Europa se la juega en Ucrania
La invasión de Ucrania pone en jaque los cimientos del orden liberal internacional que han permitido la prosperidad europea durante décadas, primero en el bloque occidental de un mundo bipolar y, desde 1989, en un mundo unipolar bajo el liderazgo de EEUU
Algunos teóricos, de izquierdas y derechas, particularmente los neorrealistas ofensivos estadounidenses, como John Mearsheimer, justifican a Putin señalando que se ha visto obligado a demostrar su fuerza en Ucrania para impedir su occidentalización. La democratización de Ucrania y su petición de adhesión a la OTAN y a la UE suponen, según esta línea de pensamiento, una afrenta intolerable a la seguridad rusa. Obviamente, esta teoría tiene sus razones. Tras el derrumbe del muro de Berlín, Occidente se ha ido expandiendo hacia el este. En 1999 Polonia, Hungría y Chequia se unieron a la OTAN. Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia lo hicieron en el 2004. Albania y Croacia en el 2009. Bosnia, Georgia y Macedonia son aspirantes oficiales desde 2017. Muchos de estos países se han incorporado también a la UE y son democracias plenas.
Esta construcción teórica, que pondría una parte de la culpa en Occidente, olvida la causa fundamental de esta expansión occidental. Rusia perdió una guerra contra Occidente en 1989; la Guerra Fría, que duró décadas. No la perdió en batallas de tanques y misiles, sino en el seno de las propias sociedades soviéticas. Las poblaciones de estos países y del suyo propio dejaron de aceptar el siniestro régimen comunista que convertía a sus ciudadanos en prisioneros. Estos países no se han occidentalizado por obligación, ni siquiera por la propaganda de EEUU y sus aliados. Se han hecho prooccidentales sobre todo y justamente, para huir de Rusia y sus malas prácticas.
Putin y Lavrov han escogido un momento de gran debilidad occidental para enseñar su poderío. EEUU está exhausto tras los conflictos raciales de los últimos años, la pandemia y el sorpresivo fin de la anterior administración, y más enfocados en contener a China, su verdadero rival, que en proteger a Europa. La OTAN parece estar en “muerte cerebral” como señaló Macron. La UE parece inmanejable y desprestigiada tras la salida del Reino Unido. En general, estamos desmedidamente endeudados y nuestras sociedades se han vuelto acomodaticias y cobardes, atemorizadas tras dos años de pandemia. En Europa, y en especial Alemania, somos cada vez más dependientes energéticamente del gas y petróleo rusos, con un nuevo gaseoducto faraónico impulsado por el antiguo canciller Gerhard Schröder (comisionista de Gazprom) bajo el beneplácito de Angela Merkel.
Hace tan solo unas pocas semanas Putin se reunió virtualmente, como un verdadero zar, con los mayores empresarios alemanes e italianos temerosos de perder sus exportaciones y aumentar su factura energética.
Dicen que Putin es un jugador de ajedrez, un estratega. Quizás su fallida guerra relámpago está todavía dentro de las múltiples posibilidades de su juego. Pero dudo que la reacción que ha desatado formase parte de su plan. En dos semanas Rusia se ha convertido en un paria internacional. La semana pasada la ONU aprobó una resolución condenando la invasión rusa. Solo cinco naciones votaron en contra, una derrota sin precedentes para un miembro permanente del Consejo de Seguridad. La guerra ha fortalecido a la OTAN, le ha dado alas a la Unión Europea (extraordinaria la labor de Josep Borrell), ha convertido en héroe al presidente Zelenski y ha reforzado el presupuesto de defensa alemán tras años de reticencias antimilitaristas. Rusia ha caído de todos los foros internacionales. Suiza ha tomado partido por primera vez en su historia. Todo el sector privado occidental se ha volcado a favor de Ucrania. Suecia y Finlandia se están planteando entrar en la OTAN, y Japón dotarse de armas nucleares. Las empresas occidentales huyen de Rusia. El Nord Stream 2 está paralizado y la búsqueda europea de fuentes alternativas al gas y petróleo rusos será a partir de ahora imparable. De los 620.000 millones de dólares que Putin había ahorrado para salvaguardar la economía rusa de cualquier contingencia, más de la mitad han volado tras la decisión del G-7 de bloquear sus reservas en dólares, euros y yenes. Rusia ha quedado parcialmente excluida del sistema SWIFT. La moneda se ha desplomado, la Bolsa está cerrada, los tipos de interés han aumentado al 20%, no se puede trasferir dinero al exterior ni devolver préstamos. Los activos rusos han perdido el 90% de su valor. El rating de la deuda de Rusia, la décima economía mundial, es hoy bono basura.
Es probable que Rusia gane la guerra. Pero mantener la invasión de Ucrania, un país enorme, de 44 millones de almas, con toda la población y la comunidad internacional en contra, será extremadamente costoso. Si la guerra dura tiempo, Rusia se encontrará pronto en una situación económica muy delicada. Por supuesto, un Putin acorralado puede forzar acuerdos exhibiendo su poderío nuclear. Amenazar países que ya forman parte de la OTAN, como los bálticos, y esperar que la tibia reacción occidental le permita iniciar un juego perverso de coacción nuclear a Europa occidental a cambio de contraprestaciones económicas. Quizás esto también está en su tablero de ajedrez. Por eso es fundamental que Ucrania resista y Rusia quiebre.
Jaime Malet es presidente de Telam y AmChamSpain.
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