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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El coste de la guerra

La UE deberá tomar las riendas en la financiación de la respuesta a Putin ampliando el fondo de recuperación y emitiendo nuevos eurobonos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al jefe del Consejo de Ministros italiano, Mario Draghi.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al jefe del Consejo de Ministros italiano, Mario Draghi.FILIPPO ATTILI / CHIGI PALACE PR (EFE)
Xavier Vidal-Folch

Las guerras, aunque sean defensivas o de apoyo, son caras. La de Putin costará mucho dinero a la Unión Europea: para financiar las armas y el rearme; para reemplazar el gas y el petróleo rusos; para acoger a los refugiados. Y los europeos todavía no sabemos cómo la pagaremos.

En la cumbre de Versalles de hace una semana, el presidente de turno Emmanuel Macron aplazó ese cálculo y su debate político. Su tesis: ya que esto nos incomoda e incluso divide, empecemos por fijar los gastos e inversiones necesarias, ya luego veremos cómo los pagamos.

Es un buen truco, incluso razonado, porque mejor tener un plan sólido en unas semanas, que endeble al primer día. Pero truco al fin, porque ya hay cálculos previos sensatos. Sobre todo el del gran economista francés y asesor casi sempiterno de los últimos inquilinos del Elíseo, Macron incluido, Jean Pisani-Ferry.

Pisani estima que el coste (presupuestario; se excluyen otros) alcanzará 175.000 millones de euros este año, “entre el 1,1% y el 1,4% del PIB comunitario”; y más aún en 2023: “al menos, medio punto porcentual al año” (The economic policy consequences of the war; Bruegel, 8 de marzo). Cifras que retoma, agudo, Federico Steinberg (Eurobonos para la guerra, Expansión, 9 de marzo).

El desglose de esa cuantía atribuye 50.000 millones al esfuerzo —adicional al actual— de aliviar el precio de la energía a familias y empresas; otros 75.000 millones para financiar la independencia del suministro (reemplazar el aprovisionamiento ruso); 30.000 a la acogida de refugiados y ayuda humanitaria; y 20.000 (de entrada; se duplicará) en seguridad, para llegar al 2% de gasto en defensa sobre el PIB.

Una estimación superior es la del líder italiano, Mario Draghi: “Entre 1,5 y 2 billones de euros en los próximos cinco años”. Un montante que duplicaría al Plan de Recuperación Next Generation-EU (NGEU).

Las, escasas, respuestas norteñas al problema son como para ignorantes: “Quizá podemos redireccionar o recanalizar o refocalizar más [los fondos NGEU] a estos asuntos urgentes”, sostiene el primer ministro holandés, Mark Rutte.

Es una receta global tontuna. Porque la cuantía que viene del frío ruso será alta: Pisani y Draghi estiman gastos solo presupuestarios a corto plazo. Y porque desborda los límites y fines del NGEU: a nuevas necesidades, inversiones adicionales. Cierto, puede acudirse a su capítulo de préstamos —a los que solo ha apelado Italia— y ciertas partidas y proyectos pueden reperiodificarse o repriorizarse. Como en la Agenda Verde. Sí. Pero para acelerarla.

Suerte que en la Comisión el vicepresidente Frans Timmermans, un buen holandés, ha asumido al fin la responsabilidad energética que correspondía, en teoría, a la inane comisaria estonia, Kadri Simson. Este expediente, sazonado por iniciativas como las mediterráneas o la —inédita— gira de capitales del español Pedro Sánchez, por fin apunta maneras.

El caso es que la UE deberá tomar las riendas en la financiación de la respuesta a Putin: ampliando el NGEU; haciéndolo permanente; con un nuevo fondo y nuevos eurobonos... Porque “ya no hay espacio en el presupuesto nacional, necesitamos una respuesta europea”, apostilla Draghi.

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