Bruselas enfría las previsiones de crecimiento por ómicron, los problemas de suministro y las tensiones geopolíticas
La Comisión Europea aumenta la previsión de inflación de la zona euro para este año en más de un punto, hasta el 3,5%, y rebaja el crecimiento al 4%
La salida de la crisis económica provocada por el coronavirus se enfrenta a amenazas constantes. Lo sucedido en los últimos tres meses sirve de muestra. En este tiempo, una nueva variante del coronavirus, la ómicron, ha traído un récord de contagios y ha impulsado restricciones que se creían pertenecientes al pasado. Las tensiones geopolíticas en el Este de Europa persisten con la consiguiente presión sobre el suministro de gas y los precios de la energía. Y, para acabar, los cuellos de botella en las cadenas de suministro no acaban de disolverse, con el lastre que supone para la industria. Esto ha llevado a la Comisión Europea a presentar este jueves unas previsiones macroeconómicas algo más pesimistas que las de noviembre: entonces situaba la inflación media para 2022 en el 2,2%, ahora lo hace en el 3,5%; entonces apuntaba a un crecimiento del 4,3%, y ahora, del 4%.
“Los fundamentales [indicadores económicos] siguen fuertes”, ha afirmado este jueves el comisario de Economía, Paolo Gentiloni, al describir a grandes rasgos la situación actual en la Unión Europea. Sin embargo, ha señalado que los riesgos siguen siendo altos, especialmente en lo que atañe a la inflación.
Las tensiones en la frontera entre Rusia y Ucrania tienen también un impacto directo en Fráncfort. La inflación está disparada en los últimos meses y buena parte del alza de precios tiene una relación directa con la alta cotización de los precios del gas, una materia prima que llega a la Unión Europea desde Rusia principalmente. Esto, y esos persistentes problemas en las cadenas de producción, han llevado a la Comisión Europea a elevar su previsión de inflación para 2022, con lo que se añade presión al Banco Central Europeo (BCE) para que cambie de planes o, al menos, acelere en sus planes de retirada de estímulos y subida de tipos de interés.
Se vio este mismo miércoles. Nada menos que la alemana Isabel Schnabel, miembro del Consejo de Gobierno del BCE, declaraba: “La inflación ha aumentado principalmente debido a los precios de la energía, sobre los que no podemos actuar directamente. Pero estamos viendo que las presiones inflacionarias se están ampliando y volviendo más persistentes. Por lo tanto, la opción de la política es más importante que nunca”. Esta última frase puede ser críptica, pero la propia Schnabel se encargó de aclararlo: “Si existe el riesgo de que las expectativas de inflación se desanclen, debemos tomar medidas incluso si el shock es exógeno. Actualmente, las expectativas de inflación a más largo plazo siguen bien ancladas”.
El anclaje del que habla Schnabel es que a medio plazo la inflación todavía está por debajo del 2%. Para 2023, la previsión de Bruselas es del 1,7%. Sin embargo, el peligro de que estos vaticinios se vayan al traste es muy alto. “Los riesgos de que la inflación crezca se agravan por las tensiones geopolíticas en el este de Europa”, apunta la propia Comisión en la introducción del informe de previsiones. Y no es la única amenaza, la presión inflacionaria está durando más de lo previsto y eso puede “incrementar la probabilidad de fuertes efectos de segunda ronda”. Dicho de otra forma: que suban los sueldos y las empresas trasladen ese aumento de costes a los precios, provocando otro aumento del IPC.
Pico en el primer trimestre
De momento, en su comparecencia de este jueves, Gentiloni, ya no ha hecho el hincapié que hacía en otras ocasiones en que la alta inflación era “temporal”. Lo que ha subrayado es que el pico se alcanzará este trimestre y que en los dos siguientes la media del IPC será del 3% para bajar a finales de año.
Aunque en los pronósticos que ha presentado Gentiloni también hay argumentos para lo contrario. La misma crisis energética, los cuellos de botella en las cadenas de suministro y ese último latigazo del coronavirus, en forma de la nueva ola, han empeorado el entorno económico. Eso puede llevar a pensar que todavía no es momento de retirar la respiración asistida a la economía y los mercados de deuda. Si bien para esto es necesario que se cumplan los pronósticos que lleva a la Comisión a pensar que a partir de la primavera las cosas irán a mejor, porque a lo largo de este año los problemas de suministro se irán disolviendo. Abona esta tesis que Maersk, la mayor naviera del mundo y, por tanto, gran conocedora de lo que sucede, prevea también esa disolución y a este ritmo.
Si esta condición se cumple, sin duda el país que saldrá más beneficiado será Alemania. La locomotora europea ha sufrido como nadie los problemas de suministro en las fábricas, ya que es una economía muy asentada en la industria, el sector que más ha sufrido el fenómeno. Esto ha supuesto una rebaja de un punto en la previsión de crecimiento, hasta el 3,6%. Por el contrario, para España ha mejorado en una décima, hasta el 5,6%. Lo que no evita que España siendo el último país que recuperará el nivel de PIB perdido antes de la pandemia, algo que sucederá a finales de este ejercicio, según calcula la Comisión.
Y en todo este contexto, la Unión Europa sigue dándole vueltas a cómo debe revisar las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y si debe hacerlo rápido, como vendrían a pedir Francia, Italia o España, o tiene que ir con más pausa. Esto último supondría una vuelta a las viejas reglas ya el año que viene. Salvo que este tropiezo invernal lleve a pensar que igual es pronto y que tal vez convenga prorrogar por otro año la cláusula de escape, que permite suspender de facto las reglas fiscales y echar mano del gasto público para asistir a la actividad económica.
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