Universidad, centros tecnológicos y empresas
El Next Generation puede propiciar un despegue potente del ecosistema innovador español
El Next Generation nos va a proporcionar una bienvenida oportunidad para debatir nuevas ideas sobre temas clave para la buena canalización de los fondos europeos. Uno de ellos es el de la innovación. Propiciar el despliegue de un potente ecosistema innovador depende de muchos factores, pero voy a centrarme en uno de ellos: la interacción universidad-empresa. En el término “universidad” incluyo los centros de investigación.
No toda innovación descansa sobre el conocimiento avanzado propio de las universidades, pero es seguro que no llegaremos muy lejos si ya de entrada renunciamos al camino que pasa por él.
Hoy por hoy, el rendimiento de las universidades en términos de innovación es insuficiente. Con frecuencia se señala como causa un conflicto entre publicaciones y patentes. En este planteamiento habría que publicar menos y generar más patentes. Es un diagnóstico erróneo. De la universidad debemos extraer buenas publicaciones y buenas patentes. Y no tendremos las segundas sin las primeras. Israel ha sido calificada como la ‘Start-up Nation’. Cuarenta años atrás pasé una temporada allí. Era una economía burocratizada y un desierto innovador, pero el nivel de su ciencia ya era envidiable. Diré más: el núcleo duro de la universidad tiene que publicar porque es lo que los buenos investigadores saben hacer. No debemos pretender convertir a un buen investigador en un empresario. Basta que esté abierto a la posibilidad de llegar al mercado, a que no le repugne. Esto creo que ya se ha conseguido. De desbrozar el camino al mercado deberán cuidarse profesionales con conocimiento experto en este ámbito y habilidades muy cualificadas. Ahí fallamos: nuestras universidades no tienen estructuras de transferencia con suficiente fuerza. Porque son instituciones públicas y porque, en general, les falta dimensión.
Los centros tecnológicos (CT) ¿son una posible solución? Tienen, en principio, una doble virtud. Aunque se benefician de subvenciones, son instituciones privadas y están familiarizadas con el mercado. Asimismo, pueden tener la dimensión necesaria para intermediar entre empresas —muchas de ellas, pymes sin envergadura suficiente para investigar— y universidades. Además, el Fraunhofer alemán provee un magnífico modelo.
Creo que los CT podrían ser la vía de solución si tuviesen muy presente que no es lo mismo facilitar la investigación de una empresa que proveerla de servicios rutinarios (que, además, podrían ser competencia desleal a empresas privadas) o gestionar la obtención de fondos europeos. Y, sobre todo, podrían si se viesen a sí mismos en este papel. De hecho, sería muy satisfactorio si universidades públicas y CT privados desarrollasen una relación casi simbiótica, donde cada institución provee algo indispensable a la otra (conocimiento una y capacidad de gestión la otra) y juntas multiplican su potencia.
Este planteamiento tendría otra virtud. Uno puede imaginarse trayectorias de investigadores que comienzan en un laboratorio universitario, de ahí a un centro tecnológico, al que contribuyen familiaridad con las tecnologías de frontera, y, finalmente, saltando a los cuadros ejecutivos de una empresa. Una circulación de talento altamente beneficiosa para la persona, pero también para todas las instituciones implicadas.
Andreu Mas-Colell, exconsejero de Economía de la Generalitat catalana, es economista y profesor en la Universidad Pompeu Fabra.
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