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Los Difuntos resucitan la flor cortada

La demanda de flores para celebraciones recupera el pulso, aunque la falta de oferta en Chipiona ha provocado que llegue a doblar el precio

Jesús A. Cañas
Todos los Santos
Una florista prepara un ramo de claveles a las puertas del cementerio de Jerez de la Frontera, en la víspera de la fiesta de los Fieles Difuntos.Juan Carlos Toro

El invernadero de José Santamaría lleva ya días “ripiado” de flores. Así definen los agricultores de Chipiona (Cádiz) a ese punto en el que ya no queda ni una en el campo tras la recolección. Igual se quedó a principios de abril de 2020, en pleno mes fuerte del sector, solo que entonces la pandemia llevó a las coloridas gerberas —una modalidad similar a una margarita de gran tamaño— de José a un pudridero cercano. Más de un año y medio después, la fiesta de los Difuntos ha confirmado la resurrección del sector. La demanda de flores ya ha recuperado los niveles precovid, aunque aún la mitad de los campos de la zona no han recuperado sus plantaciones. Y la falta de oferta ha provocado que algunas hasta doblen el precio, como es el caso de los crisantemos, una especie vinculada justo a estos días.

Chipiona es una de las grandes zonas productoras de flor cortada de España. Repartida entre Chipiona y Sanlúcar, suman 350 hectáreas —a las que se añaden otras 80 hectáreas en la baja Andalucía—, que suponen más de un 60% de la producción andaluza. Por comunidades, esta región, Comunidad Valenciana y Cataluña abarcan más 70% del total de exportaciones de planta viva y flor cortada del país. Todas esas hectáreas en Cádiz eran un vergel a punto de recoger en marzo de 2020, justo en la primavera que los agricultores locales llaman como “la fuga de la flor”. Debían partir camino de Aalsmeer, el gran mercado europeo del sector ubicado en Ámsterdam (Países Bajos) o para nutrir la decoración de unas fiestas patrias que nunca se celebraron: Semana Santa, Fallas de Valencia o el día de la madre.

“Del 15 de marzo a 15 de abril de ese año, la costa noroeste de Cádiz sufrió 23 millones de euros de pérdidas, tres millones de flores en cámara y 20 millones de flores en invernadero”, cifra Luis Manuel Rivera, responsable en Andalucía del sector de la flor cortada de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG). El descalabro pilló a muchos endeudados por la compra de bulbos, semillas o plantones para el cultivo que estaba a punto de venderse. El propio Santamaría tenía un crédito con su banco de 50.000 euros. Saldó parcialmente el pago con unas ayudas creadas específicamente para el sector por la Junta de Andalucía (7.000 euros) y el Gobierno central (18.150 euros más). “Con esas ayudas, los remanentes y los créditos ICO pagamos lo que debíamos y nos entrampamos para cultivar de nuevo. Vamos tirando para adelante”, resume el productor de 58 años.

Santamaría y Rivera son dos caras de una misma realidad. Mientras el primero optó por seguir con la flor bajo sus invernaderos, el responsable de COAG prefirió no jugársela en unos cultivos más rentables, pero también más caros de mantener. Dejó los 40.000 crisantemos que plantaba cada año y se lanzó a cultivar calabacines. “Llevo un año y pico dedicándome a eso. Estoy haciendo competencia al sector hortofrutícola en algo que ellos ya hacían, por lo que, a veces, no cubro ni gastos”, explica Rivera. Él nutre esa mitad de invernaderos y campos que aún no han vuelto a cultivar plantas ornamentales y que no sabe ni cuándo lo hará. “Hay agricultores que no pueden retomar por la inversión que les supone y otros, como yo, que no lo sabemos. ¿Y si pasa cualquier cosa? Una guantá la podemos soportar, pero dos ya no”, resume el productor.

Esa ausencia de oferta ha alzado los precios de la flor cortada de forma dispar. La vara de crisantemo —que crece justo en estas fechas— dobla ahora su importe con respecto a principios de 2020. Las gerberas apenas han llegado al 10% de incremento, aunque Santamaría está satisfecho porque “apenas hay sobreproducción”. La mayor parte de su género, hasta un 70%, va a mercados internacionales que comenzaron a recuperarse paulatinamente a lo largo de 2020. Con todo, el productor no notó la mejoría nacional hasta la primavera de este mismo año. “Hay una burbuja postcovid que nos está ayudando, hay bodas y procesiones que no se produjeron. Hay expectativas de que noviembre va a ser normal y no malo como otros años. El mercado no está desabastecido porque si no hay de una variedad, se compensa con otra”, relata Santamaría.

Pese a los resquemores de Rivera, Santamaría es optimista: “La flor tiene futuro. Tengo esperanza. Creo que se mantendrá un precio razonable”. Aunque también es consciente de que muchos de los compañeros que aún no han retomado su producción “se van a quedar en el camino”. Y es precisamente para ellos para los que el responsable de COAG pide auxilio: “Es un sector desconocido, no tenemos ayudas de ningún tipo. A ver si alguna administración con lucidez ve que es un sector estratégico que da mucha mano de obra, que nos vea y nos den un empujoncito. No podemos seguir haciendo las cosas a pulmón”. De hecho, según las estimaciones de COAG, una hectárea de flor cortada genera el mismo empleo que cinco de hortofrutícola bajo plástico. Solo las comercializadoras de Chipiona daban trabajo a casi 4.500 personas antes de la crisis. Todo un maná de flores en una zona castigada por el paro.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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