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‘Vuelos fantasma’ por culpa de ómicron: aerolíneas europeas alertan de que operan aviones “sin necesidad” para no perder ‘slots’

La alemana Lufthansa calcula que tendrá que operar 18.000 vuelos que comercialmente no son rentables para conservar sus derechos de vuelo

Elena G. Sevillano
Una empleada de Lufthansa, el pasado día 12, en el 'stand' que ofrece pruebas rápidas para detectar la COVID-19 en el aeropuerto de Múnich.
Una empleada de Lufthansa, el pasado día 12, en el 'stand' que ofrece pruebas rápidas para detectar la COVID-19 en el aeropuerto de Múnich.Reuters

Se conocen como vuelos fantasma aunque en realidad casi nunca van vacíos del todo. Son vuelos que las aerolíneas se ven obligadas a operar para no perder los codiciados espacios de despegue y aterrizaje (slots, en inglés, o derechos de vuelo) aunque apenas tengan pasajeros que transportar. La nueva ola de ómicron, la variante de coronavirus más contagiosa hasta la fecha, ha trastocado los planes de las compañías, que están cancelando miles de viajes este invierno ante la caída vertiginosa de la demanda. La alemana Lufthansa ha puesto números a la situación: cancelará 33.000 vuelos entre enero y marzo. Y querría que fueran más, pero no puede permitíselo. Se verá obligada a operar 18.000 vuelos “innecesarios”. Aviones con bajísima ocupación que emiten los mismos gases de efecto invernadero que los que van llenos.

La Comisión Europea es consciente del problema que supone tener surcando el cielo de la Unión centenares de vuelos sin pasajeros. Por eso en marzo de 2020 actuó con rapidez y relajó las normas que deben cumplir las aerolíneas. Antes de la irrupción del coronavirus, tenían que operar el 80% de los vuelos de cada ruta en las distintas temporadas para no perder sus franjas horarias en la siguiente. Ante la drástica caída del tráfico aéreo, Bruselas redujo el porcentaje al 50%. En julio pasado amplió la exención hasta marzo de este año. Después, ya de cara a la temporada de verano, cuando se espera que aumente la demanda, deberán operar el 64% de sus slots.

Las aerolíneas piden mayor flexibilidad ante la bofetada inesperada que ha supuesto la variante ómicron para sus planes de invierno. El CEO de Lufthansa, Carsten Spohr, alertó hace unos días de que no tiene ningún sentido operar vuelos que calificó de “innecesarios” solo para no perder sus derechos de vuelo. “En casi todas las demás partes del mundo se han establecido exenciones para no perjudicar al clima, pero la UE no lo permite”, aseguró en una entrevista en el diario Frankfurter Allgemeine. “Es algo muy dañino para el clima y contradice lo que la Comisión Europea quiere lograr con su paquete Fit for 55 [la nueva batería de propuestas de Bruselas encaminada a descarbonizar la economía europea y combatir el cambio climático]″.

Además de Lufthansa, Ryanair también ha comunicado que cancelará el 33% de sus vuelos previstos para el mes de enero ante el aumento de las restricciones en toda Europa. Todavía no ha decidido qué viajes suspenderá en febrero y marzo “a la luz de la incertidumbre actual sobre la variante ómicron y las restricciones de viaje dentro de Europa”, asegura en un comunicado. Preguntada por los vuelos fantasma y si se vería obligada a operar aviones casi vacíos para conservar sus slots, la compañía rehusó hacer comentarios. Las principales aerolíneas europeas están consensuando un mensaje común para hacérselo llegar a la Comisión la semana que viene.

Bélgica se ha adelantado. Su vice primer ministro y encargado de Transportes, Georges Gilkinet, ha dirigido una carta oficial al Ejecutivo comunitario pidiendo que cambie las reglas para evitar los vuelos fantasma. “¡Es incomprensible y no tiene sentido desde el punto de vista económico, ecológico y social!”, exclama el político ecologista en su cuenta de Twitter. La comisaria de Transporte, Alina Valean, todavía no se ha pronunciado, pero desde su departamento aseguran que la reducción ya es lo suficientemente flexible. “El objetivo de la exención en los slots es precisamente garantizar que las aerolíneas puedan conservar sus franjas horarias históricas sin tener que operar vuelos vacíos cuando las restricciones sanitarias impiden que los pasajeros viajen”, asegura una portavoz, que advierte: “Al mismo tiempo, las aerolíneas deben hacer un esfuerzo por utilizar la capacidad aeroportuaria favoreciendo la competencia y en beneficio de los consumidores y la conectividad. Si una línea aérea no puede utilizar temporalmente sus franjas horarias, debe devolverlas para su asignación ad hoc a otras compañías”.

Las reglas no afectan por igual a todas las compañías, de ahí que quizá se complique la postura común frente a Bruselas. Las más jóvenes, sobre todo las low cost, en plena expansión, están esperando con avidez que las aerolíneas tradicionales dejen libres los mejores slots que atesoran desde hace décadas. Brussels Airlines asegura que tendrá que operar 3.000 vuelos casi vacíos para no perder sus derechos de vuelo entre enero y marzo. Ryanair, en cambio, se ha mostrado en contra de la reducción del porcentaje de slots que deben operar las compañías para no perder los huecos. La española Iberia asegura que no está cancelando vuelos sino todo lo contrario y que su objetivo es sacar a toda la plantilla del ERTE lo antes posible.

Lufthansa opina que “se necesitaría más flexibilidad”, asegura un portavoz de la compañía. “Debido al desarrollo de nuevas variantes del virus y las restricciones de viaje, la situación sigue siendo volátil, por lo que las exenciones siguen siendo necesarias”, afirma, también para la temporada de invierno. Sin esa flexibilidad, “las aerolíneas se verán obligadas a volar con aviones casi vacíos solo para asegurar sus slots”. El portavoz subraya también que los 18.000 vuelos de la compañía no volarán vacíos, “como informan algunos medios”, sino que llevarán pasajeros y carga, aunque mucha menos de la que sería rentable.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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