (CNTC). “Seguid fuerte y seguid unidos. Si hay que continuar con este paro, vamos a hacerlo hasta el final sin miedo”, ha señalado. La huelga está provocando tensiones en el sector alimentario, desde la producción hasta la venta directa, con problemas de suministro de productos como la leche, el pescado y el aceite.
La Plataforma tiene apenas un año de vida. Agrupa a pequeños transportistas. Y no tiene representación en el CNTC, donde se encuentran representadas las grandes asociaciones (ASTIC, CETM, FENADISMER, FEINTRA, FETRANSA, FITRANS, ANATRANS, FVET, FETEIA, ATFRIE, UNO). Hasta hace unas semanas era una asociación minoritaria, muy activa en redes sociales. Su movimiento ha prendido por la mecha con la subida desbocada del precio de los combustibles y ha crecido gracias en parte al poder de las redes sociales, donde circulan mensajes de todo tipo, algunos apelando a la violencia. También les ha ayudado el aliento de los partidos de la derecha. Aunque el Gobierno ha señalado a Vox como instigador de los paros, no ha presentado pruebas de que ese partido ultra esté en el origen de las protestas o participe en ellas.
Reclaman 60 céntimos por litro
“Estamos a un paso de desenmascarar a este Comité que a lo largo de los años solo se ha aprovechado de nosotros. Es el momento de desmantelar la mafia que nos ha manejado y oprimido, y que desde su posición dominante nos tiene arruinados”, ha dicho el presidente de la Plataforma, quien no ha descartado “llegar a Madrid con camiones si la situación continúa así”.
Entre las cerca de 5.000 personas concentradas en el paseo de la Castellana, María Dolores muestra un cartel que reclama “condiciones dignas para el transporte”. Ha acudido a la manifestación en representación de su marido, que lleva 20 años como transportista. Para ella, las ayudas ofrecidas por el Gobierno se quedan cortas, ya que comprar un vehículo, señala, cuesta como mínimo 200.000 euros: “Tienes que contar con título de transportista, tarjeta de transporte, cabeza tractora y el remolque que necesitas para el tipo de mercancía que vas a utilizar. Es una inversión muy grande que cuesta mucho tiempo amortizar”. Si las empresas de otros sectores repercuten los costes a sus clientes, no se explica por qué los transportistas no pueden hacer lo mismo con los cargadores. Junto al encarecimiento del gasoil, lo que se hace insostenible para el sector es la escalada de costes del Adblue, un aditivo que permite reducir la contaminación del diésel. “Ha aumentado más de un 50% y nadie habla de eso. ¿Y quién nos lo compensa?”, zanja Dolores.
Victoria, de 48 años, no se cansa de hacer sonar una trompeta. “¡Tenemos que hacer mucho ruido!”, grita enfadada. Ha venido por la mañana desde Badajoz para sumarse a la protesta. Lleva dos años como transportista y su pareja 21. En este tiempo han sufrido de primera mano la dureza de la profesión. “Hace dos años, de camino a Barcelona, nos echaron un gas somnífero por los conductos y entraron en el camión para robarnos la gasolina. Hemos vivido una pandemia muy mala”, apunta. Pide que se bajen todos los impuestos y que se refuerce la seguridad en las áreas de descanso para poder descansar tranquilamente durante los viajes largos. “Lo que pretendemos es tener un trabajo digno, como todos”, concluye.
Pablo Montilla, de 58 años, es valenciano y lleva 37 en la profesión. Es autónomo y transporta toda clase de mercancía: fruta, verdura y congelados. ”No queremos subvenciones, queremos soluciones”, se lee en el cartel que lleva en la mano. “Las subvenciones solventan los problemas a corto plazo, pero a largo plazo seguimos igual. Necesitamos una solución que perdure en el tiempo”, comenta. Este trabajador considera que la situación viene ya deteriorada desde hace más de 10 años, pero ahora la precariedad ha llegado al límite. “Estamos en manos de tiburones. Hay empresas que se están lucrando de los pequeños transportistas. Las agencias de transporte contratan viajes a empresas satélites, que a su vez lo pasan a otras a precios ridículos, hasta que se queden como un gallo desplumado. Hay que poner freno a los intermediarios”, lamenta.
Según Montilla, los políticos tendrían que tener unas miras más altas y poner sobre la mesa regulaciones de manera equitativa para que cada uno de los actores que opera en el sector pueda ejercer su actividad en condiciones adecuadas. “Estamos en sus manos, porque hacen las leyes. No puede ser que ocurra lo que esté ocurriendo porque no haya una buena regulación”, añade. Pese a todo, se considera afortunado, puesto que siempre ha conseguido defender su camión con uñas y dientes. Pero, reconoce que los transportistas asalariados no siempre tienen la capacidad de hacerlo. “Ellos deberían estar amparados por las leyes. Yo un mal viaje no lo hago, prefiero esperarme a que salga uno que sea rentable para ponerme en marcha. No todos tienen esa opción”, concluye.
Los miles de transportistas presentes en la concentración llevaban todos puestos un chaleco amarillo, igual que en las protestas que estallaron en Francia en 2018. Unas movilizaciones que tenían su origen precisamente en el alza de los precios del combustible y la pérdida de poder adquisitivo de varias categorías de trabajadores. Los conductores de España no rehúyen de esa comparación, pero tampoco afirman que se han inspirado a ese movimiento social para que sus reivindicaciones suenen con más fuerza. “En la protesta de Francia, se manifestaron todos los sectores en general. En cambio, nosotros representamos a los transportistas. El chaleco amarillo solo nos hace más visibles”, asegura Raúl Vicente. “La protesta en Francia también nació desde la voz del pueblo, pero nosotros únicamente venimos a reclamar nuestros derechos. Es la primera vez que se juntan tantos transportistas pequeños y autónomos. Está en juego nuestro pan”, agrega otro manifestante, que también pide disculpas a la ciudadanía por paralizar el tráfico en parte de la capital.
Protestas en la Zona Franca
Por otra parte, un grupo de transportistas se ha vuelto a concentrar a primera hora de esta mañana en la Zona Franca de Barcelona preparados para mantener las protestas contra la subida del precio de los carburantes, pese al acuerdo alcanzado esta madrugada entre la patronal del sector y el Gobierno. Para este viernes, está prevista una nueva marcha a pie de transportistas que cortará la Ronda Litoral de la capital catalana por tercer día consecutivo.
La huelga, que llega este viernes a su jornada duodécima, está tensionando las cadenas de suministro de muchas empresas, en especial las del sector de la alimentación, y ha llevado al Port de Barcelona al límite de su capacidad, con sus dos terminales de mercancías llenas de contenedores que no pueden salir.
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