La toma de rehenes
En Europa y en España algunas fuerzas políticas tratan de bloquear los presupuestos si no se accede a sus reclamaciones
Muchos aspiraban a un Presupuesto de amplia base en el Congreso, más allá del bloque de investidura, porque la lucha contra esta recesión pandémica no es solo tarea de progresistas. Aspiraban a un Presupuesto de largo alcance temporal, porque la recuperación y el relanzamiento, y las reformas e inversiones que absorberán las insólitas ayudas europeas, durarán años.
Y se topan, ay, con que esa oportunidad está (casi) perdida.
Por culpa de la tozudez de una derecha que acaba despreciando toda propuesta ajena. Y de una parte del centro que mezcla los números y el idioma. Y de una autodenominada izquierda que le ha cogido afición a la toma de rehenes. En la jerga europea, esa es la acción anti institucional que un Estado adopta cuando no logra un objetivo por la vía de convencer a sus pares en un asunto de los que en la UE se pactan por mayoría. Y pues, amenaza con vetar un acuerdo de índole totalmente distinta, de los que se deciden por unanimidad, para forzar que le compensen en el otro.
Es una táctica de moral que se autodefine por sí misma. Y que concita la animosidad de los socios: algún día se acuerdan. Ahora la usan Budapest y Varsovia. Se niegan a ampliar los recursos presupuestarios propios (decisión que exige unanimidad), imprescindibles para financiar los eurobonos y el plan de recuperación, si se condiciona (para todos) el desembolso de los fondos estructurales convencionales a que respeten el Estado de derecho.
Los ruidos de Pablo Iglesias condicionando su apoyo al anteproyecto de Presupuesto a un tope de alquileres, y ahora, su sorpresiva firma de una enmienda, con partidos ajenos, para prolongar la prohibición de los desahucios, son típicas tomas de rehenes. Esta última, en surrealista: pues era ya su propio proyecto de cuentas públicas.
Algunos minimizan esa zancadilla, concediendo que los niños que no lloran no maman. Pero esto no va de biberones ocasionales, sino de presupuestos. De entrada, esas maniobras ya han tapado el impacto del notable paquete de apoyo a la economía decidido el martes por el Gobierno. Y el positivo encaje del plan presupuestario español (aunque por otra parte, generalizado) en Bruselas.
De salida, no solo irritan a paleosocialistas y a exsocios de Podemos como el presidente manchego. Sino a todos quienes creen que es mejor ampliar, y no reducir, la base de apoyo a las cuentas públicas.
Con conductas normales, sin rigideces, ni amenazas, ni tomas de rehenes, el Presupuesto podría ser flexible. Se acompañaría de un marco plurianual ampliado, como recomiendan los organismos internacionales. Y de un plan de consolidación fiscal a medio plazo, siempre pendiente.
En 2013, el Parlamento Europeo obligó, sabio, al Consejo, a introducir flexibilidad en el paquete presupuestario septenal: a media ejecución se reconsideraría la validez de sus partidas. ¿Por qué no hacer lo mismo aquí, en vez de comprometerse a ciertos gastos corrientes inadecuados, en un escenario cambiante, inseguro, lábil?
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